Segunda sesión de la Sección Oficial de La Mostra de València y, con ella, dos películas radicalmente diferentes, tanto en la temática o los asuntos que abordan, como en su propuesta formal, estructuras y criterios dramáticos y discursivos.
En Por la libertad (The end will be spectacular, en su título en inglés) nos situamos en la ciudad de Diyarbakir, en el sureste de Turquía, en concreto, en el año 2015. Rodeada físicamente por las milenarias murallas asirias que delimitan su centro, la mayoría kurda que la habita se siente política y socialmente sojuzgada por el férreo control que el gobierno turco ejerce sobre la población. Ante esta situación, un grupo de jóvenes kurdo decide organizar la resistencia y enfrentarse a los opresores. Con métodos precarios, se organiza una guerrilla urbana que logrará desafiar, primero, a la policía, luego al ejército que vendrá a sustituirla según se vayan sucediendo los enfrentamientos, hasta convertir la ciudad en un auténtico polvorín.
Dirigida por Ersin Çelik, Por la libertad es, en realidad, una obra colectiva resultado del trabajo de la Rojava Film Commune, un colectivo afincado en la ciudad Siria que le da nombre, muy próxima a la frontera con Turquía, y que tiene por objeto el desarrollo de varios proyectos relacionados con el cine dentro de su comunidad. Como explicaba uno de los productores de la cinta, Diyar Hesso, las tareas de la Rojava Film Commune se centran en tres frentes dentro de la región: la educación y formación de jóvenes cineastas, la proyección de películas en una zona donde las salas de cine son inexistentes, habilitando espacios como teatros y centros sociales, y la producción de películas. Con un carácter claramente reivindicativo, la Rojava Film Commune nace con la intención, en palabras del propio Hesso “de cambiar la perspectiva de cómo se cuentan las historias de nuestra región, siempre contadas desde una perspectiva extranjera. Generalmente, estas historias están hechas por los medios más maintream internacionales que retratan a una gente que tiene unos bellos rostros, pero están pobremente educados y siempre están luchando contra el ISIS. Nunca reflejan la verdad y con frecuencia son, incluso, despectivos con la revolución, con la gente, con aquello por lo que luchan o en lo que creen o lo que está sucediendo allí. Así que queremos cambiar esa narrativa”.
Esa intención política y discursiva marca de manera sustancial todas las soluciones formales de este trabajo. Por la libertad hace su apuesta dramática colocando la cámara al lado de la milicia resistente y no se separa en ningún momento de ese punto de vista. A partir de aquí, más que un relato, lo que vamos a presenciar son una serie de situaciones que sirven de espejo de lo que fue aquella situación de asedio y resistencia que sufrió la ciudad. Como quedaba constatado en la pantalla y luego confirmado por sus responsables, es la memoria de los combatientes lo que queda reflejado aquí, son sus experiencias las que vertebran y dan sentido a la cinta. Tal es así, que serán los propios combatientes los que se representen a sí mismos en la ficción. “Dos de los supervivientes del asedio se representaron a sí mismos. De hecho, la mayoría de los combatientes [que aparecen en la película] se representan a sí mismos porque todos han luchado en distintos frentes. Al final, todos han vivido estas historias en primera persona. Por ejemplo, uno de los comandantes luchó en Raqa (capital del ISIS), y se unió al equipo de la película porque sabía de la importancia de narrar esta historia. Con ellos, acordamos que no era posible liberar el país únicamente luchando. Si no contábamos la historia, no iba a pervivir. Era una forma de que estos camaradas sobrevivieran en la historia. El guion se redactó tras las reuniones que mantuvimos con los supervivientes del asedio, para que ellos pudieran contar su propia historia,” comentaba el productor.
Este carácter casi biográfico o documental, impregna toda la película y contiene, en sí mismo, las intenciones de sus responsables. “El asedio no solo fue un asedio militar, sino un asedio de narrativa. Es decir, el gobierno turco no quería que esta historia, contada desde la región, saliera fuera. Querían borrar toda la historia”, explicaba Diyar Hesso tras la proyección. Para los actores que participaron en la producción, este carácter de memoria personal marcaba la experiencia de lo que significó el rodaje y, por lo tanto, la recreación de unos sucesos que ellos mismos habían vivido. “A nivel emocional lo difícil fue contar la historia de sus propios amigos, sus propios camaradas, con los que habían vivido muchos momentos, y algunos de los cuales ya no están con nosotros, están muertos. Algunos de los actores y parte del equipo que participó en la película también murieron en la resistencia contra los turcos. Por otra parte, es triste, pero la historia, desafortunadamente, continúa, porque la guerra continúa en otros lugares del Kurdistan.”
