“Estábamos muy perdidos porque veníamos persiguiendo metas y modelos que están muy obsoletos”

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Un grupo de amigos se reúne durante un fin de semana para superar la reciente muerte, a causa de un cáncer, de Sam, otro miembro de la banda. Durante la reunión, recuerdan anécdotas y, sobre todo, aquello que fueron. Metidos ya en la mediana edad, los amigos sienten que, de una forma u otra, sus vidas se encuentran a la deriva. ¿Qué fue de las expectativas que se crearon? ¿En qué se parecen a aquello que proyectaron de ellos mismos en el pasado? Sumidos quizá en la decepción, atrapados en un cruce de caminos, Sam vendrá a sacarles del atolladero en forma de unas últimas voluntades que ha dejado escritas en una libreta. En la carta dirigida a sus amigos, Sam les propone un juego en el que cada uno de ellos tendrá que escribir en un papel un pequeño deseo que les gustaría realizar, algo que nunca se atrevieron a hacer y que les ha quedado pendiente. Pero este juego encierra una trampa inesperada. Exponiendo sus pequeños deseos, cada uno de ellos se enfrentará a aquello que está condicionando ese momento de desconcierto y pérdida que están viviendo.

Este es el argumento de Coses que fer abans de morir, película valenciana producida por The fly hunter y opera prima de la actriz Cristina Fernández y el director de fotografía Miguel Llorens. Coses que fer abans de morir tenía su estreno en Valencia en la pasada edición de La Mostra del Mediterrani, tras la cual pasaría por la última convocatoria de los Premios de la Academia Valenciana del Audiovisual, donde cosecharía un buen puñado de galardones. Recientemente, la película ha llegado a la plataforma de video bajo demanda Filmin, donde está recibiendo una notable acogida por parte de la audiencia. Charlábamos con Cristina y Miguel sobre la vida, las películas y su trabajo.

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Quisiera empezar por la propia historia. La película destila un algo personal, es este tipo de relatos que, a priori, parece que surgen desde la propia experiencia. “Coses que fer abans de morir” parte de un guion tuyo, Cristina. ¿Cuál es su germen?
Cristina Fernández. Sí, obviamente surge de experiencias personales, pero desde una experiencia más global. No es que cada cosa tenga que ver conmigo, pero sí hay algo que es general, una especie de canto a la vida y a la importancia de la amistad. No hablamos de un retrato generacional, pero sí es algo en lo que coincidimos mucha gente de mi generación, los que tenemos ahora cuarenta, y que se refiere a eso de que la base familiar, de apoyo que hemos tenido, ha sido la amistad. Y también que estábamos muy perdidos porque veníamos persiguiendo metas y modelos que están muy obsoletos y que ya no nos pertenecen. Persiguiendo algo que es casi imposible y que ya ni siquiera queremos, nos encontramos en esa pérdida y en esa frustración continua en la que, al final, encuentras a los que están como tú. A partir de ahí, vas encontrando el camino casi de una manera conjunta. A mí hablar de eso me interesaba. También quería hablar sobre la pérdida, sobre el hecho de que no estamos acostumbrados a saber que nos vamos a morir, a entenderlo, a aceptarlo, y cómo, de repente, ese es el lugar más lúcido en el que te encuentras y que nos hace despertar un poco. Yo he sufrido más pérdidas de lo que me gustaría a lo largo de mi vida y la observación me ha hecho ver que, cuando se encuentran en ese momento, lo que destacan o lo que buscan, donde les gusta estar y permanecer hasta que se vayan es en las cosas pequeñas, en los pequeños momentos. Conectarse con ese presente es algo que me interesaba. Es algo que es necesario para encontrar la supuesta felicidad y la madurez que creo que, al final, es encontrarse a uno mismo.

