GUADALUPE PLATA
Guadalupe Plata no son unos recién llegados aunque parezca que fue ayer cuando publicaron su primer Ep homónimo, un disco que marcó una clara directriz para nuestra banda underground más internacional: trabajo, militancia y una manifiesta pasión por los clásicos.
Con estas premisas llevan funcionando los de Úbeda desde 2007, actuando en todos los espacios imaginables y editando canciones que han acabado cimentando seis álbumes sin título inflados con blues crepitante, psychobilly lisérgico y surf de ciencia ficción. Con ellos han acumulado el reconocimiento (un Premio Ojo Crítico, un Premio Impala y varios Premios de la Música Independiente) y actuado por diversos rincones del planeta (Reino Unido, Europa, Sudamérica, EE. UU.), llegando a convertirse en el capricho confeso del mismísimo Iggy Pop.
Guadalupe Plata representan con su música, sin importar que sus inicios de furibunda intensidad hayan derivado en un tono más embriagador, no solo ya una honrosa excepción dentro del panorama estatal, sino todavía algo más importante, emerger como una propia definición estilística en sí mismos. Su propuesta, donde el aspecto instrumental destaca entre unas voces que acuden como ráfagas llegadas del inframundo, significa el reverso a cualquier impostura colorista y posmoderna, trenzando una relación natural con las más profundas raíces del tipo de sonido al que decidan asomarse. Su nuevo disco, de diverso clima ambiental, nos insta a participar en un juego que hace de cada una de sus casillas una experiencia tan emocionante como turbadora, una partida que en realidad es el espejo de la misma vida, esa donde cualquier resultado ofrecido por los dados es incapaz de alterar un final ya asignado.
VURRO
Estaba escrito. En los posos del café, en las cartas del Tarot, en las hojas de los árboles, y en el reverso de una bolsa de Cheetos: Un hombre maligno con un castor muerto en la cabeza se hará con el control del Imperio dando inicio a una era de oscuridad, las estrellonas del pop y el rock caerán como moscas, la música en directo se convertirá en un soberano y previsible coñazo, e incluso morirán princesas en una galaxia, muy, muy lejana. Y en medio del Apocalipsis, surgido entre un mar de ratas muertas, llegará un hombre vestido como un rednecky con una calavera de vaca por cabeza. Nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, tan solo que allí por dónde pasa deja flotando en el ambiente la esencia de la verdadera religión del boogie. Su nombre es Vurro, y nunca habrás visto nada igual. Estaba escrito para todo aquel que supiera leer entre líneas y, tarde o temprano, las profecías terminan por cumplirse.
El misterio rodea al enigmático artista tras la calavera. Jamás ha concedido entrevista alguna, nunca nadie ha visto su verdadera cara, pero con tan solo tres vídeos en su haber, colgados en Youtube, ya se ha convertido en todo un fenómeno viral. Pero basta con ver tocar a Vurro para darte cuenta de que todo tipo de información más allá del espectáculo que tiene lugar ante tus ojos es irrelevante. Más allá de la impactante puesta en escena, tan contundente como el disparo de la Magnum de Harry el Sucio entre los ojos, tiene el espectador la tremenda suerte de encontrarse con un animal de los teclados con magia impregnando sus dedos y el ritmo corriendo por su sangre. Platos de batería tocados con los cuernos, pedales de bombos que desprenden polvo del desierto con cada golpe, cascabeles y una voz que parece provenir de ultratumbra. Tal vez coma alambre de espino y mee napalm, pero lo que es seguro es que respira rock ‘n’ roll en forma de boogie, el puro, el genuino, el inspirado por maestros de la talla de Chuck Berry, Bob Log o Jerry Lee Lewis, sin olvidar inevitables referencias a otros outsiders como Frank Zappa en cuanto a concepto escénico se refiere, por el uso de bicicletas y otros elementos poco habituales. En cualquier caso, basta con verle tocar unas cuantas notas para darse uno cuenta de que nos hallamos ante un virtuoso decidido a romper esquemas. Su nombre es Vurro, y sus canciones hablan de la venganza del toro Raúl o de lo feo que está matar a las vacas. Su nombre es Vurro, y en ningún momento sabrás si te encuentras ante un músico de rock reconvertido a chamán invitando a la catarsis del público por medio de su delirante ceremonia del ritmo, o al hechicero de una religión olvidada extendiendo su embrujo a través de la música. Su nombre es Vurro, y la sala 16 Toneladas tiene el placer de brindarte su ritual por primera vez en Valencia en el que será el tercer concierto de su nueva pero tremendamente ilusionante carrera. Su nombre es Vurro, y si el rock and roll te lleva derecho al infierno, él te abrirá las puertas y las cruzarás bailando.
YO DIABLO
Yo Diablo es un dúo de rockabilly salvaje a ritmo mantra de “tucu-chaca”, gritos de guitarra y acordes infernales. Odas que cantan a mosquitos, serpientes, gatitos y otros terribles animales con las que un guitarrista y un baterista hacen perder la cabeza al resto de seres terrenales.