Pero, ¿cómo se produce una película de esas características en una región tan castigada económica, social y, sobre todo, militarmente? “Desgraciadamente, no tuvimos que reconstruir la ciudad. Filmamos en Kobane en 2016 tras otro asedio. Todos los vehículos militares que vemos en la película son los vehículos del ISIS de los que se apropiaron las fuerzas kurdas” explica Hesso. “Obviamente, también tuvimos un gran apoyo popular. Todos los extras son los habitantes del barrio en el que rodamos, que se prestaron a hacerlo de forma voluntaria. Gran parte del equipo de rodaje también es voluntario. Y luego, contamos también con financiación local del Ministerio de Cultura y, de nuevo, con mucho apoyo popular alrededor del mundo. Como productor de la película, no está bien que lo diga, pero la película tuvo miles de productores.”
Si bien la Rojava Film Commune había producido anteriormente otros trabajos documentales, serían los modos de la ficción los que acercarían a sus responsables a las intenciones últimas de este trabajo. Como narra Diyar Hesso: “En cierta manera queríamos evitar la forma en la que los medios narraban la historia de la región. Por ejemplo, cuando hay pequeñas refriegas, como cuando las fuerzas aéreas de la coalición luchan en pequeños pueblos en el desierto contra el ISIS, eso sale enseguida en los medios de todo el mundo. Pero nadie narra que, de repente, el centro histórico, con su población, fue destruido. Eso no sale en las noticias. Y por eso queríamos contar una ficción basada en hechos reales, con personajes reales, con historias verdaderas… El objetivo es que esta historia perviviera en el tiempo y llegara a un público más amplio, lo cual era muy importante para este proyecto.”
En una dirección diametralmente opuesta, la segunda sesión de proyecciones de La Mostra nos ofrecía la primera producción enteramente española de esta edición. Se trataba de La viajante, primer trabajo largo del realizador canario Miguel Mejías. Una pieza difícil de describir y cuya leve línea argumental apenas nos da unas pistas de las intenciones de su responsable. Aquí tenemos a una mujer, Ángela. Con ella, al principio de la cinta, su madre. Tras la muerte de ésta, Ángela emprende un viaje sin destino por tierras canarias que la llevará a distintas situaciones, encuentros ocasionales con otros personajes, como Miquel, un hombre que recoge en la carretera y con el que comparte algunas experiencias, almas igualmente perdidas, como ella, en busca de un algo inasible que se respira en el aire. Por cierto, a Ángela le gusta rodar cosas con una vieja cámara de super-8. También le gustan las mariposas y los insectos.
En palabras del propio Mejías, Ángela “es una especie de alma errante que se dedica a llevar desconocidos, casi como una vampira, que es como funciona el cine y la cámara, ese querer succionar a los demás, querer alimentarse de eso”, comentaba frente al público en su puesta de largo del festival. “Todo gira en torno a ese concepto de cómo nos enfrentamos a la muerte, cómo decidimos vivir ante esa experiencia de la muerte y cómo influye ésta en nuestras decisiones. Es un poema oscuro. En cada plano, emana esa idea de la finitud de la conciencia y de la muerte.”
En La viajante aquello que nos cuenta no se halla tanto en el desarrollo del relato, como en establecer las relaciones adecuadas entre lo que vemos y aquellas sensaciones que nos produce como espectadores y esas asociaciones que establecemos y que apuntan a una percepción muy íntima de la vida. Eso deja al espectador solo ante las imágenes, sin un asidero fuerte al que sujetarse y que garantice la comprensión. Estas guías maestras, sin duda condicionaron la interpretación que la actriz Ángela Boix hace de este personaje de mirada siempre perdida hacia un más allá al que parece que interroga, pero que no le ofrece respuestas. “Yo creo que la película, sobre todo, son preguntas, más que un intento de dar respuesta a cosas. Se trata de la experiencia de cómo repercuten esas preguntas en uno y de cómo uno se relaciona con lo que no sabe, de uno mismo y lo que no sabe de la vida”, explicaba, a propósito de su Ángela en la ficción, la Ángela actriz acompañando a Mejías en la presentación de este trabajo. “En ese sentido, no era una preparación basada en la construcción de un personaje, sino en poder permitirme y permitirnos habitar y vivir esas preguntas, hacernos esas preguntas de verdad. Quién quiero ser, cuánto tiempo me queda en esta vida, qué quiero, qué necesito, lo que quiero y necesito, ¿son iguales?, ¿coinciden o no?, cómo es estar aislado, cómo se traduce ese aislamiento en el cuerpo de uno.”