En ese sentido, Miguel, siendo Cristina la que escribe o de la que parte el guion o la historia, ¿de qué manera sentiste que te apelaba? ¿Qué hizo que te sumaras al proyecto como co-director?
Miguel Llorens. Yo creo que es el azar, como muchas cosas que suceden en la vida. [El productor] Emilio Mencheta me llama para participar como director de fotografía en un teaser [un tráiler breve] de una historia que estaba moviendo. Me pasaron el guion y dije, lo hago. Entonces, hicimos el teaser de “Coses…” en lo que para mí era una primera versión de guion, aunque para Cristina era ya la no-sé-cuántas, es decir, que la historia estaba muy avanzada. Pero, después, durante el proceso posterior, hubo algún tipo de conexión. Yo ahora tengo una productora [junto con Lorena Torres] y se nos propuso que participáramos en el proyecto y, de una forma muy natural y sin una premeditación establecida, lo fuimos haciendo nuestro hasta que acabamos asumiéndolo en su integridad. A priori, yo lo asumí como director de fotografía y como productor. Lo que pasa es que nuestra forma de producir es muy “inmersiva”, es decir, que nosotros no somos empresarios, lo que hacemos es contar historias y la producción es una necesidad, por una parte, fiscal y, por otra, logística para poder llevar a término esas historias que contamos. Fuimos trabajando con Cristina y, de repente, surgió la idea de que yo participara también en la dirección. Por un lado, yo lo viví como un proceso de muchísima generosidad por parte de Cristina de compartir su historia. Yo creo que el cine es compartir. Compartir los procesos de creación, los procesos de construcción narrativa… En este caso, a lo mejor yo he suplido algunas partes más técnicas en las que Cristina no tenía tanta experiencia… (risas)
C. Todas, las técnicas todas (risas)
M. Ha sido un proceso natural en el que he estado muy a gusto. Me parece que Cris tiene virtudes importantes desde un punto de vista cinematográfico y, simplemente, había que enganchar esas virtudes. Puede tener falta de algunas estructuras, pero la esencia es muy potente y esto es una virtud que cuentas pocas veces. Hay gente que tiene mucha habilidad técnica, pero no hay corazón. Yo creo que ella hace lo contrario. Y bueno, para subsanar esas pequeñas faltas técnicas, ahí estaba yo, sujetando.

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Como ya habéis sugerido, Coses que fer abans de morir nos habla de esta incapacidad de la aceptación de la muerte. Parece que, en nuestra sociedad, siempre estamos escondiendo la presencia de la muerte. ¿Por qué? ¿Por qué escondemos este hecho dentro del discurrir de nuestras vidas?
M. Yo creo que somos falsamente existencialistas. Hay una preocupación por la existencia, pero, en realidad, es muy parcial. No tenemos una conciencia del significado de la vida como un proceso finito. Yo esto lo relaciono con una falta de conciencia que afecta a casi todos los aspectos de nuestra existencia como seres humanos. Esto parece muy trascendental, pero es cierto. Somos inconscientes de nuestra condición de animales, somos inconscientes de nuestra condición de finitud, somos inconscientes de nuestras relaciones de dependencia, nos creemos infalibles y nos creemos inmortales. Y yo creo que hay diferentes momentos en la vida en los que esto aparece y nos hace temblar un poquito. Hay un libro de Peter Handke que se llama El momento de la sensación verdadera, un título que siempre me ha perseguido. Yo creo que hay momentos en los que tenemos esa sensación verdadera de conciencia. Y estar en el filo, frente a la muerte, creo que provoca esta consciencia. Es un poco lo que Cristina plantea en la peli. En el momento en el que Sam sabe que va a morir, no tiene mejor regalo que enfrentar a sus colegas a ese instante, a decirles, “tíos, vivir la vida ahora, apreciadla, disfrutadla, haced cualquier chorrada para sentiros vivos”. La excusa aparentemente adolescente de hacer una chorrada no es más que un detonante para ser consciente, para asumir tu propia vida.
C. Sí, ser conscientes de que somos finitos nos puede dar una lucidez muy especial de lo que es la vida. Toda esta dependencia a todo lo material hace que la muerte aquí sea algo innombrable porque es perder demasiadas cosas a las que estamos atados y que realmente no son lo más importante. Era la conexión con esas pequeñas cosas, con la parte emocional, con los pequeños detalles que no hablan de tener grandes bienes ni hacer grandes cosas… Yo no quería que los personajes hicieran grandes cosas, sino que hicieran cosas pequeñas que nos conecten con lo que somos, casi como un juego de niños que nos enlaza con una parte nuestra, interior, con unos instintos que se nos olvidan y que Sam tiene la “suerte”, dentro del drama que está viviendo, de ser capaz de ver.

