35ª Mostra de Valencia: «The mystery of the Pink Flamingo». Sesión inaugural

Se enciende la luz de la pantalla y aparece un flamenco. Uno, no. Varios. Muchos. Con esta imagen arrancará esta tarde la nueva edición del Mostra de Valencia, como sabéis, el festival internacional de cine dedicado a las cinematografías que surgen de los países que ocupan las costas de nuestro mar mediterráneo. Las imágenes corresponden a una película, como poco, peculiar. Se trata de The mystery of the pink flamingo, producción valenciana a cargo de los hermanos Polo, Javier y Guillermo, encargados de la dirección y la dirección de fotografía, un tándem creativo que ya llamó la atención en su momento con sus cortometrajes y su anterior largo, también documental, Europa en 8 bits, cinta que exploraba el igualmente peculiar mundo de la música electrónica realizada con aparatos como las primeras Game boy y ordenadores del modelo Commodore 64.

Aunque hablar aquí de documental quizá sería una aproximación inexacta, pues en este segundo trabajo, los hermanos Polo mezclan elementos de ficción con entrevistas en un curioso mestizaje que viene a hablarnos de la cultura del kistch. Pasemos al argumento. Una mañana, Rigo, técnico de sonido de profesión, se despierta descubriendo que su mundo está lleno de imágenes de flamencos. Lo encuentra en la taza en la que desayuna, en los flotadores de los bañistas cuando va a la piscina, por todas partes. Intrigado por esta intrusión en su vida, Rigo comienza una investigación que le llevará desde Valencia hasta los Estados Unidos, en las soleadas costas de Florida, para adentrarse en un universo donde lo kistch es algo más que una estética, es una manera de diferenciarse ante un mundo que, en opinión de los invitados a este trabajo, trata por todos los medios de unificarnos a todos. En ese trayecto, hablará con personajes como el director Eduardo Casanova (Pieles, 2017), la extravagante influencer Pink Lady of Hollywood, la gurú músical Allee Willis, la banda pop Kero Kero Bonito, o el cineasta de culto y pope del underground, John Waters.

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The mystery of the Pink Flamingo es una producción que ahora verá la luz en el contexto de la Mostra tras un complicado periplo a causa de la pandemia del coronavirus y después de haber sido seleccionada por el festival South by Southwest de Austin, Texas. “La película la terminamos en febrero y fuimos seleccionados en South by Southwest, lo cual fue una super-noticia para nosotros porque, al final, es un escaparate internacional increíble”, comentaba Javier Polo, el director de la cinta, en rueda de prensa tras su exhibición para medios. “Pero diez días antes del festival, lo cancelaron. En Estados Unidos todavía no había los problemas que teníamos en Europa, pero aquí se anticiparon y nos pillaron el confinamiento en Austin. Pero al final hemos sido pacientes en esperar el momento adecuado, la oportunidad que, en este caso, nos brindaba la Mostra y creo que el tiempo nos ha dado la razón y el pase de mañana [por hoy jueves, durante la gala de inauguración] va a ser muy especial, muy emotivo para todos. Especialmente en un momento como este, tan gris, lo que vamos a hacer es aportar color, diversión y un poco de alegría que hace falta en estos tiempos.”

Y es precisamente de eso, de darle color a la vida, de lo que trata esta producción que ha contado con el apoyo de À punt, TV3 y RTVE. “La historia empieza con un mundo muy monótono, muy gris, de una persona que está un poco perdida en el mundo, y el flamingo le llena de color y le saca de ese cubo en el que vive. A raíz de eso, el personaje se pregunta quién es y qué hace en este mundo y hacia donde va. Es una búsqueda de la identidad que arranca gracias a ese flamingo y ese viaje”, comentaba Javier Polo al respecto de este trabajo. Una peculiaridad que quizá se salte muchos de los estándares de la industria contemporánea donde prima el realismo, y la fantasía que presenta esta película es casi una anomalía, una extravagancia que no toca tanto a la forma, esa mixtura de ficción y documental, como a su sentido último. “Cuando leí el guion, no me lo podía creer. Es una especie de ficción, pero la gente que entrevistamos nos estaba contando sus propias experiencias. Y ahí era complicado hacerles comprender que las respuestas reales que me daban iban a entrar dentro del guion. Es como cuando te estás ligando a la novia fea de la amiga del colega”, comenta, divertido, el DJ Meneo, protagonista del relato y que interpreta a Rigo Pex, es decir, a sí mismo. “Me parece que en el mundo que estamos viviendo ahora mismo, la mayoría de artistas deben meterse en una tendencia global y el tiempo que podamos dedicar a buscar un lenguaje propio, a entender la identidad que cada artista se labra es bastante complicado. Así que, cuando yo recibí este guion, me fascinó porque me identifico con esto, con esas cosas que no están hechas para vender a gran escala, que son más idas de olla. Y ha sido refrescante pasar esa etapa a la pantalla”.

