“El arte nunca ha sido tan feo como en esta época”

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Cuando uno va a ver una película de Juanma Bajo Ulloa, debe saber de antemano que va a introducirse en un mundo muy particular. Esta ha sido la línea que ha marcado su cine desde el comienzo de su larga y, sin embargo, poco prolija carrera. Ulloa, como comentaba en la presentación de su último trabajo en los cines Lys de Valencia, que se estrena este viernes en salas comerciales, se mueve desde los márgenes, y es desde ese lugar de dónde extrae sus personajes y sus historias. Los márgenes del sistema, los márgenes del subconsciente, los márgenes de la realidad y la imaginación.

Será en ese mismo espacio al margen donde recogemos a la protagonista de Baby, una joven adicta que tiene un niño en la soledad de un mugriento apartamento situado en un bloque de edificios de una ciudad que podría ser cualquiera. Su adicción a la droga la hace desatender a la criatura, que sobrevive de puro milagro hasta que una asistente social se compadece de ella y le entrega a la madre el teléfono de una extraña mujer que podría solucionarle su situación. Quizá porque no sabe lo que hace, quizá por el dinero que espera ganar con ello, nuestra protagonista entrega a la criatura a esta extraña matrona que parece comerciar con recién nacidos que vende a familias de alto nivel social. Pero, una vez cerrado el trato, la joven madre se arrepiente y tratará de recuperar a su hijo. Para ello, tendrá que introducirse en la no menos extraña mansión en la que vive la matrona, un lugar que parece que haya salido de un oscuro cuento gótico. Y es así como da comienzo esta historia, precisamente, como un cuento.

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Ya desde su misma concepción, Baby es una pieza que puede considerarse como un pequeño milagro. Rodada entre los años 2019 y el comienzo del 2020, la expansión de la Covid vino a poner la zancadilla al proyecto en pleno proceso de post-producción. Unas dificultades que, felizmente, acabaron planteando nuevas soluciones creativas. Al mal tiempo, mejor cara, podríamos decir. “La pandemia no nos ha afectado especialmente porque, afortunadamente, habíamos acabado de rodar. Lo que sí ha provocado es una dilatación en la post-producción, especialmente con la grabación de la banda sonora que se iba a hacer en el País Vasco, donde se ha rodado toda la película”, comentaba Bajo Ulloa durante su presentación en los Lys. “Por las medidas de seguridad, no encontrábamos una orquesta que pudiera grabarlo y, al final, lo hemos tenido que hacer en Bulgaria con la orquesta de Sofía, algo que, finalmente ha sido muy afortunado porque es una de las mejores orquestas de cuerda que hay y, sobre todo, porque tiene mucha experiencia en hacer música para cine. Entonces, todo lo que se iba torciendo en términos de dilatación del proceso lo veo, con el tiempo, como afortunado”.

Tras su anterior cinta, la comedia Rey gitano, Baby significa un claro regreso de Bajo Ulloa a sus primeros trabajos para la pantalla. La concepción de la imagen, muchas de las temáticas que aborda, nos remiten a aquel joven director que ambicionaba, sobre todo, incomodar, poner al espectador en una posición que le interrogue o hacia el que se niega a hacer concesiones que le hagan el trayecto más placentero o cómodo. De hecho, a veces la película tensiona nuestra resistencia para enfrentarnos a ese lado verdaderamente oscuro de la vida que nos presenta el autor. “Me preguntan mucho si he vuelto a los orígenes y la respuesta se hace repetitiva, pero solo puedo responder que no me he ido. Este es el universo que me interesa, creo que ya estaba en mis cortos, y estaba muy claramente en otras películas más personales o íntimas. Está en Alas de mariposa, en La madre muerta, en Frágil; es un universo dolorido, de cuento para adultos, donde uno puede encontrar esa esencia que me interesa tanto y que va directamente a los anhelos y los miedos del alma humana. Es el mundo de la infancia, el mundo de la maternidad, el mundo de la creación y, sobre todo, el concepto de amor y la capacidad que tiene el amor para curar o para dañar”, decía el director vasco.