Quizá cuando uno tiene una edad muy avanzada, perder a un amigo puede ser algo más lógico o razonable. Pero a edades más tempranas, en la mediana edad, es un suceso que siempre te pilla por sorpresa. ¿Cómo relacionáis esta experiencia personal con la película? Me refiero a esta especie de choque con esos hechos azarosos con los que te encuentras y que son algo no planeado.
C. A mí me sucedió de mucho más joven, que aún te lo esperas mucho menos. Con dieciséis perdí a dos personas de mi edad de una manera dramática. Esa fue mi primera conexión. A mí me dio por lo contrario, me creó una ansiedad por vivir un tanto insana, la necesidad de hacer muchas cosas por aquello de pensar que cada día me estaba muriendo. Creo que no debemos estar pensando todos los días que podemos morir. Es verdad que, a estas edades, te sientas y te replanteas muchas cosas. Dices, ¿qué pasa? ¿Qué puedo aprender en mi propia vida? Yo creo que, cuando es repentino, no tienes esa capacidad, pero cuando alguien pasa por un proceso como el de un cáncer, que son varios meses, sí puedes observar cómo va sucediendo y aprender del adiós de esa persona y hacerlo, sobre todo, para ti, para bien.
M. Yo creo que nada duele más que cuando te sucede a ti mismo. Y cuando ves a otro que es muy parecido a ti, que está en tu misma edad, en tu mismo entorno, es inesperado porque no lo esperas para ti. Y como el grupo de amigos es lo más parecido a ti que tenemos, más incluso que la familia, es siempre una sorpresa. Para mí siempre es un reencuentro con lo que de verdad tenemos que ser. Dentro del dramatismo, es una experiencia de vida, que es lo que plantea la película. Lo decía Cristina: la película es un retrato de un grupo de personas en una generación, pero no pretende ser un retrato generacional. Y es un retrato de una parte pequeña, no tiene por qué ser extensivo. Yo creo que esa experiencia personal es lo que intentamos trasladar.

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Hay otro asunto que creo que está muy bien trabado en la película y es la cuestión de cómo creamos esas máscaras sociales tras las cuales solemos escondernos en las relaciones. En el grupo de amigos es algo que se muestra con mucha claridad. Hablando de la película, vemos a unos personajes a los que parece que conocemos y, según va avanzando el metraje, hay cosas de ellos que se van revelando, que estaban ocultas. Resulta curioso que, en un mundo en el que tenemos más oportunidades que nunca para comunicarnos, estamos creando cada vez más máscaras que nos esconden hacia los demás.
M. A mí era una temática que me interesaba mucho porque creo que es la esencia de las cosas. En mi proceso personal, vital, las máscaras han sido una necesidad durante mucho tiempo. Creo que no son más que una coraza, un elemento de protección para ser aquello que quieres ser, sin ser lo que en realidad eres. Pero te ayudan bastante. Luego, hay momentos en los que decides que es mucho mejor vivir desenmascarado, asumiendo lo que pueda venir. Creo que es un problema social. Parece que, entre todos, nos auto-obligamos a ser de una forma determinada, a mantener unos patrones, a estar de una forma concreta, a relacionarnos… Todo está como encorsetado, a pesar de esta aparente libertad y de esta generosidad que tenemos socialmente. Creo que todo esto nos lleva a ocultarnos, a generar esa máscara que, para mí, es infecciosa porque necesitamos estar siempre dispuestos a la sonrisa, a esta especie de hedonismo general que tenemos como sociedad, a no reconocernos en la tristeza, en el dolor, en la pasión, en el amor, todo esto lo estamos maquillando permanentemente. Yo creo que hay que diferenciar lo que es la vida social, la interlocución, la apariencia, la bonhomía, y ser sincero con aquello que sientes y expresas. No sé qué sería mejor. La verdad es que no lo tengo claro. Yo hace tiempo que opté por no ocultarme. A mí me va mejor (risas) Yo abogo por el desenmascaramiento.
C. Hay veces que, dentro de las relaciones se generan unos roles y, de repente, necesitas ser fiel a ese rol porque crees que tu sentido en ese grupo es asumirlo y mantenerlo. Claro, defendiendo ese rol, dejas de ser fiel a ti mismo. También está la incapacidad que tenemos, emocionalmente, para expresarnos. Pero, cuando estas cosas van apareciendo y van cayendo las máscaras, hay algo que me gusta y es el respeto de los demás hacia su espacio. Cada uno tiene su proceso para desenmascararse y no podemos forzarlo. Van despertando ante eso y determinadas circunstancias hacen que, a veces, las máscaras empiecen a caer. Yo es verdad que soy muy transparente. No me busques más porque no tengo recovecos. Yo llego a un sitio y digo: “me pasa esto”. Y otro puede pensar: “bueno, ¿y a quién le importa?” Pero yo llego y lo digo, soy así. Sin querer, me alejo de gente que veo con un personaje muy marcado, que, en mi mundo, en el mundo artístico y de los actores, lo hay y mucho, es verdad. Y, sin embargo, gente como Miguel, (risas)… tiene una manera de ser y de decir las cosas que a mí me ha venido muy bien porque es muy directo. Es lo que hay porque a él también le gusta que le hablen así. Esto que, a otra gente, podría generarle conflictos, a mí me acerca absolutamente. Si tengo que elegir, elijo esto.

