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Esther Ferrer

HASTA EL DOMINGO 29/9
CCCC. Museu, 2

¡No se la pierdan! A sus 86 años, la performer Esther Ferrer es una mente rápida, incisiva y honesta que lanza lúcidas reflexiones como balas. En la presentación de su primera exposición en València dejó un carro de titulares que justifican de sobra la visita al Centre del Carme para conocer su obra objetual (centrada en la fotografía), sus instalaciones y las trazas que han dejado durante los últimos cincuenta años algunas de sus performances, efímeras por definición. Instalada sobre todo en el mundo de la performance, para ella, lo importante es el momento y el proceso, no tanto el fin, por eso confesaba sin rubor que podría vivir perfectamente sin hacer exposiciones. Pero aquí está, la Premio Nacional de Artes Plásticas 2009 y Premio Velázquez 2014, invitándonos a conocer parte de la obra que ha desarrollado desde principios de los años sesenta, cuando el público arqueaba la ceja frente a esa cosa llamada performance. “Ni zorra idea” tenían, algunos espectadores llegaron incluso a lanzarle objetos durante algunas acciones que no llegaron a entender, por puro aburrimiento. Sin embargo, Ferrer lo tiene claro: “hacer arte es lo que más me equilibra (aunque poco), porque a través de él intento entender todo lo que vivo, aunque al final no consiga entender prácticamente nada”. En este sentido, algunas de sus acciones están hechas a partir de preguntas que ella misma se hace e imagina que muchas otras personas también: ¿Qué es el arte feminista? ¿Condiciona la clase social de origen la práctica y el reconocimiento en el caso de una mujer artistas? Son dos de la muchas cuestiones grabadas sobre una pared del Centre del Carme que la artista os lanza para que las respondáis sobre post-its.

El cuerpo, el espacio y el tiempo son los tres ejes fundamentales que atraviesan sus performances, también su obra gráfica, que siempre, siempre, tienen un sentido performático. En esta muestra se podrán ver dos instalaciones capitales en las que pone su propio cuerpo en el centro sin miedo a la arruga y la flacidez que agrietan con el paso del tiempo. Si la vejez en general está mal vista, la vejez femenina lo está el doble, de ahí que Ferrer la muestre con naturalidad, sin confeti ni boatos, pero de forma directa y honesta. Una de sus instalaciones confronta mitades de su cara fotografiadas en diferentes épocas de su vida para enseñar el efecto del tiempo sobre su rostro, la otra difumina su autorretrato paso a paso hasta disolverlo por completo en el blanco y en el negro, hasta volverlo del todo invisible. En otra pieza recrea la expulsión de Adán y Eva del Edén con fotografías de su pubis, en una toma de control sobre su cuerpo que elabora un discurso propio, alejado de la mirada masculina que siempre ha utilizado el cuerpo femenino para su propio placer. “Pero si nos desnudamos nosotras solas somos unas narcisistas”, resoplaba Ferrer con resignación. ¿Y el futuro de la performance? “No me preocupa en absoluto, se transformará y me gustará más o menos. Y si desaparece, que desaparezca”. S.M.

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