Entrevistamos a José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) escritor de novelas, casi siempre negras, artículos, críticas literarias y cinematográficas; imparte conferencias, viaja y como articulista ha colaborado en las revistas Interviú, Penthouse, Playboy, Leer, GQ, DT, Viajes National Geographique, Nómadas y Traveler, entre otras, y en los diarios El Sol, El Observador, El Independiente y El Periódico… actualmente lo hace en los medios digitales El Cotidiano, El Destilador Cultural, Tarántula y Calibre 38. Desde hace años conduce el blog La soledad del corredor de fondo. Vive a caballo entre Barcelona y el Valle de Arán y sus libros han sido traducidos al checo, italiano y francés.
¿Qué orden y/o criterio ha seguido a la hora de seleccionar estos relatos impares, diecinueve en total, que conforman el volumen Marero editado por la editorial Contrabando?
Pues le diré que ha sido un poco por orden de caída. Tenía claro que “Marero” iba a abrir el libro de relatos y que “El último inquilino” lo tenía que cerrar. El primero, por su potencia; el segundo para aliviar, con una historia de vampiros, fantasmas y amores románticos, tanta violencia y crueldad vertida en los anteriores. Es un libro de relatos variopinto. Es como una especie de menú degustación literario en el que el lector va a encontrar diversos géneros con los que me siento cómodo: negro, fantástico y erótico. Y tampoco hay un orden cronológico. Hay relatos escritos hace 45 años, como “Revoloteos”, una mosca que observa un asesinato, junto a otros rabiosamente recientes.
Un poco en la línea de la pregunta anterior va la de conocer por qué ha escogido algunos ya publicados y/o premiados junto con inéditos como Fase Terminal.
Cuando hago una antología propia, en este caso la quinta, el criterio que prima es dar salida y visibilidad absoluta a relatos premiados, que ya no pueden optar a ningún concurso, o publicados en antologías con otros autores. Reunirlos en un volumen era una necesidad: que no se perdieran. Algunos de estos relatos han sido publicados en volúmenes que editan instituciones públicas, pero eso tiene poco recorrido. Compilándolos llegan a un mayor número de lectores.
Me ha sorprendido gratamente que se bucee en historias hasta cierto punto realistas, más que rozar lo fantasioso creo que tienden a una ficción especulativa, a una casuística ficcional, como podría ser el argumento de Llamas de pasión o Sed Negra.
Creo en la lógica interna del relato. Muchos de ellos beben de hechos reales, como es el caso de “Llamas de pasión”. ¿Y si las sombras que se vieron en el Windsor en llamas fueran las de dos amantes pirómanos? A esos amantes, para enlazar con lo dicho anteriormente, la pasión sexual les hace olvidar el peligro de las llamas. Lo deciden así. Cuando escribí “Sed negra” estaba retrocediendo a ese paisaje desértico, Mad Max, de los Monegros de mi juventud, cuando atravesarlos en coche era una pesadilla. En la especulación fantasiosa cabe, además, la crítica social. “Ciudad en llamas”, una novela distópica, anticipaba bastante lo que está sucediendo en el mundo actual con gobiernos títeres de las corporaciones industriales que son las que dominan el mundo.
También advierto toques literarios entre las páginas, referencias a obras de otros autores como pueden ser el Ulises de Joyce o la Casa Tomada de Cortázar o más delicadamente como las novelas policiacas en Vuelo a Orly o el oficio del protagonista de El último inquilino.
La literatura se alimenta de literatura. La dicotomía escribir o vivir es falsa. Escribir es vivir. Como leer es vivir. Gracias a mis lecturas de infancia, del Jack London buscador de oro, he ido hace unos años a Alaska. Gracias a Sommerseth Maugham estuve en el Raffels Hotel de Singapur. Por ello en mi obra hay frecuentes referencias a la literatura y a los escritores, y buena parte de los protagonistas de mis novelas (“Lifting”, “Patpong Road”) son escritores. El “Ulises” de Joyce lo nombro porque no lo soporto, a pesar del peso gigantesco que ha tenido en la literatura. Con Cortázar sucede otra cosa. Cortázar es mi maestro. Con Cortázar descubrí el lado lúdico de la escritura. “Calle cortada”, el relato de la antología, es cortazariano por reflejar exactamente una anécdota que me afectó personalmente. Ese relato, como “Vuelo a Orly”, fue escrito como exorcismo. El primero para sobrevivir a unas obras infernales que me tenían cercado en mi casa de Granada; el segundo, para poder tomar un avión que me llevaba a Nueva York una semana después de que ese vuelo a Orly no llegara nunca a su destino. El protagonista de “El último inquilino”, un encargo de Fernando Marías, debía ser escritor para encontrarse con sus fantasmas en ese piso del Ensanche barcelonés que recreo gracias a una serie de viviendas que visité, para comprarlas, y me produjeron una mala vibración. Esas casas lúgubres las tenía en la memoria y saltaron al relato en cuanto me puse a escribirlo.