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Ahora que habláis de esas cosas y, de alguna manera, os exponéis un poco, encuentro dos personalidades diferentes y, quizá por ello, dos aproximaciones diferentes a las cuestiones que plantea la historia. ¿En qué sentís que el carácter de uno y la visión del otro ha influido en la película? ¿En qué sentido ha habido un intercambio entre vosotros a ese nivel?
C. Por mi parte, Miguel es una fuente de conocimientos a todos los niveles. A nivel humano, es una persona que le gusta estudiar la vida en sí. Y luego, sabe mucho de cine. Tiene una sensibilidad muy especial. Es verdad que yo soy un ser muy ansioso, muy hacia fuera, muy kamikaze, y Miguel es más de meditar las cosas, tiene más capacidad que yo, que soy más de lanzarme sin paracaídas. Luego, en el trabajo técnico, ¿qué puedo decir? Pues que yo tenía muchas carencias porque he sido un poco autodidacta, incluso en la escritura. Yo he dirigido teatro, soy coreógrafa… he ido aprendiendo. A la hora de las interpretaciones y de plantear las secuencias, él abogaba por una contención. Siempre teníamos la broma de que él era muy nórdico y yo muy mediterránea, y creo que eso nos complementaba muy bien porque, de repente, puedes ver las cosas desde otro punto. No desvelarlo todo y que el personaje no escupiera todo, lo hacía más interesante. Creo que en eso nos complementábamos mucho, le dio mucha riqueza a cada secuencia y a la interpretación de los actores.
M. Yo siento que soy muy contenido. Me gustan las pelis con esa aparente contención, no me gusta la velocidad porque creo que la cabeza ya va muy rápido y necesito espacios de serenidad. Yo he tenido suerte porque, como director de fotografía, no he tenido que ser siempre yo, he tenido que estar al servicio de otros, de otras propuestas. Yo he hecho comedias, westerns, he hecho thrillers… pero cuando eres autor es más difícil porque, a veces, eres esclavo de tu propia identidad cinematográfica. Tienes un mundo, pero si lo trasciendes y no traicionas el contenido, es mucho más generoso, más diverso. Y yo creo mucho en la diversidad, en el mestizaje. Cris a mí me permite eso. Yo creo que ahí había un equilibrio. Yo recuerdo que les decía, “pero, no gritéis. No habléis fuerte. Utilizad los silencios”. En una peli pequeñita como la nuestra, íbamos muy rápidos y había veces que no nos daba tiempo a ponernos delante del monitor a analizar la secuencia o una interpretación. Nos mirábamos y, si todo iba bien, ella decía “bien”, y ya está. Ese ha sido nuestro código silencioso para ir aceptando las tomas. En las tomas en las que ella estaba en cámara, era ella la que me miraba a mí y yo el que le daba el okey. Aún así, después, en montaje, aún hemos “rascado silencios”.
C. Sí, eso era algo que necesitaba la película. Eso es muy de Miguel y ha sido el gran acierto porque, de repente, todo respiraba. A parte de su mirada, que es muy bella a la hora de plantear las cosas. A pesar de que había ciertas secuencias que yo las tenía muy claras, cuando él las colocaba era como que todo crecía. Miguel y yo habíamos estudiado el guion para hacerlo de los dos; hacer de las dos cabezas, una, aportando, cada una, su parte. También es verdad que tuvimos la suerte de hacer ensayos donde, si teníamos que discutir algo, lo pudimos trabajar ahí. Cuando veías la secuencia, siempre surgían cosas nuevas que eran maravillosas.
M. La peli tiene la emoción que nosotros hemos podido transmitirle. Creo que si no hay más es porque, a lo mejor, no somos capaces de hacer más, pero creo que la peli sí que tiene lo que necesitaba para poder contar la historia. ¿Podíamos haber tenido una fotografía más elaborada? Claro, yo lo sé perfectamente. Pero esa fotografía más elaborada, ¿habría ayudado a que fuera una película, desde el punto de vista dramático, mejor? No. Siendo director de fotografía, sé que la fotografía no es lo fundamental. Es importante porque ayuda, sujeta, es un marco, pero, al final, la historia es otra cosa, y creo que nosotros hemos contado la historia que queríamos contar. En ese sentido, hay que mencionar a Alfonso Suárez, el montador de la peli. Creo que es un tío estupendo que hay que aprovechar.

