No es la primera vez que vemos en esta edición de La Mostra una propuesta que trata de jugar con los modos del género fantástico. Se habló de realismo mágico en el caso de Un bany propi y también hablamos de mixtura en el caso de La vida accanto del italiano Marco Tullio Giordana.
Who do I belong to, de la directora tunecina Meryam Joobeur, primera de las dos películas que protagonizaron esta cuarta sesión de la Sección Oficial del festival, se une a esta lista y lo hace de una manera todavía más premeditada. La cinta de Joobeur nos pone ante una situación particular: la captación de jóvenes tunecinos por parte del grupo terrorista ISIS. Nos encontramos en algún lugar del norte del Túnez contemporáneo. Entre las mujeres de una modesta región rural corre la misma incertidumbre. ¿Dónde están nuestros hijos? ¿Siguen vivos o están muertos? Son preguntas que atormentan a Aicha desde que Medhi y Amine, sus dos hijos mayores, partieron para alistarse a las filas del grupo islamista para combatir en la guerra de Siria. Por suerte para Aicha todavía cuenta con la compañía de Adam, el pequeño de los tres hermanos, pero el dolor por la ausencia de Medhi y Amine aún la corroe por dentro, oscureciendo su vida
Un día, sin embargo, Medhi regresa inesperadamente a casa. La alegría de Aicha es inmensa. Pero Medhi no viene solo; le acompaña una extraña mujer que lleva puesto un hiyab que solo le permite enseñar sus ojos. Esta situación despierta los recelos de Brahim, el marido de Aicha y padre Medhi que no acepta la imposición que representa esa vestimenta y reniega de su hijo por lo que ha hecho. Pero otra pregunta enturbia el regreso de su Medhi: ¿qué le ha pasado a Amine? ¿Dónde está? Por si todo esto no fuera suficiente, las cosas todavía se complican cuando en el pueblo empiezan a suceder una serie de desapariciones coincidiendo con la llegada del hijo de Aicha y su esposa, que permanecen ocultos en la casa familiar a fin de no ser descubiertos por la policía. Además, cada noche, Reem, la extraña y silenciosa mujer de Medhi, sale de la casa sin que sepamos a dónde se dirige.
Who do I belong to es una propuesta que se mueve, desde el punto de vista tanto del relato, como en la forma, entre varios polos. Podríamos decir, como anunciamos, que la película bebe de la tradición del género fantástico, pero a este se le añaden también otros ingredientes del thriller policíaco e, incluso, del cine de terror. Meryam Joobeur juega deliberadamente con las expectativas del espectador. ¿Por qué ha regresado Medhi? ¿Quién esa mujer que lo acompaña y a la que parece que se siente sometido? ¿O acaso es ella la que está sometida a él? Joobeur demora las respuestas dejando que el espectador se cueza en sus propios prejuicios. Los ojos de Reem, su mirada profunda, inexpresiva, su extraño mutismo, las suspicacias generadas desde una cultura que nos resulta extraña, amenazadora, a la que nos remite su indumentaria, la manera en la que va controlando poco a poco a todos los miembros de la familia de Medhi hasta acabar por disgregarla desde dentro, nos remiten a una presencia casi demoníaca. A esa impresión contribuye también el empleo de la música con claros referentes del género y que subraya las escenas. Una cámara que se ceba en los primerísimos primeros planos de los personajes y un montaje que se recrea en sus miradas apuntalan esa impresión de misterio que recorre toda la cinta.
Un misterio que quedará reforzado por otro misterio. Y es que Raisa tiene ciertas cualidades sensoriales que la incitan a tener visiones premonitorias. Este elemento ayudará a que la historia se mueva entre dos mundos, el del sueño y el de la vigilia, marcando también de manera muy notoria el tono de la narración. Queda todavía un tercer misterio que nos remite a esas extrañas desapariciones que está investigando el también joven Bilal, amigo de infancia de Mehdi y Amine, que ahora se ha convertido en policía. Bilal sabe que Mehdi ha regresado al pueblo, pero, en deferencia a su madre, a la que quiere, lo protege y se guarda de delatarlo. ¿Qué consecuencias traerá esa decisión?
Who do I belong to aborda varias cuestiones. Por un lado, nos habla de las consecuencias de la guerra y de un fanatismo religioso que se aprovecha de las duras condiciones de vida de ciertos contextos sociales. Pero quizá lo más original de la propuesta de Meryam Joobeur es que no lo hace desde el punto de vista de los implicados o de sus víctimas, sino de aquellos que sufren las consecuencias indirectas de sus actos, de los que quedan a la espera, en la retaguardia, de las familias y, muy especialmente, las mujeres. Porque de alguna manera por momentos algo intrincada en una trama con tantos ejes, la cinta de Joobeur pone a las mujeres en el primer plano. Mujeres que son madres. Pero una maternidad que entra también en conflicto consigo misma. Brahim repudia a su hijo por lo que ha hecho al unirse a las milicias del ISIS y, sobre todo, por haber arrastrado a ello a su hermano, y quiere echarlo de la casa. Pero Aicha, su madre, se opone con energía a su marido hasta doblegar su voluntad. Esa dependencia emocional de Aicha por sus vástagos estará a punto de destruir lo que queda de su familia. Ella se postula, al mismo tiempo, como espíritu de salvación de su hijo perdido y también como causa de su propia caída.
