HASTA EL DOMINGO 2/3
F. BANCAJA. Pl. Tetuán, 23
La Fundación Bancaja da los últimos coletazos de su décimo aniversario sacando toda la carnaza. A principios de octubre llegará una nueva exposición de Sorolla y el arranque de curso en septiembre se lo han dedicado a Picasso. Un tótem del arte internacional y su obsesión con “el artista y la modelo”, un tema que atraviesa toda su obra, convertido en género pictórico con identidad propia. La fundación valenciana es la institución privada con más obra gráfica de Picasso del mundo (grabados, mayoritariamente) y lo aprovecha revisitándola una y otra vez desde mil y una perspectivas, como un cubista consumado. Esta vez, se ha fijado en los últimos veinte años de vida del malagueño en los que vivió una época de profusa creación artística lejos de París junto a su mujer de entonces, una de tantas, pero su musa por excelencia, Jacqueline Roque, de la que realizó más de 400 retratos antes de morirse. Picasso evitó utilizar modelos durante toda su vida madura, prefirió pintar a personas que le afectaban de alguna forma. Al fin y al cabo, según el co-comisario de la exposición, Fernando Castro, “lo que modula Picasso con su modelo es, siempre, su deseo”. Vamos a suponer que hay que separar al artista de la obra (especialmente, si este ya está muerto), que no hay que darle importancia a los 45 años de diferencia de edad entre los dos, ni al abuso de poder que ejerció sobre sus parejas y sus hijos, y que el tema del artista y la modelo basado en un hombre dotado que realiza la acción sublimadora de pintar frente a una mujer pasiva cuyo único interés es físico, suponiendo todo esto, no hay duda que Pablo Picasso es uno de los grandes genios del arte universal. Y esta exposición es una buena oportunidad para volver a ver algunas de las dos mil obras del artista que posee Bancaja entre linóleos, libros ilustrados y grabados de la Suite 347 y la Suite 156. También se cuelan otras joyitas de instituciones como el Museo Reina Sofía o la colección ABANCA en los puntos cardinales de la primera sala, los magníficos óleos “El pintor y la modelo”, y seis retratos de Jacqueline del Museo Picasso de Málaga, prestador junto al Museo Picasso de Barcelona. Los dos, con Bancaja, forman un corredor mediterráneo picassaiano que, parece, va a tomar forma en un futuro próximo.
Picasso tenía más de setenta años cuando conoció a Jacqueline, son los años cincuenta y el mundo cree que ha traicionado a las Vanguardias y está acabado. Ahí entra en escena Jacqueline, una mujer muy maltratada por la historiografía, entre otras cosas, porque restringía mucho el acceso a Picasso y porque le prohibió a sus hijos y sus nietos velar el cuerpo del pintor. Líos familiares a parte, dice Castro que la producción bárbara de Picasso durante estos últimos veinte años de su vida no hubiera sido posible sin Jacqueline a su lado. La podemos ver junto a él en los estudios de La Californie (Cannes) o Notre-Dame-de-Vie (Mougins) gracias a fotografías que muestran a Picasso en su entorno creativo y familiar. A veces, las piezas que aparecen dentro de la foto, cuelgan in situ a pocos metros dentro de la exposición. A partir de 1954 empezó a pintar el rostro de su última musa recurriendo a formas primitivistas o geometría post-cubista, o recreando escenas de algunos de los pintores que más le influyeron, como Les femmes d’Alger de Delacroix, o Le déjeuner sur l’herbe de Edouard Manet, presentes en esta exposición. Jacqueline siempre esta ahí. Pero dibuja también mosqueteros, toreros, el mundo del circo… las cosas que veía por la tele. Al final, además de uno de los artistas más grandes del arte moderno, Picasso también era un abuelo viendo la tele. S.M.