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Otro elemento a destacar es la selección de los actores que han participado en la película (Sergio Caballero, Oriol Tarrasón, Manuel Maestro, Mireia Pérez, Àngel Fígols, Vanessa Cano y la propia Cristina Fernández). Hablamos de una generación muy particular de actores relativamente jóvenes, todos valencianos.
M. Hay dos cosas de las que estoy muy contento de la peli. Una es el montaje y otra es que los actores están extraordinarios. Es una generación que me parece que es una putada que no haya logrado una trascendencia hacia el ámbito nacional, y con esta peli demostramos que no es culpa de ellos. Es culpa de los proyectos, que no les posicionan, creo yo. No es una incapacidad ni una falta de profesionalidad, en absoluto. Yo creo que solamente hay que darles los espacios de trabajo, las posibilidades. Sin tener un especial aprecio por los premios (aunque eso no significa despreciarlos), los premios del Audiovisual Valenciano han demostrado esto. La mayor parte de los premios a nivel interpretativo fueron para Coses... Yo creo que hemos demostrado que ahí hay un trabajo excepcional y una posibilidad de hacer otros roles que no se les ofrecen y que no tienen la oportunidad de desarrollar. Y más en esta generación, que tiene muchísima formación y muchas ganas de hacer otras cosas que espero que puedan seguir haciendo ahora.
C. Para mí era importante la defensa del casting y tuve la suerte de encontrarme con Miguel y Lorena, que lo respetaron, porque sé que no todo el mundo lo hace. Luego, te encuentras con esa condición que te limita, que es el mercado, ¿no? De repente, hay plataformas y festivales que te dicen: “ya, pero es que aquí, ¿quién es conocido?” Y dices, “ya, pero si la película fuera danesa, igual no os lo preguntaríais”.
M. A nosotros, como productores, nos lo han dicho: “no, la peli está muy bien; si tuvierais otro casting, nos la quedaríamos”.
C. Es muy heavy. Para mí no era solo una cuestión de amistad, sino que seleccioné a una gente en la que creo absolutamente como artistas, como actores y actrices. Creo en su manera de interpretar, creo en su manera de trabajar, en la verdad que aportan, en el compromiso con el trabajo, para mí son unas bestias. Estaba segura y sabía que no iban a fallar. Sabía que harían crecer el proyecto. Es una generación muy poderosa que no ha tenido los proyectos o el lugar adecuado. España es un lugar en el que trabajan los que funcionan una vez y, de repente, se repiten en todas las producciones del mismo canon. Creo que en otros países hay una apuesta mayor. En las series de ficción hay mucha gente desconocida, gente que viene del teatro, se valora mucho más eso que cuántos seguidores tienes en Instagram, que es una cosa muy de ahora y que es como para pegarse un tiro. Pero no es solo la carrera actoral, es que destrozan nuestra profesión.
M. Es una cosa sorprendente. Aquí vemos pelis noruegas, suecas, finlandesas donde vemos actores a los que no conocemos en absoluto. Luego, van trascendiendo, pero no son estrellas. ¿Conocíamos a los actores de Parásitos? Se trata de reflexionar un poco sobre lo que queremos y aquí ha habido también un posicionamiento casi político, cultural, con cómo teníamos que hacer las cosas. Decidimos hacer una peli más pequeña, pero muy comprometida. Primero, como productores, con Cristina, y después con nuestra industria, si podemos hablar de industria valenciana. Yo creo que ese compromiso lo teníamos que mantener.