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Pero si queremos acercarnos a Baby quizá lo primero que tenemos que comprender es que estamos ante un aparato fílmico que no renuncia al artificio o a un cierto manierismo que, podrá gustar más o menos, pero que es deliberado. Tras un duro comienzo realista en el que se nos resume la vida de su personaje principal, Ulloa nos introduce en un escenario donde lo grotesco choca constantemente con nuestra percepción de lo verosímil. Dos extremos que confrontan lo consciente con lo subconsciente, el sueño con la vigilia, la fantasía con el vacío de lo cotidiano. En este sentido, la primera sorpresa que nos depara la cinta es que en ella no existe ni una sola línea de diálogo, lo cual ya es, de por sí, un reto para el público contemporáneo. Cine que entronca o se enraíza con los orígenes. Pero no estamos ante una película muda. De hecho, el trabajo de sonido que hay detrás de las imágenes se presenta como un soporte fundamental, no solo por su textura técnica, sino por su sentido y aportación al desarrollo narrativo del relato. Este recurso a prescindir del diálogo no es algo novedoso en el cine de Bajo Ulloa. De hecho, ya en Alas de mariposa o en La madre muerta o, incluso, en Frágil, empelaba ese vacío de diálogos durante largos pasajes. Algo de todo ello ya debía estar rondando por la cabeza del director que, al final, se atrevió a ponerlo en práctica. “Yo me he encontrado entrevistas en las que digo que mi película ideal es una película sin diálogos. No lo recordaba, pero alguien me recordó hace poco que lo había dicho (…) El creador utiliza muchas veces el texto por miedo y por comodidad. También por esto que sucede actualmente que es que todo tiene que estar mascado y que se considera al espectador como un simple consumidor que no tiene criterio, cuando hay elementos mucho más interesantes y que, además, son propios del cine”, comentaba Ulloa. “En la primera versión de la película, había texto. También había más personajes y más decorados, pero, intentando ir a esa esencia, a ese deseo de ser puro con el sentimiento que tenía y con la narración, fui eliminando personajes, decorados, llegué a eliminar, incluso, a los figurantes, y el texto quedó reducido a su mínima expresión. Se rodaron unos pequeños textos que, en el montaje, me decidí a eliminar porque me pareció que no estaba siendo honesto con lo que estaba haciendo. Ha sido un proceso. Sí es verdad que, inconscientemente, igual lo deseaba, pero ha ido ocurriendo.”

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Esta decisión formal, lleva a Bajo Ulloa a trabajar con los actores desde la pura expresividad, al no disponer del apoyo de un diálogo que explique o sugiera lo que sienten o piensan en cada momento. Una apuesta que condiciona, sin duda, el desarrollo de un relato que solo se apoya en acciones, en las miradas y las expresiones para exponer los sentimientos y emociones que aquí se ponen en juego. De nuevo, volvemos al cine mudo para entender esta apuesta. Pero Ulloa no rehúsa emplear todo el potencial simbólico y metafórico que le ofrece la puesta en escena y, sobre todo, el montaje. Apoyado en una banda sonora casi permanente, el sentido último de este trabajo se cobra en la contraposición entre imágenes cuyo valor se mide desde aquello que sugieren a un espectador al que se le abren un abanico de lecturas tan amplio como las miradas que se pongan frente a la pantalla. Así, acompañando a las peripecias de los personajes, como testigos impasibles de las desdichas que asoman a las vidas de los seres humanos, aparecen aquí una serie de imágenes de animales que bien podrían recordarnos, en su función discursiva, a La noche del cazador de Charles Laughton. Un ciervo, una araña que devora a un saltamontes que ha caído en sus redes, unos cuervos que graznan mientras sobrevuelan el paisaje en el que suceden los hechos o el mismo ruido de la lluvia se alzan, así, en lectores de esas sensaciones que trata de trasmitir la película. La naturaleza cobra, de esta forma, un valor esencial. A pesar de que Ulloa se oponía a dar una explicación consciente y concreta del significado de estas imágenes, nos daba algunas pistas al respecto. “La intención de la película es expresar que no hay separación ni diferencia entre unos elementos y otros de este planeta, que todo es un organismo que está interconectado, es un ecosistema”, comentaba. “Tenemos la percepción de que todo son herramientas a nuestro servicio, pero no es cierto. Y nunca ha sido menos cierto que ahora y nunca hemos tenido tanta información para entender que no es cierto (…) En la película no hay distinción entre personajes humanos o personajes animales o las plantas o la lluvia o la casa, que también es un personaje. La conexión es tan grande que cualquier desequilibrio con ese ser que somos provoca un conflicto, un problema, una enfermedad. Esa es la intención, crear esa atmosfera en la que uno está participando todo el tiempo de una acción-reacción. No solamente los elementos de la película, animales y humanos, están conectados, sino que, en sus acciones hay una reacción”.

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Buscando esa interpretación, podríamos decir que Baby es una película que nos habla, sobre todo, de segundas oportunidades. La protagonista llega hasta esa misteriosa casa en la que vive la matrona en busca del hijo que acaba de entregar. Sin embargo, no parece saber lo que desea, se encuentra en ese estado en el que ninguna solución parece la apropiada. Y ahí, en medio de las crisis es cuando nos preguntamos, ¿quién soy? ¿Podemos corregir los errores que hemos cometido? Pero esa segundad oportunidad no llegará desde el exterior, sino desde dentro de nosotros mismos. “La película trata de la metamorfosis y del viaje iniciático de una persona que ha tocado fondo, que está sumida en el miedo, en la debilidad, en esos paraísos artificiales, y que no se cree, y si no te crees no te quieres, y si no te quieres no quieres a nadie. ¿Qué sucede dentro de esa pesadilla? Primero que se mira al espejo, que empieza a ser capaz de reconocerse y, a partir de ahí, desde la debilidad más absoluta, va encontrando elementos de fuerza. Y finalmente se descubre, no solo queriéndose a sí misma, sino siendo capaz de amar al otro”, explicaba Bajo Ulloa.

