“Desde la más tierna infancia anhelaba poder hacer una historia de bandoleros”

El próximo 26 de marzo llega a las pantallas Libertad, la última producción de Movistar+, una producción dirigida por el bilbaíno Enrique Urbizu. Y cuando decimos que llega a las pantallas, nos referimos a todas las pantallas. En una pirueta de promoción poco usual en estos tiempos que corren, Movistar+ ha apostado por sacar este trabajo en un formato doble, como miniserie de cinco episodios para su plataforma de video bajo demanda y como largometraje para las salas de cine.
Libertad nos sitúa en el año 1807. En un oscuro calabozo, una mujer conocida como La Llanera espera ser liberada tras diecisiete años de cautiverio por sus actividades fuera de la ley. La acompaña en esta nueva aventura su hijo Juan, nacido en la cárcel. Juntos tratarán de buscar la libertad de la que habla el título de la serie, lejos del mundo de violencia en el que han vivido hasta el momento. Pero varios obstáculos se oponen a esta meta. Por un lado, el padre de Juan, un temido bandolero conocido como “Lagartijo” que quiere reunir a la “familia” para escapar de España. Por otro, el gobernador de la zona, que ha liberado a La Llanera como cebo para cazar a su antiguo amante e imponer su orden. A estos se unen los intereses de un perverso terrateniente local y de otro bandolero, “El aceituno”, que busca vengarse del gobernador por la muerte de uno de sus compañeros de cuadrilla. De todo esto y mucho más hablábamos con Enrique Urbizu, co-urdidor de esta miniserie en esta entrevista que nos concedía con motivo de su promoción. GERARDO LEÓN

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Libertad es una serie ambientada en el siglo XIX, antes de la llegada de las tropas napoleónicas a España. Otras cinematografías explotan muy bien su historia para construir relatos destinados al cine o la televisión. En España lo hacemos poco, pero cuando lo hacemos suele funcionar bien. ¿A qué crees que se debe? ¿Es falta de interés por parte de los productores? ¿A la falta de financiación?
Ha habido tradicionalmente una falta de interés por el alto riesgo que supone. Son productos caros. Y luego, también ha habido una sobrecarga de lo cotidiano en la ficción de los últimos años. Pero, si observas, ahora mismo, con el auge de la novela histórica, ha habido unas cuantas series de televisión ambientadas a primeros del siglo XX, como Dime quién soy o El tiempo entre costuras. Tal vez eso vaya convenciendo de que se pueden hacer más. Yo a los chavales, en clase, es el mantra que les repito: que tienen un país con una historia que está sin explorar. Toda la exploración de la frontera americana en el siglo XVI… ahí hay mucho tema. Es decir, ¡un extremeño descubriendo el Cañón del Colorado! El siglo XIX, por ejemplo, también es un filón. Y, además, es que lo tienes medio hecho. Hay literatos, desde Galdós, ¡anda que no hay mandanga!

Para la serie has escogido el fenómeno del bandolerismo, propio de esa época en la que está ambientada. ¿Qué os atrajo de ese contexto?
Yo creo que desde la más tierna infancia llevábamos anhelando poder hacer una historia de bandoleros. Miguel Barros, Gonzalo Salazar, el productor, Michel Gaztambide y yo, siempre andábamos con la posibilidad de rodar algún día en exteriores, con caballos… Y, bueno, Movistar se atrevió. Les gustó la propuesta, que era un tanto inaudita porque no es una historia que se parezca a las habituales de bandoleros, y ha sido apasionante. Pero, ya te digo, ha sido desde la más tierna infancia.

La serie reivindica, además, un género que parece que ha quedado desplazado de la ficción contemporánea. Comentabas antes que, en la producción española, hay una mirada demasiado centrada en lo cotidiano. En ese contexto, el cine de aventuras parece haber desaparecido, un cine que la serie reivindica.
Sí, yo me he quedado muy sorprendido porque una de las primeras sensaciones que estoy recibiendo es que estos son unos tiempos en los que proponer un relato de aventuras de este tipo es casi rompedor o inaudito, cuando debería ser casi familiar. Es un género que creo que nos gusta a todos. Luego, es un placer para la vista: los paisajes, los planos generales… Pues esto parece que es inaudito en estos tiempos. Es muy curioso. No, no parece que sea lo más habitual en este país.