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A raíz de todo esto, también surge otra cuestión que tiene que ver con el espacio. Por el resultado, entiendo que se trataba de rodar en vuestra ciudad, en lugares que son próximos. Ahí quizá también haya un complejo cultural a la hora de usarlos como trasfondo o escaparate de relatos que vayan más allá de un cierto costumbrismo. ¿Cuál fue vuestra apuesta en ese sentido?
M. A mí, como fotógrafo, como persona que se dedica a mirar y a contar con lo que retrata, creo que hay un proceso que todos vivimos y es la fascinación por lo ajeno. Siempre nos fascina lo que es diferente a lo nuestro. Nuestros paisajes no habituales son los que amamos. Esto tiene que ver con lo que contaba Cristina. Al final, no quieres dejar de estar en los lugares que te reconfortan y esos lugares son los que son más próximos. En cambio, cuando estamos en aparente plenitud de nuestras condiciones, pensamos: “vámonos por ahí.” Esto lo he hablado con Cristina alguna vez. Yo creo que los viajes internacionales están sobrevalorados (risas)
C. Siempre hablamos de eso. Yo digo: “bueno, Miguel, tú estás en ese lugar; a mí me queda mucho por ver” (risas).
M. No, no le quito valor. Yo creo que es muy necesario, pero lo digo por el paisaje. Casualmente, ahora estamos preparando un proyecto en colaboración con Argentina y, claro, allí tienen Tierra de Fuego, Patagonia, unos paisajes acojonantes. Pues ellos te dicen: “no, no, el Mediterráneo es maravilloso.” Yo con las costas mediterráneas veo Calpe (risas). Pero no, después te vas a rincones de la dehesa del Saler y dices: “esto es el mediterráneo.” Al final, lo que hacemos con la fotografía es recoger parcialmente espacios y cada uno tenemos nuestro referente. Es decir, desde fuera ven lo que tenemos aquí como algo fascinante y nosotros vemos Buenos Aires como algo fascinante. Valencia no es una mala ciudad de rodaje. Desde hace muchos años a mí me parece que lo que afea los espacios urbanos son, fundamentalmente, los coches. Pero, si los quitas, empiezas a ver espacios muy chulos. Y es lo que hicimos.
C. Creo que es interesante ver Valencia ya como ciudad. Si tú quieres ver una ficción donde hay personajes que viven en la ciudad, tienes que irte a Madrid o a Barcelona. Aquí todas las ficciones son en pueblos. Fenomenal, pero también hay una ciudad con unos personajes que llevan vida de ciudad, y también tienes otros espacios donde se puede respirar, como la playa donde vive Sam. Valencia es una ciudad muy bonita a nivel arquitectónico. Tiene muchas zonas que son preciosas, cuando no las han estropeado, y por suerte algunas han parado de estropearlas y las puedes rescatar. Y la luz es espectacular.

Es un primer largometraje y os habéis lanzado a hacer un proyecto coral, con mucho reparto y personajes. En esto, un piensa que es más fácil tener un solo personaje protagonista que te vaya guiando. La coralidad, en cambio, parece que implica medir muy bien una serie de balances en la construcción narrativa que es más difícil de calcular. ¿Cuál ha sido vuestra mayor dificultad a la hora de construir la historia a través de esta diversidad de protagonismos?
M. Yo, en eso, voy a no estar de acuerdo contigo. (risas)

Perfecto (risas).
M. Sí, creo que es más difícil tener un solo protagonista. Creo que el arco dramático de un solo protagonista tiene una tensión mucho más compleja que utilizar diferentes arcos dramáticos que, al fin y al cabo, es lo que haces en una peli coral. Esta peli es coral, pero en todos los sentidos, es decir, que los personajes están prácticamente siempre todos juntos. Lo que pasa es que, narrativamente, utilizas la estrategia de ir aislando diferentes momentos de sus diferentes relaciones. Eso te permite una diversidad que, desde el punto de vista de sustentar la dramaturgia, es más sencillo porque, cuando una historia decae, te vas a la otra. Pero, claro, aquí tenías la dificultad de que están juntos y eso hay que manejarlo bien. Cristina tiene cierta tendencia a ese trabajo coral. Ahora estamos trabajando en una historia en la que sí que hay un personaje protagonista, pero siempre se irradia, hay un tejido, y a mí eso me parece muy interesante desde el punto de vista humano porque no nos configuramos a nosotros mismos, nos configuramos en relación a los otros. En ese sentido, somos una especie muy dependiente. Y esa dependencia está reflejada en sus historias.
C. Es verdad que el único hándicap que tuve, como guionista, es en los diálogos. Es donde más trabajo hay porque, en el caso de una generación muy concreta es difícil que no hablen todos igual porque se te van generando expresiones que compartimos y que repetimos. Y cada uno tiene que tener su manera de ser y su personalidad, porque la tenemos en la vida. Y, a veces, yo tenía que estar muy alerta con eso para no confundirlos y no mezclarlos, para que cada uno fuera cada uno. Para lo otro, estoy con Miguel, es más fácil.

