Este proyecto propone desmontar la coreografía tradicional del beso para llevarla al límite de su resistencia física, simbólica y afectiva. A través de una investigación coreográfica atravesada por la improvisación, el contacto, el agotamiento y la insistencia, la obra trabaja con cuerpos en fricción: cuerpos que negocian constantemente entre la entrega y la defensa, la sincronía y el desajuste, el deseo y su imposibilidad. No busca acumular significados ni generar escasez afectiva. En su núcleo, la pieza sostiene una pregunta: ¿es posible besar sin esperar nada a cambio? ¿Puede el beso, arrancado de su narrativa normativa y romántica, devenir gesto político, acto físico, insistencia coreográfica?
Me interesa desarmar el beso, descomponerlo y arrancarlo de su contexto culturalmente asignado. Llevarlo al borde de lo humano y de lo deshumanizado. Forzarlo hasta hacerlo aparecer en lugares inesperados. No como representación, sino como experiencia encarnada. El beso como gesto inagotable: insistente, radical, ajeno a cualquier lógica de consumo. Un lugar donde los cuerpos, en constante desequilibrio, encuentran otra forma de sostenerse.
Un dispositivo escénico híbrido donde el cuerpo en movimiento se convierte en lenguaje. Cada beso es una partitura abierta: una forma que muta, que se descompone, que se pierde. No busca respuestas, sino fricciones. Es en esa tensión, en ese desajuste constante, donde el gesto cotidiano se vuelve político, y donde la insistencia se convierte en forma de resistencia. En esta insistencia también se encarna una reivindicación de la libertad sexoafectiva, de los cuerpos disidentes y sus maneras de vincularse fuera de la norma. El beso como espacio de posibilidad queer: inestable, mutante, libre.





