Título original: One day since yesterday: Peter Bogdanovich & the lost american film · Bill Teck · USA · 2014 · Guion: Bill Teck · Documental.
Qué injusta es la vida. Unas veces te pone arriba, otras te manda hacia abajo. Y cuando estás muy abajo, lo estás de verdad, sin contemplaciones. Este podría ser el resumen del relato de la vida, no solo del protagonista de esta historia, sino de tantos y tantos directores de cine. Una industria, esta de las películas (valdría también para cualquier otra forma de expresión) que se muestra inmisericorde con aquellos que, por una causa u otra, pierden el ritmo de eso que llamamos la actualidad. ¿Cuántos nombres se han quedado en la cuneta, víctimas de su insaciable apetito? Y ya que nos ponemos, ¿qué es eso de la actualidad? Algunas de las respuestas a estas preguntas se encuentran, si no firmemente planteadas, sí al menos sugeridas en el trasfondo de este trabajo.
One day since yesterday…, primer largometraje del actor, productor y director Bill Teck, es una pieza producida en el año 2014 que ahora podemos disfrutar gracias a la plataforma de video bajo demanda Filmin, y que nos acerca a la figura del director norteamericano Peter Bogdanovich. Tras una primera etapa como crítico de cine, el autor de obras tan conocidas como The last picture show, ¿Qué me pasa doctor? o ¡Qué ruina de función!, disfrutó, al principio de su carrera como cineasta, del beneplácito de un Hollywood que se rindió a los pies de su talento y que, al comienzo de los años 70, vio en él la fulgurante promesa de un nuevo estrellato. Especialmente desde el estreno de The last picture show, la carrera de Bogdanovich conocería un ascenso y un reconocimiento imparables. Pero todo este brillo se apagaría tras el rodaje de la cinta They all laughed, un retrato del Nueva York de la época envuelto en una comedia romántica de enredos y cumbre de un estilo que bebía de las raíces de los grandes directores norteamericanos y europeos. Tras su conclusión, la noticia del asesinato de su actriz principal Dorothy Stratten a manos de su exmarido, con la que Bogdanovich había iniciado una relación sentimental, marcaría el resto de su vida profesional y privada. Ya nada sería como antes. Como invitados en este viaje encontraremos, entre otros, al propio Bogdanovich, a los directores Quentin Tarantino y Wes Anderson, y a los actores Jeff Bridges, Ben Gazzara o Cybill Shepherd.
Se despliega este interesante (y, sobre todo, muy distraído) trabajo de Bill Teck en tantos planos como uno sea capaz de explorar. El primero de estos planos tiene que ver, lo comentábamos al principio, con una reflexión sobre los conflictos de la fama en una industria que no perdona ni los pecados ni, mucho menos, a los pecadores. O mejor, la idea de la confrontación entre arte y notoriedad. Los problemas personales derivados de la inesperada muerte de Stratten, empujarían a Bogdanovich a cometer una serie de errores estratégicos que acabarían con su podio como niño bonito de la industria. Nunca más disfrutaría el director de tanta atención ni reconocimiento público. De hecho, podríamos decir (y de ahí sus recientes trabajos documentales) que Bogdanovich, a pesar de seguir trabajando en varias obras de ficción hasta nuestros días, ha regresado, a ojos de la prensa especializada, a aquella primera labor como crítico o estudioso del séptimo arte, más que a ser reconocido como director. Pero, en realidad, Bogdanovich sufriría la presión de la mirada escrutadora de los representantes del negocio del cine casi desde el primer momento. En una industria tan competitiva, ascendido a una velocidad de vértigo al Olimpo de los Dioses y cuidado con mimo por todos, Bogdanovich despertaría, o al menos así lo sintió él, los recelos de sus compañeros de profesión. En el relato que hace Tarantino de aquellos primeros años de carrera, Bogdanovich llegó a saborear una fama que lo situaba incluso por encima de las estrellas que llegaron a trabajar en sus películas (quizá una de las escenas más divertidas del film, en la que el autor de Reservoir Dogs se muestra como el gran narrador de anécdotas que ha sido siempre). Al primer tropiezo, las hienas, hambrientas siempre de morbo, caerían sobre él. Pero, ¿qué queda cuando se apagan los focos de las cámaras y la tinta de la prensa te deja de lado?
Pues lo que queda es el hombre, ni más ni menos. Será en este punto cuando el trabajo de Teck ofrece sus mejores armas. Una obra que indaga más allá de los discursos de los tabloides para rescatar de sus cenizas el retrato tierno y profundamente emotivo y conmovedor de un hombre al que la vida le había arrebatado, de forma incomprensible, aquello que más quería y, por un breve lapso de tiempo, compuso el centro de su mundo. Como tantas otras veces, One day since yesterday… (título que hace referencia a un texto que le dedicó Dorothy Stratten a Bogdanovich) es el relato de una vida marcada por la fatalidad, pero también por el amor y la pasión. Amor y pasión, no solo por Stratten, sino por todas las mujeres, actores y personajes que le ayudaron en su carrera. Una reflexión sobre la amistad (como la que mantiene con el actor y director John Cassavetes, plasmada en uno de los momentos más enternecedores de la cinta), sobre seres perdidos en relaciones circunstanciales, pero que dejan una profunda huella, de traiciones o gestos mal entendidos (ahí está su relación con el actor Ben Gazzara), pero muy especialmente sobre el amor incondicional hacia un arte, el cine, que en Bogdanovich, como en muchos otros de su generación, era algo más que una vía para dar rienda suelta a su creatividad, era una forma de ver y comprender el mundo, de respirar la misma vida.
