35 Mostra de Valencia: “Paysages d’automne” & “Luxor”. Session 5

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Y vamos a por la quinta, que dirían algunos si esto fuera un campeonato de fútbol. Pero no lo es. Hablamos de cine. Quinta jornada, entonces, de proyecciones en La Mostra de València con dos propuestas muy sugerentes que nos vienen desde las costas del sur de nuestro mar Mediterráneo.

Con Paysages d’automne, nos encontramos con un viejo conocido del festival, que ya le haría entrega de La Palmera de Oro allá por el año 2009 con la cinta Harragas, el realizador argelino Merzak Allouache. La trama de este último trabajo que nos traía al certamen comienza con el cadáver de una adolescente hallada muerta en una playa, junto al mar. El crimen es uno más de una serie que está rastreando la policía. Pero la ley no es la única que va tras la pista del asesino. Al mismo tiempo, una periodista investiga el caso de una red de prostitución juvenil. Pronto, ambos casos se cruzarán, destapando una red de corruptelas que nos conducen hasta las instancias más altas del poder.

En un primer plano, Paysages d’automne podría verse como un thriller al uso. Tenemos todos los elementos del género. Hay, desde luego, un caso por resolver. Tenemos también un policía y a una periodista que tratan de dar con las pistas para lograrlo, y un grupo de delincuentes que intentarán desbaratar sus planes mediando todo tipo de obstáculos y amenazas. Sin embargo, según van pasando los minutos nos vamos dando cuenta de que aquí hay algo más. En el plano formal porque ya la propia posición de la cámara y la fotografía, la manera en cómo resuelve las situaciones que plantea la cinta, nos alejan de cualquier intento de enfatizar los hechos tal y como nos tiene acostumbrado el género en sus versiones más comerciales. Las formas de Merzak Allouache nos acercan más al formato documental, una decisión de estilo que tiene toda su lógica, como veremos. Y en lo que respecta a la trama porque el director argelino va sembrando su libreto de pequeños elementos que apuntan en varias direcciones que, obviamente, son las que más le interesan.

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De esta forma, Paysages d’automne es una cinta que nos habla, en primer término, sobre el ejercicio del poder. Del poder, pero, sobre todo, de cómo éste es capaz de corroer las instituciones y, muy especialmente, las mentes de aquellos a los que gobierna. El problema no es que los casos que está investigando la protagonista de esta historia impliquen a altas instancias de la política. La cuestión principal es como, según ira comprobando a lo largo de ese recorrido, el miedo a ese poder ha ido tejiendo una red de complicidades infectando a todas las capas de esa sociedad. Un poder que aquí se presenta como un monstruo invisible, pero omnipotente, que todo lo devora y contra el que es casi (o sin casi) imposible presentar oposición y, mucho menos, tratar de derrocarlo.

En el camino hacia este descubrimiento, nos encontramos con la clase periodística, primero de los objetivos de los dardos del director. Y aquí las conclusiones que expone la cinta son muy claras. Para Allouache, el periodismo ha desertado de su función principal que no es otra que la de ser vigilantes de los desmanes de ese poder del que hablamos y que hace y deshace a su antojo. Atenazado por el miedo a las consecuencias, el periodismo ha decidido mirar para otro lado. Así, mientras nuestra protagonista trata por todos los medios de destapar aquello que quiere permanecer oculto, sus jefes intentan persuadirla para que no se meta en más problemas (problemas que ellos mismos desean eludir a toda costa). Pero si el vigilante deja de vigilar, ¿qué es lo que queda? Lejos de cualquier mitificación, Allouache describe el camino de aquel que busca la verdad como un auténtico calvario. ¿Merece la pena?, parece preguntarle todo el mundo. La pregunta, por supuesto, esconde una trampa, si bien la cinta nos enfrenta a una dolorosa conclusión. Y, llegados a este punto, aunque en nuestras sociedades occidentales y democráticas sintamos por el ejercicio del periodismo un franco desapego, conviene ver esta cinta para percibir cómo pueden ser las cosas allí donde reina el autoritarismo sin una verdadera ley que lo controle. En ese sentido, el último plano de la película, que no desvelaremos, es simplemente demoledor.

Pero si hay algo que parece impregnar toda la cinta de Allouache es un profundo pesimismo por la situación de su país. Aquí y allá, frente a los problemas o las adversidades a las que se enfrentan sus personajes hay alguien que se pregunta, “¿sabes cómo está Argelia?”. La pregunta es, por un lado, una amenaza velada. No hagas nada si no quieres acabar mal, parecen decirle. Una advertencia que es una incitación a sostener el orden establecido, pues, en estas condiciones, es imposible cambiar las cosas. ¿Para qué intentarlo siquiera? Pero, sobre todo, la pregunta encierra para Allouache una constatación y, de forma muy clara, una denuncia que resuena en la pantalla y los oídos del espectador como una bomba. Responder o plantear esa pregunta justificaba para el realizador argelino este inteligente trabajo.