Este juego de ambigüedades que afectan a forma y fondo terminará, sin embargo, por trabajar en contra de la propuesta de Meryam Joobeur. Y es que la directora tunecina genera tantas expectativas sobre sus personajes que la salida tendrá que ser especialmente satisfactoria. Sin embargo, tanto en lo que se refiere al discurso como a la resolución de las distintas tramas que ha planteado (y que no desvelaremos), hay demasiados cabos sueltos, demasiadas contradicciones o quizá sería mejor hablar de una falta de conexión precisa entre ellas. Un tempo innecesariamente dilatado y el recurso a los primeros planos retrasando de forma algo forzada las reacciones de sus personajes marcan una puesta en escena reiterativa, definiendo finalmente una pieza demasiado auto consciente, que peca de un exceso de efectismo que acabará por rebajar el interés por ese simbolismo que Joobeur imprime a sus imágenes, terminando por imponerse a un mensaje que, finalmente, después de muchas idas y venidas, quedando esbozado, tampoco quedará del todo claro, tan evanescente o inasible como todo lo demás.
La mezcla de estilos será también la tónica de la segunda de las propuestas de la jornada titulada When the pone rang de la directora serbia Iva Radivojević. Una propuesta que se sostiene, de nuevo, por una fina línea argumental que servirá de apoyo a una serie de reflexiones.
Estamos en alguna ciudad de la antigua Yugoslavia, en el año 1992. Lana es una chica de 11 años que recibe una llamada en casa de sus padres que le anuncia la muerte de su abuelo. Esa llamada, pasado mucho tiempo, quedará relacionada con otro hecho fundamental en su vida: la guerra que, en poco tiempo, acabará por desmembrar a su país. En el recuerdo de Lana quedan unidas a estas dos situaciones otras estampas de aquel pasado ahora lejano, escenas con un vecino del barrio, Vlada, un joven enganchado a esnifar pegamento, visitas a la peluquería junto a su hermano, al video club, paseos por la ciudad, despedidas de sus amigas, la reacción de los mayores ante aquella situación, una canción de un grupo de pop-rock que vio en algún momento en la tele de su casa, y, sobre todo, la imagen de unas maletas, elemento imprescindible para un viaje que, según nos dice la protagonista, no tiene retorno.
Sobre la pared de la casa familiar, un viejo reloj marca la hora exacta de la llamada. “Cuando sonó el teléfono era viernes a las 10:36 de la mañana y este país existía”, dice una voz en off. Estos dos motivos se irán repitiendo a lo largo de la narración marcando la cadencia y el ritmo de una película que, de nuevo, juega con elementos visuales propios del documental al tiempo que se mueve en el espacio de la ficción, de lo reconstruido, logrando limar la frontera entre ambos géneros a fin de que dialoguen entre sí, reforzando, en ese punto de encuentro, sus potencialidades o, como poco, explorando otros caminos alternativos.
Un ejercicio de estilo que sirve, desde ese espacio híbrido, para hablarnos, ante todo, de la memoria individual y emocional frente a los grandes acontecimientos de la historia. Una memoria fraccionada que rompe con la lógica de la continuidad tan querida en la ficción. Este es el primer desafío al que nos enfrente Iva Radivojević, pues, como sugiere su película, esa impresión de un todo completo, cerrado, cierto, es solo un truco. Una película esta hecha de fragmentos, planos, imágenes, extractos de sonidos que, juntos, dan esa impresión de continuidad. Y lo mismo sucede con nuestra memoria. En el caso de la ficción, seremos nosotros los que llenemos los espacios vacíos, sometiéndonos al engaño. En el de nuestros recuerdos, lo haremos igualmente tratando de otorgar coherencia, sentido a nuestras vidas.
Para mostrar esa fragmentación y, al mismo tiempo, sostener la impresión de unidad, Radivojević recurre a esa voz en off que irá relatando los hechos vividos. Una voz de la memoria que viaja indistintamente hacia adelante y hacia atrás, que repite pasajes, escenas, deformándolas, a veces más precisa, detallista, otras más vaga, como si dialogara consigo misma, cosa que todos hacemos cuando recordamos. En ese sentido, la sensación de veracidad vendrá dado por la relación que se establece entre el verbo y la imagen. Lo dicho como prueba fehaciente de verdad, aunque solo sea a medias. Esto permite a la directora serbia (¿o habría que decir yugoslava?) emplear muy pocos elementos de puesta en escena. Basta que la voz diga, para dar credibilidad a lo relatado, otorgando cuerpo a las imágenes, convirtiéndolas en realidad vivida, completa.
When the pone rang es una cinta que nos habla del dolor de abandonar tu país, tu hogar, tus amigos, tu mundo, a muy temprana edad. Una cinta cargada de un sentimiento de nostalgia por ese pasado, nostalgia de la niñez, nostalgia de un lugar que ha sido borrado para siempre de la historia, un país ya sin un futuro posible. Un lugar al que, por mucho que se desee, no se puede volver. Yugoslavia ya no existe. Existen los pueblos y las ciudades que una vez conformaron aquel territorio político, emocional, pero el país ha desaparecido. ¿Es posible volver a un lugar que ya no es? ¿Qué hacemos con su recuerdo, con su memoria? ¿Quién se ocupa de eso? ¿Quiénes somos? GERARDO LEÓN