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Ahondando en esta cuestión, el propio Javier Polo nos recordaba cómo esa inclinación por lo kistch es mucho más que una postura estética, es una posición política y personal ante al sistema que nos rodea y cómo el individuo debe enfrentarse a él si quiere escapar del intento de homogenización al que todos parecemos abocados.  “Hay distintos personajes que aparecen en la peli que abordan el flamingo de distinta forma. Por ejemplo, Pink Lady sería el caso más superficial, al conseguir hacer un negocio con lo que vende como imagen. Ahí no hay contenido”, dice Javier. “Y luego hay otros personajes que son mucho más profundos. Tanto Allee Willis, como John Waters, como Bryan Anthony o Eduardo Casanova son personajes que han sufrido estos procesos creativos, que han sufrido crisis de identidad, han tenido que justificarse. Son personas inquietas y curiosas que han navegado en estos dilemas que mucha gente no se suele plantear. Creo que, al final, van pasando los días de la vida, tú vas viviendo, pero no sabes muy bien hacia dónde vas. Estas un poco sin rumbo y creo que estos personajes inspiran mucho porque han pasado por ahí.” Una teoría que su hermano Guillermo corrobora. “Hay dos universos de forma y contenido donde lo superficial se mezcla con lo que está debajo. Algunos lo viven de esa manera más superficial y hay otros como la coleccionista a la que le van regalando flamingos cada vez que alguien tiene una pérdida. Ella no sabe muy bien ni por qué los colecciona, pero intenta darle sentido. Yo creo que el viaje va pasando por estos dos mundos”

El kistch se convierte, de esta forma, en una herramienta, un arma si se quiere, con unos mecanismos muy precisos. “La persona que mejor define el kistch es Allee Willis al final de la película. Por eso era conocida como la gurú del kistch. Casanova también lo dice, y es que, al final, hay mucha ironía y mucho humor en el kistch. Yo creo que el kistch parodia un poco lo que somos, la sociedad y le da ese humor y ese aire de rebeldía contra el sistema”, nos comenta Javier. Por otro lado, como muchas formas de expresión plástica, su eficacia no surge de una intencionalidad, sino de una confrontación casi involuntaria con lo establecido. “No hay una intención de llamar la atención. Pero quizá por no pensar demasiado lo que estaban haciendo, el resultado acaba siendo grotesco. Al final, a lo mejor eso es lo que lo convierte en kistch. Es como la típica película de culto que en algún momento se hizo de una manera inconsciente, y con los años se va viendo y te encuentras que eso tenía un sentido más allá. Se trata de ser tú mismo y, a la vez, que no importe lo que piensan los demás de ti y, a la vez, en eso hay una especie de patetismo o error que está presente en el producto o en lo que se está haciendo.”

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El kistch, como toda moda que nos viene de Estados Unidos, ha acabado por imponerse en el mundo entero, y si bien en nuestro país hay muchos elementos culturales que nos remiten a ello, las diferencias son notables. “El kistch norteamericano parte de la rebeldía, de no estar conforme. Aquí el concepto de kistch se maneja más con las folclóricas, con cosas que están desconectadas, como anticuadas. Ambas tienen ese rollo de no estar pendientes del mainstream y llega un momento en el que se convierte en un sistema propio, pero hay mucho más orgullo de lo kistch en Estados Unidos que aquí. Aquí si le dices a alguien que es kistch y se lo toma como un insulto”, dice Meneo a propósito de esta cuestión. Para Javier, la diferencia se encuentra entre lo universal y lo puramente localista. “Estados Unidos es un país muy grande, pero tienen elementos comunes a toda la población. Aquí lo del kistch lo veo muy local. En Valencia tendríamos a Rosita Amores, o el Titi o Monleón, pero si eso lo llevas a Madrid nadie sabe lo que es. O sea, hay como un humor gamberro, y en concreto en Valencia creo que ese elemento está, pero no trasciende más allá porque son cosas locales. Europa también son muchos países con muchas culturas. Allí son iconos tan bien presentados que trascienden, no solo su continente, sino el mundo entero. El flamingo es hoy por hoy un icono en todo el mundo que la gente se lo tatúa en el brazo, lo ves en cualquier sitio. Y eso no lo va a conseguir Rosita Amores, aunque nos gustase”.

Pero no a todo el mundo le gusta el flamingo, por supuesto. Incluso en el país de los flamingos existen auténticos haters de esta tendencia, presentados aquí a través de personajes fake, lo que nos remite de nuevo a la dualidad entre la realidad y la ficción, otro de los asuntos centrales de esta película. “Todo el mundo hablaba muy bien del flamingo y necesitábamos un contrapunto, alguien que representara al otro lado de la moneda. Ahí creamos un pequeño personaje, pero porque al final navegamos todo el rato entre esos dos géneros (ficción y documental)”, explica Javier. “Es igual que Rigo, que no ha llevado nunca nada de negro y tuvimos que vestirle de arriba a abajo. El personaje real es el que vemos, es Meneo, es el que termina la película y el que, a partir de la mitad hacia delante, se siente más liberado. Estamos representando la realidad de la gente que puede estar en esa situación. ¿Dónde están los límites? Yo creo que, al final, da un poco igual. Lo que importa es la historia, lo que ves cómo obra terminada. Al final, siempre hay intervención por parte del autor. El grado queda en un segundo plano». G.LEÓN

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