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Cristina, como actriz, tu experiencia es más teatral. ¿Cómo ha sido el traslado de ese mundo a los códigos del cine?
C. Pues ahí estoy, en pleno aprendizaje. Fíjate que yo nunca me he atrevido a escribir nunca teatro ni creo que lo haga. Pero sí, tenía una necesidad. Había algo en mí que me lo pedía. Y bueno, fui aprendiendo a partir de trabajar como actriz en series o en pelis, de leer guiones y pedir guiones para ver cómo se maneja ese lenguaje, y luego rodeándome de personas a las que les enviabas el guion, con analistas, gente profesional del medio que te iba aconsejando. Pero es verdad que hay algo que cambia con respecto al teatro. Cuando estás con los actores, la contención del cine, la manera de moverse, el gesto es de otra forma. Pero los actores estamos acostumbrados a ir de un lado a otro. Vas jugando con todos esos elementos y herramientas y aprendiendo en qué campo te estás moviendo. Y con el montaje, que no lo conocía, he disfrutado muchísimo. Ha sido todo un descubrimiento. Cada cosa es nueva y la disfruto. Hay otras que coinciden con lo teatral porque el montaje de cine es para nosotros como cuando, después de haber creado una obra, empiezas a “limpiar”, a decir lo que no funciona… Lo que pasa es que allí lo haces con los cuerpos presentes y aquí lo haces en otro sitio. Por eso me fascinaba ver el montaje de cine, porque lo relacionaba con otro tipo de procesos.

Y en tu caso, Miguel, en ese paso hacia la dirección, ¿qué te has llevado de tu bagaje en la dirección de fotografía o qué te ha sumado la dirección a tu trabajo de director de fotografía?
M. Cuando empecé en esto, a mí siempre me interesó la fotografía, siempre me interesó mirar, ver las cosas desde esa perspectiva. A partir de ahí ha sido un proceso de cómo entiendo yo el cine. ¿Y cómo lo entiendo? Pues, al principio, lo entendía poniéndome al servicio de la historia de otro. Para mí, acercarme a la dirección ha sido un proceso natural porque, de alguna forma, siempre he sido un poco director, siempre he necesitado meterme en la cabeza del director. Con todo esto, lo que he concluido es que, sencillamente, ni siquiera soy director de fotografía ni director, soy cineasta. Yo creo que en la esencia de lo que hacemos está el coger una cámara y contar las historias. Es decir, las diferentes funciones técnicas las hacemos por agilidad o especialización, pero en la esencia de nuestro oficio yo creo que está la artesanía, el ser capaz de ir utilizando todas las herramientas que son necesarias para este proceso de construcción. Siempre he tenido esa concepción como muy artesanal, muy global de ver las historias y creo que eso lo he ido aplicando. Muchas veces, diferentes personas en los equipos son los que te dan las claves de un hecho dramático. En este trabajo colectivo que es el cine está bien estar abierto de mente y de orejas para poder captar cosas.

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Es una peli 100% valenciana. ¿Está jodido hacer cine en Valencia? ¿Cómo valoráis la situación?
M. (risas) A ver, así, como enunciado, no es jodido hacer cine Valencia. Es jodido hacer un determinado cine. O al revés: es posible hacer un determinado cine, pero es muy difícil hacer todos los demás. Yo creo que es esto. Hacer un cine técnicamente autóctono no es difícil. Afortunadamente, hace muchos años que hay profesionales en todos los departamentos muy cualificados, y eso es una tranquilidad. Lo que sí que es cierto es si queremos hacer un cine en valenciano, por ejemplo, en una lengua autóctona, o queremos potenciar determinados talentos, como el mundo actoral, o incluso talentos en cuanto a la dirección, ahí el mercado aprieta mucho y sí que es más difícil. ¿Soluciones? Es complicado. El problema es que podemos acabar haciendo siempre una serie de películas muy pequeñitas presupuestariamente, que es lo que nos permite unir las ayudas públicas con, ahora, las inversiones que pueda hacer la televisión autonómica o incluso una aportación de Televisión Española, pero entonces tus presupuestos están bastante condicionados. Y después nos encontraríamos con el problema del mercado. ¿Cómo vendemos esto? ¿Lo vamos a vender a TVE y a las televisiones autonómicas? Es una opción. Yo siempre digo que las teles públicas han de ser al audiovisual, lo que las universidades a la ciencia básicas: hay que investigar por investigar. No sabemos a dónde llegaremos, pero hay que investigar porque ahí construimos los cimientos de los contenidos audiovisuales del futuro. En ese sentido, hay que producir para televisión. El cine se tiene que ver en televisión. Joder, Bergman hacía tv-movies. ¡Y era Bergman! Solamente que su ventana era diferente. ¿Tenemos que cambiar la liturgia en la que vemos en casa el cine? Pues, a lo mejor, sí. Yo creo que, en este proceso, las teles públicas no tienen que renunciar a esto porque, desgraciadamente, parece que es la última frontera que nos queda para conservar determinados modos de hacer y construir las películas porque si tenemos que estar condicionados solamente a Movistar, Netflix o HBO, estará muy bien para darnos de comer, pero muchos tendremos que dejar de ser autores. Estaremos cortando las alas a muchas obras de creación que lo que hacen es hacer más grande la cultura y reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestros contextos, sobre nuestra identidad en todos los sentidos. Es jodido.

