La primera proyección de la sección oficial a concurso de la Mostra corría a cargo del director tunecino Nacer Khemir que, junto a una de las actrices protagonistas de su cinta Whispering sands, llegaba a nuestra ciudad a presentar su trabajo frente a público y prensa. Whispering sandscuenta el viaje de una turista canadiense de origen turco que se desplaza al desierto junto a un guía local con una misteriosa misión. Durante el trayecto, ambos visitarán distintos espacios y gentes de la región, todo ello aderezado por historias que, a modo de parábolas, el guía le cuenta a la turista durante el viaje y que sirven al director para hacer inventario de una geografía, el desierto, y unas gentes sumidas hoy en la pobreza, así como la relación entre la modernidad y la sabiduría que atesora ese mundo tradicional que se está descomponiendo ante sus ojos.
Para Nacer Khemir, su película ofrece una reflexión “sobre la pérdida y la desaparición de las cosas. Tenemos pueblos que han desaparecido y junto con los pueblos han desaparecido historias y vidas. Cuando el guía vuelve a los lugares de su infancia no hay más que ruinas. Hay una gran destrucción en este mundo árabe. Y si no es una destrucción física, sí es una destrucción del imaginario, de la personalidad. Yo he querido reflejar el dolor de esa pérdida porque no he querido hablar de violencia porque la violencia para nosotros está en la actualidad cotidiana”. Para Khemir se trataba de alejarse de las formas del cine dominante y adoptar o reivindicar otras maneras de contar, propias de su cultura y su tradición, otra voz. “Desde mi primera película, he querido trabajar en cómo contar historias de una manera diferente de los demás. Es muy importante que cada cultura conserve su forma de narrar una historia porque contar una historia no son hechos, es una geografía imaginaria. De hecho, en la tradición los árabes eran vistos como grandes contadores de cuentos, no solo por Las mil y una noches. Las mil y una noches, de alguna manera, ha afectado a todo el imaginario universal. Se trata de conservar esto para hablar del dolor de hoy.”
Forma y fondo quedan así imbricados, no solo a la naturaleza de una narrativa, sino de esa misma geografía humana que trata de mostrarnos. La misma forma de construir físicamente el relato durante el rodaje ya estará condicionada por esa necesidad. “Yo lo que hago es empezar a rodar cuentos con gente que, aparte de Noura Saladin y Hichem Rostom [que interpretan a la turista y su guía] no son actores, son gente de pueblo. Voy a un pueblo, voy a la plaza, tengo un tema en la cabeza y le pregunto a la gente, ¿quiere usted actuar para mí? ¿Quiere venir conmigo? Sin preparación. Se le viste, se le maquilla y adelante. Está hecha así toda la película”, comentaba el propio Khemir. Una forma de escoger a sus “actores” que responde a la necesidad de dar voz a aquellos que verdaderamente protagonizan los relatos que nos cuenta. “Yo tengo una enorme confianza en estas personas, son capaces de todo. Pero hay que tener confianza en ellas. Mirarlos de otra manera. Y además son sus propias historias. Es una satisfacción personal. Es como un pintor que va con su paleta para hacer bocetos y hace bocetos de un árbol, de un cordero, de una persona. Y si yo pido algo que el actor no puede hacer, entonces le pido algo que puede hacer. Y ya está. Para mí es importante desde el punto de vista pedagógico hacerlo así, porque yo quiero que el cine se proyecte en las escuelas. La imagen es el verdadero revolver mundial hoy porque las imágenes nos dicen cómo tenemos que ser, cómo tenemos que pensar, cómo tenemos que vivir. Y yo lo que les digo es: la imagen sois vosotros. Es un juego.” Un juego que aspira a superar las apariencias para ir al verdadero meollo de la cuestión que aquí se dirime y que, presente en los diálogos a modo de guía de los actores principales, fundamentan este trabajo. “Nosotros pertenecemos a otra forma que es la oralidad por eso he hecho una película oral, que cuenta. Es una película pedagógica para contar la relación entre oriente y occidente y para desmitificar la imagen. Yo he visto una cosa, desde siempre, y es que la cultura dominante lo que hace es descalificar a los demás y decirles, no estáis en el mundo. Quitaros esas ropas, cambiar de ropajes para poder entrar en el mundo. Y la respuesta es que no hay solo un mundo, hay mundos. Como cosmos. Pero esto hay que recordarlo.”
Esta confrontación entre occidente, como cultura dominante, y esos otros mundos que plasma Khemir en su obra quedan reflejados en un pensamiento, que sale a relucir cuando reflexiona sobre las causa y consecuencias de los desequilibrios que se producen en la actualidad. “Hablamos mucho de cultura, pero el verdadero motor no es la cultura, sino cómo echar la zarpa a las riquezas de los demás. Y gran parte de lo que el mundo árabe sufre se debe a tener el petróleo. El proyecto era colocar una familia afín a los Estados Unidos en Arabia Saudí para mantener las cosas como están. Y ningún país occidental les va a reprochar nada. Hablamos de cultura, de moral, pero no hay moral. No está en ningún sitio. Y la solidaridad es lo último de todo.” Con este horizonte, la verdad, la realidad, aquello que nos cuentan y que construye nuestra sociedad y la manera que tenemos de ver el mundo queda sometida, en palabras del director, a una relación de fuerzas. Sin embargo, hay esperanza. “La verdad no es lo mismo para un rico que para un pobre. Yo lo que intento es no ceder, no acabar diciendo: está todo jodido. Tenemos una fuerza frente a nosotros terrible, pero tenemos que seguir creando esperanza. Por ejemplo, crear esperanza puede consistir en crear una escena con colores bellos, no como impone el mercado. Dice Dostoyevski que la belleza salvará el mundo. Yo no lo sé si salvará el mundo, pero lo espero. Es complicado porque los pobres en el fondo no cuentan más que con su vida. No tienen nada más. Y, aun así, quizá es por eso por lo que están más cerca de la verdad”.
Pero, ¿dónde está la solución? cabría preguntarse. “La cuestión no es ser marroquí o tunecino o español, sino tener acceso a una cierta cultura. Una manera de vivir, de comer, de gustar la vida, y no quedarnos atrapados en la red de una multinacional que nos dice lo que tenemos que hacer. Realmente el individuo ahora tiene más posibilidades de vivir y más acceso a la belleza del mundo. ¿Qué le falta entonces? Le falta, a lo mejor, un tiempo corto, al principio de su vida, para aprender la libertad. Es decir, tener una estructura de lenguaje. Puede ser pictórico, visual o de pensamiento. Y si no se tiene este acceso a esta libertad, se construye. Y solo se puede construir en el lapso de tiempo que dura la infancia. Para mí esa es la apuesta si queremos cambiar la sociedad.” Para Nacer Khemir, contrariamente a lo que podríamos pensar, esto no es muy complicado. Hay que entender, primero, que el mundo no es más que lenguaje y para ello, el individuo tiene que tener acceso a las emociones que produce la estética, la belleza. Un descubrimiento que, si se hace cuando uno es joven, bloquea cualquier alienación. “Porque no es comercializable. Por ejemplo, estar enamorado no es comercializable. O amar un color, no es comercializable. Y esa emoción es la parte más importante del ser humano porque de ahí sale la creatividad del hombre. No resuelve los problemas, pero da alas para volar.” G.LEÓN