XIX. El siglo del retrato

HASTA EL DOMINGO 20/10
CAIXAFORUM. Eduardo Primo Yúfera, 1A

La institución monárquica salió debilitada de la Revolución francesa de 1799 y se notó en la pérdida de importancia del retrato real, que, sin embargo, mantuvo sus grandes dimensiones y el carácter imponente de siglos anteriores. En este contexto se mueve uno de los cuadros más reconocibles que podréis ver en XIX. El siglo del retrato, la representación de un Fernando VII en pose gallarda pintada por el genio europeo del retrato por excelencia, Francisco de Goya. Desde su mismo nacimiento el retrato estuvo asociado a personajes dotados de un poder económico, social o político que deseaban mostrarlo y perpetuarlo, pero la guillotina revolucionaria le cortó las alas al retrato monárquico y entró en declive, por eso esta muestra organizada conjuntamente entre la Fundación la Caixa y el Museo del Prado recurre a la medallística para mostrar la secuencia completa de los monarcas españoles desde Carlos IV hasta Alfonso XIII. Encontraréis medallas, miniaturas, acuarela, dibujo, aguafuerte, litografía, daguerrotipo, fotografía, escultura y, por supuesto, pintura, pintura con mayúsculas. Pero la otra pieza que llamará la atención del común de los mortales es escultórica, la firma el valenciano Mariano Benlliure y representa al genio de los genios. El busto de Goya que se entrega como premio en la gala anual de la Academia de Cine ha salido por primera vez de El Prado con su gesto torturado y expresivo para ocupar el área dedicada al (auto)retrato de artistas en la exposición. En esta época los artistas ya no eran meros artesanos, sino genios (equiparables a los escritores o los arquitectos) que pertenecían a la burguesía, por eso se retratan con paleta y pincel, pero elegantes y limpios, sin el mono de trabajo. Si soy importante, ¿por qué no voy a retratarme yo también? Eso se pregunta Ignacio Pinazo en un autorretrato en el que mira de reojo al espejo portando un sombrero que nos dice que pinta al aire libre. Artistas como Rembradt, Van Gogh o Goya se retrataron como los artistas no habían hecho nunca ni lo harían después, a ellos mismos y a otros colegas con los que compartían juergas y jornadas de trabajo en los estudios, tema de otra de las áreas que estructura la muestra.

Empezaba la modernidad y el retrato supo reflejar los cambios sociales que se estaban produciendo. Con los reyes en la picota y los aristas subidos al escalafón de las clases altas, el retrato giró hacia el realismo y el naturalismo y empezó a fijarse en la sociedad más que en la mitología o la religión. El arte ya no era un instrumento al servicio del poder y la Iglesia, su función era más amplia, y en él tenían cabida las gitanas, las campesinas y las filipinas con sus bellezas específicas y “pintorescas”, que no son retratadas por encargo, sino por el atractivo que ven en ellas artistas como Isidro Nonell. No son clientas, son modelos de óleos que luego comprarán los burgueses y acabarán siendo la imagen de una exposición de Caixaforum, como la India del campo de Esteban Villanueva. Pero también hay mujeres de la aristocracia pintadas por encargo, por supuesto, como La señora de Delicado de Imaz ricamente enjoyada y peinada a las tres potencias (peinado típico de los últimos años del reinado de Fernando VII) donde Vicente López, impertinente como nunca, refleja con un extraordinario verismo la fealdad de la retratada, cejijunta y con bigote. Luego están los hombres, que se quitaron las pelucas y los tacones para vestir de forma sencilla y austera, de forma que aristócratas y grandes burgueses resultaban indiscernibles, así que los artistas empezaron a concentrarse en el efecto de la expresión y el carácter. La representación de la infancia también fue importante, como edad por excelencia del hombre, llena de gracia y espontaneidad. Joaquín Sorolla por ejemplo firma La niña María Figueroa vestida de menina en un homenaje a Velázquez casi abocetado, con pinceladas diluidas y alargadas de las que prenden chorretones; Pinazo pinta a su hijo con expresión de hastío por tener que posar una vez más para su padre y Emilio Sala retrata a la niña que se convertiría en la gran actriz María Guerrero. Los valencianos estaban muy capacitados para congelar el instante y son una parte trocal de esta novena exposición de Caixaforum en València, la primera con fondos de El Prado, que nos enseña cómo se retrataba en España en el preámbulo de la Modernidad. S.M.

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