¿En ese sentido que ha significado para vosotros que la película estuviera en Filmin? Os lo pregunto como vía para llegar al público, pero también por esa oportunidad que brindan las plataformas, y que me parece muy interesante, de establecer un contacto directo con el espectador, especialmente, a través de los comentarios.
M. A mí me parece perfecto. ¿Cuál es el objetivo de una obra cinematográfica? Vale, es la expresión de un creador, pero es una expresión que la realizas, al final, para compartirla. Lo que no trasciende, de alguna forma, no existe. Existe en tu intimidad, lo que pasa es que el cine es tan caro de hacer que no hay una vocación de intimidad. Puedes rodar con tu móvil una historia muy íntima y distribuirla. Incluso lo puedes distribuir en un canal de Youtube y puede tener una audiencia multimillonaria. La ventana es una oportunidad. ¿Es más importante estrenar en una sala que en una ventana digital? Pues, en cuanto audiencia y en cuanto a público, no. En cuanto a repercusión, bueno, los medios siguen teniendo esta estructura por la cual se necesita un estreno para que te acojan y te den voz. Pues a lo mejor esto es algo sobre lo que tenemos que reflexionar porque eso implica tener un respaldo de unas campañas de promoción y publicitarias que también son un dispendio de pasta muy considerable en el montante de una producción. Es cierto que la sala tiene algo guay, el espacio oscuro, que a alguien le interese esa historia que has creado, hay algo mágico. Pero creo que ese proceso tiene más magia para el que lo comparte que para el que lo recibe. Para el que lo recibe es como un protocolo que te lleva a un lugar, pero ese lugar lo puedes conseguir igualmente en tu casa. ¿Que en España eso no está suficientemente desarrollado? Pues sí. Creo que hay pocos productos de riesgo, pero que creo que no es un riesgo, creo que es una inversión. Hemos de indagar más y tener menos miedo.
C. Cuando pides los números de cuánta gente la ha visto en una semana, piensas que, si esto hubiera ido a una sala de cine, no habría pasado. Porque no hay un cartel, porque los directores no somos conocidos, etc. Si la estrenas en Valencia, pues sí, va a ir gente porque aquí te conocen, pero si la estrenas en Barcelona o la estrenas en Madrid tienes que hacer un trabajo publicitario muy fuerte para que esa peli llegue al nivel de espectadores que hemos tenido en Filmin. Y como, al final, lo que quieres es compartir esa película, ha sido muy positivo. Y por los comentarios inmediatos, es genial porque ayuda a enterarte de la gente que la ha visto. Luego, Filmin tiene esa cosa en la que todo el mundo es juez. Ahí también tienes que hacer un ejercicio de, o no mirarlo… (risas) Yo, antes, como espectadora, entraba y valoraba las películas o, para ver una peli, mirabas las valoraciones. Pero también tiene eso de que has visto una película de un director que te gusta y ves algunos comentarios muy dañinos y te preguntas, ¿hasta qué punto era esto necesario? Es un punto para sentirse… ¿Qué? ¿Importante? Creo que cuando se le da opinión a todo el mundo, hay gente que no es capaz de generar una opinión con respeto. Nosotros hemos tenido suerte. Hemos tenido de todo, pero, en general, son muy positivas. Es lo que da más miedo, pero está siendo super-positivo.
M. Sí, el análisis, una vez recibido el feed-back, es muy guay porque la gente comparte muchas de las cosas que ocurren en la peli. Hemos tenido experiencias íntimas de gente que te habla de la película, gente conocida y no conocida que, de repente, te hablan muy bien de ella. Creo que nosotros somos muy conscientes de lo que hemos hecho. Somos conscientes de que no hemos hecho una gran obra maestra cinematográfica, no vamos a aportar nada a la historia del cine. Nosotros nadamos en la historia del cine para aprender de ella. Queríamos que la gente se emocionara, que se riera como lo hacemos cada día en nuestra vida que, en situaciones dolorosísimas, somos capaces de sonreír porque si no, moriríamos. Siempre hemos dicho que esta es una peli muy honesta porque no queremos aparentar nada, no queremos estar enmascarados, como decíamos al principio. Queremos ser abiertos, expresar un instante en la vida. 
C. Y con ganas de vivir. Hay gente que si algo te desataca es que si algo le ha transmitido la película es las ganas de vivir.

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