Volviendo al tema del realismo palpitante en estas historias, imagino que se inspirará a veces en ella, en la realidad. ¿Hay algún personaje con el que se identifique en mayor o menor medida, quizá el del último relato en busca de ese clima propicio al que aludía en otra pregunta?
Si con alguien me identifico es con el escritor de “El último inquilino”, por supuesto. Es un alter ego. Me hubiera gustado boxear, porque me gusta ese ritual de los boxeadores en el ring, que es casi un baile masculino, pero me faltaba agresividad. Suele decirse que el autor está en su obra. Eso funciona de un modo relativo. En algunas obras estoy al 30%. En otras no llego ni al 2%. No me identifico con el policía asesino de “Fase terminal” al que un sicario le impone la condena que no le pudo poner la justicia ordinaria, pero me interesaba contar la historia e imaginar el suplicio de la agonía de ese ser abyecto. Hay otro que soy yo, el protagonista de ”Última cena en Sofía”, que es lo que puede suceder cuando alguien se cita a ciegas con un admirador/a que conoce por Facebook y no es quien dice ser. El de “Oscuro despertar”, que se publicó en la revista Interviú, es Juan Madrid, en recuerdo de una farra monumental que nos corrimos, precisamente, en la ciudad de Valencia hace más de treinta años. Se lo dije, cuando me presentó el libro en Málaga, y se acordaba, lo que da idea de la magnitud del evento.
¿Qué busca el lector de relatos en una antología que no encontrará en una novela? Se lo pregunto no solo como autor de ambos géneros sino seguramente consciente de que se lee poco y los lectores cada vez miran más a la hora de escoger entre la variada oferta de las mesas en las librerías.
Determinado lector se deja influencias por el número de páginas. Los veo cargados con libros pesados y voluminosos, difíciles de manejar. Este libro tiene 800 páginas, pues tiene que ser bueno porque si no el autor no se habría puesto. El relato, por su brevedad, tiene que ser intenso y perfecto como una pieza de relojería. En la novela puede haber divagaciones, tiempos muertos incluso, bajadas de ritmo. El relato suele ser fruto de un impulso literario y se escribe de una tacada, y de la misma forma se lee. La historia entra como un fogonazo y te pones a escribirla. Pero no hay tradición de leer a cuentistas en nuestro país. Hay maestros en el género corto que no lo fueron en el largo: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Antón Chejov, Raymond Carver…Ignacio Aldecoa fue uno de los nuestros. “Marero” ganó el premio Ignacio Aldecoa. Ese relato, en última instancia, es el culpable de que este libro esté en la calle.
Vive a caballo entre la ciudad condal y el Valle de Arán, me preguntaba por sus manías como escritor, ¿necesita un silencio absoluto? ¿Tiene algún objeto fetiche en su mesa o despacho?
Silencio absoluto y nadie a cuatrocientos metros a la redonda. Mejor de noche que de día. Elegir como lugar de residencia el Valle de Arán fue algo muy pensado. Me gusta mucho la montaña, perderme por los bosques, pero cuando lo hago estoy disfrutando y trabajando porque se me ocurren historias negras que suceden en el ámbito rural. Tengo en mi mesa de despacho una botella de Ballantine’s, pero el vaso lo suelo tener en la cocina, dos pisos más abajo, para que no me entren tentaciones. Cuando escribo en clave negra suelo ponerme a Miles Davis. Una novela épica, que las tengo, La pérdida del Paraíso, exige Wagner.
GINÉS VERA