HASTA EL DOMINGO 5/2
MUSEO DE BB.AA. Sant Pius V, 9
Lo de casi siempre, que sujetando con dos dedos el escasito presupuesto del Museo de Bellas Artes de Valencia (de titularidad estatal) la pinacoteca se ve obligada a montar sus exposiciones mirando a la colección propia con el director Pablo González Tornel desempeñando labores curatoriales. Es la tercera muestra que comisaría en los dos años y pico que lleva capitaneando el barco y esta es de las grandes, ocupa las dos salas dedicadas a exposiciones temporales del museo. Está dedicada al género del retrato entendido como un acto de la voluntad de los retratados de perdurar más allá de la muerte, de ser recordados cuando ya no estén. El ansia de posteridad.
Anima. Pintar el rostro y el alma empieza fuerte colgando, junto al capitán general Ramón María de Narváez y a Alfonso XIII, el retrato firmado por José Segrelles del dictador Francisco Franco vestido de militar. Consciente de que va a levantar ampollas, Tornel se justificó en la presentación afirmando que esta es, inequívocamente, una obra de arte, y que sirve para reflexionar sobre la importancia que tiene el espectador en la vida de una obra, ya que la percibe y le da un contenido en el ahora de una forma totalmente distinta a cuando fue pintada. Polémicas a parte, esta introducción viene a decirnos que la cara es el reflejo del alma, que es lo que, a la postre, los artistas quisieron capturar en creaciones como el San Juan Evangelista atormentado de Francisco Ribalta. En el apartado dedicado a los retratos dinásticos tenemos a la familia Vich enfundada en armadura en una serie de pinturas de Antonio Stella que han sido restaurados para la ocasión (quedaron destrozados de cintura para abajo en la riada del 57) o, pintado por la escuela de Diego Velázquez, el óleo ecuestre de Carlos II, aquel rey con el que se acabó la dinastía de los Habsburgo en España al morir sin descendencia. La siguiente parte del recorrido está dedicada a las alianzas que no tienen que ver con la sangre, sino con el intelecto, generadas en órdenes monacales o círculos artísticos y literarios. Aquí tenemos autorretratos de Benlliure, Pinazo y Manuela Ballester (en un acto de reafirmación), y los retratos del dramaturgo Gaspar Aguilar pintado por Juan Ribalta o del poeta e historiador del Siglo de Oro Leonardo de Argensola.
La perspectiva de género se trata a continuación, mostrando a mujeres que consiguieron ser retratadas saltando por encima de su única virtud en aquellos tiempos, su carácter procreador. He aquí Santa Teresa de Jesús —a la que Tornel calificó como la mujer más importante de la Edad Moderna en el mundo—, que consiguió ser retratada como ella quiso, como una literata por la gracia de Dios, no como una monja contemplativa. O la estrella de la zarzuela Isabel Bru retratada por Joaquín Sorolla a principios del siglo XX, cuando ciertas profesionales libres dejaron de depender de los hombres y pudieron controlar la proyección de su imagen. Bru no se casó, ejerció de cantante, mantuvo a su familia y controló su imagen encargándole un retrato al “pintor más famoso del mundo” (Tornel dixi) en aquel momento. Después conoceréis a los Don y Doñas nadie que hoy no sabemos quienes son pese a que quisieron ser retratados con afán de pasar a la posteridad, por artistas tan potentes como Raimundo de Madrazo. Y esta gran muestra se cierra con retratados que sí son recordados por haber hecho cosas memorables en vida, personajes como Jesucristo, David (el de Goliat), Carlomagno… En tiempos de selfies y retratos compulsivos, el Museo de Bellas Artes viene a decirnos que ese miedo a no existir si no se te ve viene de muchos, muchos, siglos atrás. S.M.