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La directora de origen británico Zeina Durra se pone al frente de la segunda proyección de esta quinta jornada de La Mostra. Se trata de Luxor, un título que ha tomado de la ciudad del mismo nombre situada al sur de Egipto, país que apadrina esta cinta, a orillas del río Nilo. Hasta ese lugar del mundo rodeado de restos de los antiguos imperios de los faraones, se desplaza Hana, una médica que regresa a la ciudad después de varios años trabajando como responsable de un hospital en la frontera entre Jordania y Siria, centro hoy de no pocos conflictos humanitarios, como todo el mundo sabrá. Hana parece tomarse un descanso. Tras registrarse en su hotel, sale a dar largos paseos por los alrededores. En uno de esos paseos se encuentra con Sultan, un antiguo amigo y amante de su juventud. Juntos retoman la relación y hacen repaso a lo que fueron. Hasta aquí, ningún problema. Sin embargo, según avanza el relato, descubriremos que en el corazón de Hana anida un conflicto que lucha por resolver.

Con Luxor, Zeina Durra ha construido un artefacto dramático que nos remite a directores como Sofia Coppola o, en ciertos aspectos, a la obra del surcoreano Hong Sang-soo. Como en Lost in traslation, con la que esta cinta guarda algunas similitudes temáticas y formales, como en buena parte del trabajo del autor de Grass, los personajes de Durra deambulan lánguidamente de un lado a otro, tienen encuentros ocasionales con otras personas, amigos o desconocidos, con los que simplemente conversan, de sus vidas, del pasado, del futuro y, así, van poniendo orden a aquellos asuntos que los perturban. En el camino, saldrán a la luz esas dudas que les correan y que apuntan a una vida que no parece que encuentra su sentido en un mundo que, perciben, se está descomponiendo.

De nuevo aquí no encontramos un conflicto que solucionar según las formas de la ortodoxia más clásica, como sí ocurría en el caso de Paysages d’automne. Desde el primer momento, percibimos que, en la actitud de Hana hay un cierto rechazo a ese entorno que la rodea, hacia sus semejantes, de los que parece desconfiar o, como poco, rehuir su compañía, desea estar sola. En ese comportamiento, magníficamente expresado por la actriz Andrea Riseborough (Burden, Animales nocturnos) reside el misterio que, como espectadores, deseamos descubrir. Para ello, Durra y sus personajes nos van dejando pequeñas pistas que debemos ir recogiendo. En el momento en el que esa tensión interna que Hana parece estar conteniendo dentro de sí, explota, encontraremos la resolución de este relato.

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Con Luxor, Zeina Durra, más que proponernos una reflexión, nos sitúa ante una serie de sensaciones. Una de esas sensaciones es la nostalgia. Hana y Sultan se reencuentran después de un tiempo sin verse. Así, a través de esas afables charlas que mantienen durante sus paseos, hacen referencias a situaciones de un pasado que sitúan varios años atrás, en un tiempo de inocencia e inconsciencia ante aquello que les iba a deparar un futuro que es, ahora, su inevitable presente. Los anhelos perdidos, los supuestos logros, los fracasos, la posibilidad de no volver a sentir aquellas emociones que nos recuerdan, creemos, al tiempo más puro de nuestra juventud. ¿Y quién no se ha sentido así alguna vez?

Pero ese sentimiento de nostalgia, esconde, agazapada, otra sensación de incómoda melancolía que atraviesa la cinta de un extremo a otro. Una impresión que señala a un mundo en constante conflagración consigo mismo. Hana vuelve a Egipto después de ejercer como médico en una de las zonas más conflictivas del mundo. Después de esa experiencia, se siente derrotada, sin esperanza. Ante esta situación, se presentan dos vías de escape. La primera hacia ese pasado aún más lejano todavía que representa ese Egipto ya perdido que puede ver en las pirámides y enterramientos que le enseña Sultan. Otra se encuentra en la tentación de refugiarse en un falso misticismo plagado de extrañas ceremonias y ritos que bien pueden ser un camelo. Pero no, la solución a su problema no está fuera, como diría Freud, al que la cinta hace referencia de forma directa y simbólica, sino dentro de ella misma.

Zeina Durra ha creado una delicada pieza de orfebrería. Como en Lost in traslation, la famosa cinta de Coppola, la protagonista de Luxor es un ser solitario perdido en una cultura que no es la suya. En medio de una vorágine de sensaciones, sus problemas apuntan al individuo contemporáneo, un ser que ha perdido su camino y, en el fondo, al sentido de un mundo que no comprende y que, pasada la energía, la inocencia y las esperanzas de esa añorada juventud, se enfrenta a un enorme vacío. Cómo llenar ese profundo agujero no es un reto fácil. Pero, si buscamos, nos dice Luxor, encontraremos una salida. G.LEÓN

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