Sin duda, en esa búsqueda de respuestas o, mejor dicho, de preguntas, el paisaje jugaba un papel principal. Paisaje como espectador de los dramas que asolan a los individuos que lo habitan, pero también como reflejo de sus sentimientos. En ese sentido, podríamos decir que el entorno queda transformado por el que mira. “Cuando estaba haciendo esta película, para mí había algo importante que era una búsqueda de un reencantamiento de la mirada sobre las cosas, un reencantamiento del cine, también. Me apetecía devolverle al cine ese velo mágico de antaño. Yo amo el cine social, pero esta película me pedía eliminar el tiempo y ubicarla en su propio mundo, que fuera un viaje hacia lo misterioso, incluso con momentos de fantasía. En ese sentido, se buscaba esa descontextualización de todo. También para que fuera un encuentro más primitivo con la naturaleza”, comentaba Mejías a preguntas de la prensa.
Esa mirada propia, personal, encierra en sí misma toda una declaración de intenciones del director con respecto a lo que el cine debe o puede ofrecer al espectador contemporáneo. Una reflexión necesaria en estos tiempos en los que tanto nos preguntamos sobre la pervivencia o no de esta forma de expresión. “A mí me interesa el cine como un lenguaje propio. Creo que el cine tiene que ser una experiencia sensorial, y más ahora que nos dan todo como muy masticado. En ese sentido, la película intenta dar un golpe sobre la mesa y recordarte que en el cine tienes que meterte, tienes que querer sentir las cosas, que no todo es claro, que siempre hay misterio entre los personajes, que hay preguntas que no se responden. Como Ángela, tenemos que irnos sin saber realmente qué sucede”, respondía Mejías. “Y lo que busco es eso, atmósferas, espacios donde habitan esas preguntas misteriosas. Existen en nosotros, pero con tanto estímulo, con tanta tecnología, con tantas cosas nos olvidamos de que todavía también tenemos la música dentro, que todavía suceden cosas increíbles, cosas de las que no tenemos respuestas. Es un poco indagar en ese “todavía”, casi una búsqueda de Dios.”
En el centro de todas estas reflexiones, lo que encontramos es un individuo aislado, precisamente cuando, nos dicen a todas horas, estamos más conectados que nunca. Ese aislamiento lo encontramos en el propio viaje de Ángela, en su mirada, pero también en la mirada de su propia madre, en la evidente distancia que existe entre los personajes, y entre estos y el entorno, ya sea la ciudad, donde la gente vive encerrada en sus casas sin saber nada de los otros, como más lejos, en ese allí siempre distante que, vamos comprendiendo, Ángela nunca alcanzará porque quizá no esté en ningún sitio. “Me apetecía intentar parecer que es un mundo vacío. Un mundo donde la gente no se comunica. Hay pequeños guiños a cierta comunicación digital, a ciertos habitáculos donde viven los otros. La peli está hecha antes del confinamiento, pero hay una idea de comunicación sin comunidad que hoy existe, que es como funciona nuestra sociedad neoliberal”, comentaba el director canario. “En la película los personajes están aislados del mundo, por lo tanto, la cuestión es hasta qué punto nuestra identidad se construye a partir de nosotros mismos o del otro. Creo que en la relación con la madre o Miquel los nexos son más claros. Hasta qué punto necesita una representación humana o hasta qué punto está Ángela interesada por Miquel, hasta qué punto le interesa el individuo o, simplemente, le interesa no estar sola. Hasta qué punto ella “es” sola”.
Esta doble visión subjetiva y objetiva al mismo tiempo, íntima, pero que rehúye toda explicación, marca la posición de Mejías con respecto al espectador, verdadero protagonista de este trabajo, pues será él, su disposición ante las imágenes, lo que determina el sentido último de esta pieza. “Yo al espectador le invito a un viaje y le cedo el pensamiento. A mí no me gusta imponer mi pensamiento. Yo te ofrezco un mundo y tú decides habitarlo o no, y ahí tus preguntas salen a flote. Tus preguntas, no las cosas que yo quiero que reflexiones. Desde ahí, respeto mucho al espectador”, concluía Mejías. “Para mí el cine tiene que ser una contracción existencial. Tiene que removerte y hacerlo a partir de las entrañas, no de la dramaturgia. Desde ahí, intento agarrar al espectador desde los sentidos, desde las sensaciones, pero en lo que es significado, le invito a que saque sus propias conclusiones.” G.LEÓN