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¿Crees que hay un temor a que el espectador lo rechace, precisamente por ir contra esa moda de hacer un cine centrado en lo inmediato, como decías?
Bueno, está por ver que el espectador lo rechace. En el caso de otras nacionalidades, no lo rechaza en absoluto. Es que, claro, no podemos apostar a que el espectador vaya a rechazar lo que no le ponemos. Si no se lo pones, alguien puede decir, ¿y si lo rechaza? Pero otro puede decir, ¿y si no lo rechaza? Y ya está.

La serie empieza con una proposición muy fuerte en boca del personaje de este inglés que va a relatar la historia y que dice que va a ambientar el relato en una España bella y cruel. Al margen de otras lecturas, hay en la serie un evidente subtexto que nos proyecta hacia el presente. 
Yo creo (y nos dábamos cuenta cuando empezamos a escribirla), que es muy difícil ver la serie o la película sin pensar en el país en el que vivimos hoy. En la serie se habla de conceptos que fueron fundamentales para el desarrollo político y social del país y cuyas consecuencias marcan el siglo XX y dónde estamos ahora. Se habla de monarquía, de justicia, de tierra de odio, etc.

La serie tiene un mensaje republicano. Esa libertad de los personajes no es solo física, exterior, es contra el poder, contra la opresión de las monarquías. Sin embargo, al final hay una pequeña sorpresa o contradicción. ¿Cuál era, en ese sentido, vuestra intención?
La intención era no tener ninguna intención. Es poner las cartas sobre la mesa sobre una realidad poliédrica que presenta contradicciones. Hay personajes con posturas muy distintas. El poder está representado por el terrateniente del personaje de Don Anastasio (Pedro Casablanc), y el poder del estado político-administrativo que es el gobernador. Sin spoiler, pero ya sabes cómo acaban ambos en la serie. Sin embargo, ahí hay un duelo de discursos. Por un lado, está “El aceituno”, un hombre despechado y vengativo que actúa por causas subjetivas y personales, y que no busca justicia ni cambio social ninguno, solo busca venganza. A este le contesta el gobernador con un discurso que me parece de lo mejorcito de la serie, y que es el único personaje que tiene sentido común y, de alguna manera, sabe lo que está haciendo y es consciente de su momento y de su cargo. Es decir: proteger el comercio es proteger el desarrollo del país. Para proteger el comercio haré lo que haga falta y a mí me toca gobernar y, por lo tanto, ejecuto. Esa incautación del poder civil que parece representar el gobernador, ayuda a explicar la época. La serie es muy anti-violenta. Lo que quiere “La Llanera” es alejar a su hijo de la violencia. Y quiere depender de sí misma, no tiene ni conciencia de género, por supuesto, ni de clase ni de nada. Solo quiere largarse y sacar a su hijo de ahí, y huir de su pasado. No lo consigue.

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Luego está esa cosa tan nuestra de proyectar hacia fuera las esperanzas de mejorar lo de dentro. Uno de los personajes sueña con América, otro quiere huir a Portugal, el británico se contrapone como elemento civilizado frente a un país más bárbaro, incluso primitivo. Me gustó mucho la manera que tienen de encender el fuego, un elemento que casi nos remite a la prehistoria…
Sí, uno de los problemas cotidianos más jodidos en la vida en el campo. Yo creo que a todos nos habría gustado incidir más en ciertos aspectos realistas o de contexto social de la época, pero es caro. Tienes que ajustarte al presupuesto que tienes, son rodajes muy complicados. Tardas una hora o dos en llegar al set de rodaje, y entre que estás fuera de la ciudad, no hay caminos y hay barro, se convierte en un safari. Entonces, vas muy pillado y eso te obliga a sintetizar. Pero bueno, está el poblado gitano, contamos a qué se dedican los bandoleros cuando no son bandoleros, etc. La vida en el campo debía ser muy dura en aquellos tiempos, sobre todo para las mujeres, que eran las que se tenían que quedar a arar, a tender, a criar, a esperar, a todo lo de la casa y a cuidar el campo… si es que tienes suerte y tienes campo. O sea, una cosa bastante más terrible de lo que se ha podido pintar.

