¡No!

au-no-h

¡No! ¿Por qué no? Porque no quiero. Pero, chico, ahora que puedes salir a la calle, ¿y no quieres? No me apetece. Pero, ¿cómo que no te apetece? No tengo ganas. Bueno, pues me da igual. Tengas o no tengas ganas, te vistes y se acabó. ¿Por qué? Porque yo te lo digo. No vamos a quedarnos en casa todo el día. El niño se quedó muy serio, sentado en el suelo, mirando la tele. ¿Me has oído o qué?, le dijo ella, y el niño levantó la cabeza y miró a su madre con cara de no estar muy de acuerdo. Venga, vamos. Que hay que tomar el sol, que hace un mes que no sales y te vas a quedar más blanco que la pared. Pero, ¿por qué?, le preguntó el niño. Porque sí, porque tienes que salir y hacer algo de ejercicio, que no te mueves nada. ¿O no has oído lo que han dicho los doctores? No sé. No sabes, qué. Es que no me apetece. Que ya sé que no te apetece, pero me da igual. Venga, vamos a vestirnos. Pero el niño no se movió ni un dedo. Desde luego, eres más cabezón que el idiota de tu padre, pensó ella, pero no le dijo nada, claro. Era su hijo. Pensar eso la puso de mal humor y se fue a la cocina. Se puso un café. Mejor lo intentaba más tarde. Tenían todo el día. El primero que podían salir a la calle y ahí estaba el muy zángano, mirando la televisión, como un idiota, se dijo. Claro que ellos qué saben de lo que está pasando. No entienden nada. Ellos con no ir al colegio, ya tienen suficiente. Hay quien pagaría porque le dejaran salir un rato y él va y me dice que no tiene ganas. Lo dicho, que es como su padre, le gusta llevarme la contraria en todo. Por llevarla. Si le dices que se bañe, no le viene bien, si le dices que coma, te contesta que no tiene hambre. ¿Cómo no puede tener hambre un niño a su edad? Y el caso es que luego se come todo lo que le pongo, porque el cabrón sí que tiene hambre. Ya lo creo. Así está el tío. Lo hace solo para hacerme rabiar. O para llamar la atención. Si es que el pobre, está tanto tiempo encerrado que se ha acostumbrado a estar en casa, y a ver quién es el guapo que lo mueve ahora. Total, si no puede ir al parque ni jugar con sus amigos, ¿qué vamos a hacer? Daremos una vuelta a la manzana, por lo menos. Y con el día que hace. Coño, que parece que lo hayan hecho a propósito. Vaya sol que ha salido. Pero claro, ellos, ¿qué entienden de estas cosas? Tantos días convenciéndoles para que no se movieran, ¿cómo les haces ver ahora que ya no pasa nada? El otro día me preguntó, ¿pero ya se ha ido el virus? Y yo, claro, como no podía mentirle porque lo ve todo por la tele, le dije que no, por supuesto. Entonces, si no se ha ido, ¿para qué vamos a salir? Y ahí el niño tenía más razón que un santo. Si es que ellos, a su manera, también piensan. Y se dan cuenta de las cosas, aunque a veces a nosotros nos parezca que no es así. Pues no va el otro día y me pregunta que por qué no iba a trabajar, que si yo también estaba de vacaciones. Y yo le dije que aquí nadie estaba de vacaciones, que, aunque no había colegio, eso no eran unas vacaciones de verdad, como en verano, que yo creo que es lo que se piensa él. Y el crío que no lo entendía. Bueno, lo entendía y, al mismo tiempo, no. Lo cual también tiene su propio sentido. Y luego están las maquinitas. Todo el día ahí, atrapados delante de la pantalla. Que ahora me dejas el móvil, que si ahora puedo coger la tableta. Que le digo que te vas a quedar ciego y que esas cosas atontan, pero cómo les dices que no, si todos sus amigos tienen una igual. Y nosotros, los adultos, ¿qué ejemplo les damos si hacemos lo mismo? ¿O no estamos todo el día pegados a nuestros móviles como si fuéramos tontos? Luego, queremos que ellos nos hagan caso, pero como no le encuentran el más mínimo sentido al asunto, te miran con esa cara de no comprender nada (si son tan malos, ¿por qué tú también tienes uno?, me dijo el otro día) y te desarman. Pues oye, ¿sabes lo que te digo? Que si no quiere bajar ahora a la calle que no baje. Ya tendrá ganas en otro momento. Que también parece que ahora tenemos que hacer lo que nos digan cuando ellos digan, y eso tampoco puede ser. Ahora sí, ahora no. Y cómo les gusta mandar y darnos órdenes, coño. Ahora esto. Luego, aquello. Y tú, que en el fondo tampoco entiendes nada de nada de lo que está pasando, porque yo creo que aquí nadie sabe una mierda, a obedecer. Antes y ahora. Que sí, que había que prevenir. Y que qué habría pasado si no nos hubiéramos quedado en casa el mes largo que llevamos de confinamiento. Habría sido aún más desastroso. Pues nada, lo dejo y a ver. Al final, cuando vea que todo el mundo sale, seguro que se anima. Entonces, ella se asomó a la ventana que daba a la pequeña plaza que había al lado de su edificio y vio a los vecinos del quinto. El niño iba de la mano de su madre. Y el padre, que los acompañaba, cargaba con el patinete del chaval. Y ella pensó en los periódicos de la mañana y en el telediario de las tres de la tarde. Y se dijo que qué coño. Con el buen día que hace. Y allí los dos encerrados como dos tontos. Entonces, le vibró el teléfono móvil. Lo sacó de su bolsillo y miró la pantalla. Ya está aquí el pesado de su padre, se dijo. Y pensó que ya sabía lo que le iba a decir. Que si habían salido a la calle. Que qué coño hacían en casa, con el día que estaba haciendo. Le colgó. Pues nada, ahora me lo visto y lo saco, aunque sea a la fuerza. A ver si ahora va el niño y nos jode la estadística. Y eso sí que no. Que aquí a ciudadanos ejemplares, no nos gana nadie. A ver. GERARDO LEÓN

También te puede interesar…

Un epílogo (o no)

Para Áurea, que quiso saber cómo acababa esta historia que no acaba. Nada empieza y nada acaba, pensó. Todo es un continuo. Eso es lo que se dijo viendo a

El dilema del autor

Podría decir que apareció de repente, pero no estaba seguro. En realidad, estaba dándole vueltas desde hacía días, pero la historia no acababa de tomar una forma que le llegara

Un café

Para Sara. ¿Cuál es el precio de la felicidad?, se preguntaron más tarde. Llevaban trabajando juntos mucho tiempo. Hacía dos meses que no se veían las caras por culpa de

Desescalarse

No hay nadie que me conozca mejor que yo mismo. A veces me veo así, desde fuera, y me digo, mira tío, no estás tan mal. Para todo lo que

La vuelta a la normalidad

No hay señal más clara de que, con esto del virus, las cosas están volviendo a la normalidad que el hecho de que tu vecino del piso de al lado

¿TODAVÍA NO TE HAS SUSCRITO A NUESTRA NEWSLETTER?

Suscríbete y recibirás propuestas culturales de las que disfrutar en Valencia.