En ese camino, aparecen aquí algunos de los temas más queridos por el director, como es el caso de la infancia o la religión, que se abordan desde una peculiar polaridad en la que las fronteras entre su beneficio o el perjuicio que se derivan de ello quedan difusas, diluidas. La infancia es el terreno de la inocencia, pero también aparece como un espacio perturbador. De la misma firma, la religión, igual que nos ayuda ante la incertidumbre, nos muestra el reverso tenebroso del amor al insuflarnos un miedo primigenio que nos paraliza. “Si hay una cosa que hay en la película es dualidad. Y si hay una cosa en la naturaleza y en la vida es dualidad”, adelantaba el realizador. “Nos gusta colocar las cosas en un sitio, el cine nos ha conducido mucho en esta dirección, y si hablamos del cine norteamericano, todavía más. Los malos y los buenos, existe esta simplificación, pero no es cierto. El mundo es polar. Siempre hay un lado y otro, siempre está lo positivo y lo negativo. La pandemia es terrible o maravillosa, según para quien. Para algunos humanos es terrible. Pero, ¿y para el organismo que somos todos? Maravillosa. Hemos parado la huida hacia delante. Hay pues, dos formas de verlo.”

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Con Baby, Juanma Bajo Ulloa vuelve a reivindicarse como ese director que antepone el cine y sus ambiciones artísticas a las imposiciones de una industria que quizá no lo haya reconocido como merece o, al menos, como se esperaba de aquella joven promesa que marcara a toda una generación de espectadores al comienzo de la década de los 90. Un cine hecho con las manos, como le gusta decir. Esa misma actitud que hoy, como ayer, reclama una libertad creativa cada vez más rara, por disidente. “Si en la época de la dictadura hubo una censura pura y dura, en la época actual el estado y los gobiernos, el poder, se ha ahorrado ese ministerio porque ha convertido a los espectadores en censores. Ya no es necesario que nadie corte las películas. Los guiones libres ya no se escriben porque los propios guionistas se autocensuran, las productoras solo producen lo que coincide con el pensamiento único y los espectadores han sido convenientemente adoctrinados para señalar con el dedo aquello que no es adecuado”, reflexionaba Bajo Ulloa ante los medios. “El poder siempre trata de acallar la libertad creativa o tenerla bajo su regazo y bajo su control. Dicho esto, la manera que ha habido toda la vida de saltarse esa censura ha sido mediante la metáfora, el símbolo y mediante la narración no directa. Creo que las películas que se están haciendo y el arte que se está haciendo es un arte racional. El arte nunca ha sido tan feo como en esta época. Sales a la calle y ves los edificios que hacen nuestros arquitectos, las plazas que hacen… ¿Las hacen ellos o los ordenadores? Las películas las hacen los ordenadores, la música la hacen los logaritmos y las personas van por la calle conectadas a máquinas. Es una desconexión total de la realidad”. Frente a esta realidad tan perturbadora, Bajo Ulloa reclamaba la figura de un creador que trabaje desde los sentimientos y las emociones, no desde esa racionalidad que, entiende, ha cambiado de forma perversa las reglas del juego. “Yo creo que el creador tiene que crear desde la visceralidad, desde las tripas y desde la emoción, y eso siempre va contra el sistema, es incompatible. Yo nunca he comprendido a esta gente que cree que los creadores que son aupados por el sistema y están en las portadas de todas las revistas son independientes. Me hace mucha gracia esa confusión. Hay cineastas del sistema, los conocemos. Son dos o tres, y están en todos los sitios y hacen las cosas, y ruedan todos los años. Algunos tienen talento y otros menos, pero están bajo esa disciplina. Y está ocurriendo una cosa que a mí me parece chocante, pero que es muy gráfica. Yo creo que un político debería ser un profesional que, desde la racionalidad, maneja los recursos públicos para mejorar la vida de los ciudadanos y los artistas deberían ser personas irracionales, viscerales, emocionales que hacen lo que les sale. De hecho, no saben por qué lo hacen ni lo pueden saber. Lo hacen porque no pueden evitar hacerlo. Pero estamos en una sociedad en la que los creadores son racionales y los políticos son viscerales. Es el mundo al revés.”

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En este contexto, levantar una película como Baby se hace, a ojos del director vasco, una tarea casi bíblica. “Cuando una película no está ni en la corrección política ni en esa ideología y, simplemente, cuenta una historia y va por libre y tampoco pertenece a esa maquinaria pseudo-industrial que tenemos en este país, se vuelve muy complicado porque lo que llamamos creación libre básicamente ha desaparecido o está desapareciendo a marchas forzadas. Afortunadamente, contamos con el apoyo de la diputación de Álava porque estábamos tratando de rodar en nuestra tierra, que fomentó que otras instituciones la apoyaran y por fin entró Televisión Española y la película se levantó. Así que ha sido muy difícil. Ha costado cuatro años levantarla. Y la pregunta que surge es, ¿podré volver a hacerlo? Y la respuesta es el suspense, la incertidumbre”, reflexionaba Bajo Ulloa frente a su futuro más cercano. Esperemos que esa incertidumbre se despeje más pronto la próxima vez. GERARDO LEÓN

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