Ya llevas una carrera considerable con Michel Gaztambide como guionista o compañero de viaje en muchos de tus proyectos. ¿Cómo funciona vuestra colaboración? 
Bueno, hablamos con mucha frecuencia. Él vive en San Sebastián, yo vivo en Madrid, pero es rara la semana que no charlemos, nos crucemos cosas, comentemos… Ahí suelen salir los temas. Lo mismo él se interesa por un tema y se marca treinta folios y me los envía. Luego, cuando decidimos tirar para algún sitio, esa parte es ya presencial. Escribimos a cuatro manos. Se viene y nos encerramos una semana en una mesa y “a picar piedra” (risas).

A nivel de guion, la serie está construida como si saltaras a la corriente de un río caudaloso o a un tren que ya está en marcha. No hay presentación de la situación, todo está sucediendo desde antes de que empiece el relato.
Pues mira, lo del río me lleva a una palabra que sería “recodo”, que está muy bien y que ahora te explico. La pregunta clave cuando se nos ocurrió hacer el montaje para el largometraje es si teníamos una línea argumental central, porque la serie siempre ha tenido una vocación de calidoscopio. Es muy coral, o sea, el protagonismo está muy repartido. Libertad es un viaje permanentemente interrumpido que acaba siendo circular. Entonces, alrededor de los personajes principales, están los recodos. Y estos son el servicio de inteligencia, que es la vieja, el poblado gitano, la trama de Casablanc con su hija, que es bastante sórdida, la relación del gobernador y el terrateniente… Es decir, la serie se permite prescindir de la urgencia del argumento y del misterio para proponer un viaje muy móvil, muy activo, muy entretenido, pero un viaje que te invita a mirar más allá. No es como en No habrá paz para los malvados que era una línea recta y punto. Aquí hay eso, recodos.

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Quisiera que nos comentaras cómo construisteis esa coralidad. Al principio, puede parecer que “La llanera” es la protagonista, pero luego te das cuenta de que cada personaje aporta un elemento al relato. En ese sentido, está muy equilibrado. ¿Cuál fue la mayor dificultad a la hora de lograr ese balance entre personajes?
El guion era coral, pero ya desde el reparto, al elegirlo, debes tener en cuenta los equilibrios, los contrapesos. En eso influye tanto el carácter del actor o la actriz que eliges, como su relación con los demás. A partir de ahí, lo que sucede, si esto lo has hecho bien, es que los personajes empiezan a crecer, a ocupar sitios. El ejemplo más patente es el del inglés. Cuando llegó Jorge Suquet, el actor, con esa pinta, esa elegancia propia de él, el personaje empezó a ocupar su espacio en el relato. Y ahí está, el tío. No es solo uno que pasa por ahí y que sirve de excusa para contar las cosas. Es un personaje muy interesante que sirve de espejo para comentar la realidad que está viendo. Eso está en el guion, pero luego, en el proceso, tienes que cuidarlo para que los personajes respiren y tengan holgura.

El paisaje es, sin duda, otro de los grandes protagonistas de la historia. ¿Cuál dirías que ha sido la mayor dificultad y tu mayor placer al enfrentarte con ese paisaje?
Lo más difícil y lo mejor es la misma cosa: estar sometido al azar de la naturaleza. Ves amanecer o anochecer todos los días. Y eso es difícil porque llegas a unos sitios que dices, ¡joder, y ahora empieza a rodar aquí! Esa es también la mejor parte: los caballos, toda esa logística era muy deseada porque en los rodajes de ciudad ni lo pruebas. Rodar en la naturaleza es maravilloso. Te diría que eso ha sido lo más difícil y lo más bonito.