Retrato psicológico, pero también físico, el de un hombre entrado ya en la vejez, pero en cuya mirada queda todavía la chispa de la pasión por su trabajo y todo lo que le rodea. Y aquí, aunque sea algo posterior en el tiempo, la cinta de Teck podríamos emparentarla con el reciente estreno de la película del crítico y director Mark Cousins, La mirada de Orson Wells. Centra Cousins su obra en una fotografía de Wells tumbado en una cama para acabar cerrando el plano sobre sus ojos. Es ahí donde encuentra el brillo, el origen mismo de la pasión de Wells y su manera de afrontar su obra. También es la mirada de una enorme derrota. Pasión y derrota encontramos igualmente en la mirada de Bogdanovich. Tras las bolsas de los ojos, bajo los párpados caídos, el gesto y el habla pausados, aparece de vez en cuando esa medio-sonrisa pícara que, a pesar de los golpes, deja asomar la vitalidad que aún guarda en su interior. Ese es el mejor homenaje que se puede hacer a Bogdanovich.
Pero, sobre todo, hablamos de cine, de una forma de concebirlo como espectáculo y, al mismo tiempo, como arte que, hoy más que nunca, conviene reivindicar, entre otras cosas porque quizá se haya malogrado para siempre en el marasmo de una industria dominada por las grandes multinacionales que, en la mayoría de los casos, ofrecen un producto carente de algo tan elevado y hoy tan poco apreciado como la emoción. No es infrecuente encontrar en los medios un falso debate que pretende establecer una confrontación entre un cine de autor entendido a la manera europea y la actual industria de Hollywood. Y aquí creo que muchos comentaristas están distorsionando deliberadamente los términos de la discusión para confundir. No se trata de despreciar una industria por despreciarla. Es que, de dos o tres décadas a esta parte, esa industria (salvo contadas excepciones, de ahí la presencia tanto de Tarantino, como cronista de aquel pasado y director, como de Wes Anderson) parece haberse entregado más al balance de resultados del box office mundial que a procurar obras que den muestra de un verdadero talento. Bogdanovich aparece aquí para reivindicar, directa o indirectamente, la herencia de los grandes maestros clásicos. Ford, Walsh, Capra, pero también Renoir. Bogdanovich es hoy uno de los grandes clásicos del cine, es el enlace, el puente entre aquellas ya viejas generaciones y lo que vendría en las décadas siguientes. ¿Qué ha pasado? Hoy, cuando todo el mundo se pregunta por qué el cine está perdiendo espectadores, quizá lo que cabría cuestionarse no es en qué consisten esos supuestos nuevos hábitos de consumo que han venido a sustituirlo, como si el espectador solo fuera una máquina a la que dirigir en base a algoritmos y vacías estrategias de mercado. ¿Qué se ha perdido?, sería la pregunta adecuada. Es el arte, podríamos decir. Esa es la lucha del protagonista de esta historia.
Bil Teck ha construido, con One day since yesterday, una obra que, desde lo particular, recupera aquella visión casi mitológica del artista y su trabajo. Eso es lo que hace aquí, elaborar un mito a la manera de las viejas leyendas del cine. Teck pone al artista y su vida en el podio que entiende que le corresponde y que ha perdido para situar de nuevo en el centro a su arte. Puede que haya quien encuentre todo esto algo desproporcionado. El artista es un ser humano como todos los demás y elevarlo a una categoría superior puede hacernos incurrir en algunos errores de bulto. Pero convendría quizá recuperar algo de aquella vieja admiración que se sentía por el hacedor, el maestro que opera tras las sombras de la obra. Es cierto, tampoco conviene idealizarlos, pero en la relación entre aquel que ofrece una buena obra de arte al mundo y ese otro que la recibe, no encuentro que haya nada malo en interponer un poco de gratitud, aquella que surgía de esa vieja concepción del cine como un espectáculo bien urdido. No hablamos de pleitesía, pues todos sabemos que el artista puede ser, también, un monstruo. Es algo de aquella vieja forma de maravillarnos ante aquello que se salía de lo ordinario, pero que, sin embargo, se refería a ello de otra manera, más alegre en este caso, más vivaz. Todo esto está, creo, referido en esta película. Admiramos al artista que ha perpetrado una obra y en esa admiración conectamos con lo hecho, la obra misma, aquello que nos transportó por unas horas a aquel otro espacio o lugar (estético, intelectual, emocional) que nos provocó aquellas sensaciones que luego llevaremos con nosotros el resto de nuestra vida. No hay nada de malo en disfrutar de esa complicidad tan inocente. Y puede que haya quien piense que todo esto no son más que digresiones gratuitas, pero es que es así, precisamente, como empieza este interesante trabajo, con esta frase que el actor James Stewart (otro clásico) dejó al propio Bogdanovich: “cuando haces películas, lo que haces es darle a la gente pequeños pedazos de tiempo que nunca olvidarán”. Palabra de Stewart. GERARDO LEÓN