Dentro de este nuevo renacer de la televisión, este el segundo proyecto de miniserie que has rodado. ¿Por qué has escogido este formato de capítulos cortos? ¿Te daba la oportunidad para probar ciertas cosas? ¿Te sientes más cómodo a la hora de desarrollar las historias?
Bueno, son las series las que me han elegido a mí, por lo visto. Pero sí, sufrí mucho los setenta u ochenta minutos por capítulo de las televisiones generalistas, me parecía una cosa como de otro planeta. Y, personalmente, como espectador, los cuarenta o cuarenta y cinco minutos me parece que, bien hechos, son explosivos. O sea, ni pre-clima ni puñetas. Y si, además, dejas abierta la cosa al siguiente capítulo, estás escribiendo un folletín por entregas y te lo puedes pasar bomba. A efectos de rodaje, yo ruedo en anamórfico con un equipo de cine, no ruedo con multi-cámaras, planifico… O sea, yo sigo rodando como rodaba los largos. Y creo que ahí está la variable del asunto.

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En este boom de series que se está realizando actualmente, se ha producido una confrontación entre la televisión y el cine convencional. Pero a mí me da la impresión de que, después de un período inicial, la televisión está tendiendo hacia el cine y de ahí que se prodiguen estos formatos de miniserie, porque permiten un relato cerrado, más próximo al del largometraje de siempre. 
Sí, te entiendo y comparto bastante lo que dices. Hay muchos formatos ahora en televisión. Los ingleses tienen uno maravilloso que es de tres capítulos de noventa: Sherlock, por ejemplo. Eso es un paquete de tres largos y funciona muy bien. Claro, estamos hablando de Sherlock, un producto que, al que le gusta, va a verlo. Luego, está el serial que puedes prolongar, como Cuéntame. Ese es un relato sin ánimo de clausura. Y sí, hay que abandonar el puto sofá de casa en cuanto podamos. La gente aprecia un relato concentrado de cien o doscientos minutos, y ya. La clave está con acertar con el formato y la distribución. ¿Qué demonios es El irlandés? ¿Una miniserie o un pedazo de largometraje? Pues, depende de cómo la pongas, pero el lenguaje es de alto voltaje cinematográfico y eso da igual que lo llames tele o que lo llames cine.

Creo que Libertad es una serie que se acerca mucho al western clásico. Tú has trabajado mucho los géneros, especialmente el thriller, y aquí veo una intención de crear una mitología muy propia del western.
Sí, esto del western es muy curioso porque yo, como cineasta, me he forjado en el western. Es algo que estaba ya antes, en No habrá paz o La vida mancha. Aquí el western era una influencia descartada, desde el inicio. Yo hablaría de una cosa muy curiosa que es el pre-western, porque la estética que ves en la serie y que asimilas al western se adelanta en casi noventa años al revolver y lo que ves en los westerns. España estuvo en la frontera sudamericana trescientos años antes que John Wayne y llevamos los caballos y los sombreros, y las sillas y los arreos… Es decir, que hay toda una base estética y cultural en los westerns norteamericanos, cuya base son los exploradores y la colonia española. Es una curiosa ida y vuelta. Pero yo, que no tengo ningún pudor en decir que soy consumidor de westerns, aquí no era la influencia a tener en cuenta porque, precisamente, no nos hacía ni puta falta, ya teníamos el caballo y el sombrero.

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A ver cómo lo hacemos sin lanzar ningún spoiler porque yo quería que me hablaras del último plano de la serie.
¡Ah, amigo! El plano es evidentemente un intercambio mío con John Ford. Muy obvio. Aunque, luego, también se trataba de resolver un problema técnico de manera similar. El problema técnico es, por ejemplo, que no tengas decorado de la casa. Es decir, que no puedas fotografiarla por fuera, con lo cual la tienes que fotografiarla por dentro (risas). Y luego, claro, Ford es mucho Ford. Hay siete u ocho encuadres iguales a lo largo de Centauros del desierto, ahí habría mucho que hablar. Pero vamos, dejémoslo ahí. Las pesé putas rodando ese plano, me daba mucho pudor, pero es que era así.

¿Estás enganchado a las miniseries o piensas volver al largometraje?
No, yo no estoy enganchado a nada. Me encantaría hacer un largo. Hay buenas ideas para hacer otro tipo de miniseries, si esto va bien y se puede continuar con el siglo XIX… no sabemos. Además, en tiempo de promoción es mejor no pensar nada que te vas a equivocar, seguro (risas).

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