Guadalupe Plata no son unos recién llegados aunque parezca que fue ayer cuando publicaron su primer Ep homónimo, un disco que marcó una clara directriz para nuestra banda underground más internacional: trabajo, militancia y una manifiesta pasión por los clásicos.
Con estas premisas llevan funcionando los de Úbeda desde 2007, actuando en todos los espacios imaginables y editando canciones que han acabado cimentando seis álbumes sin título inflados con blues crepitante, psychobilly lisérgico y surf de ciencia ficción. Con ellos han acumulado el reconocimiento (un Premio Ojo Crítico, un Premio Impala y varios Premios de la Música Independiente) y actuado por diversos rincones del planeta (Reino Unido, Europa, Sudamérica, EE. UU.), llegando a convertirse en el capricho confeso del mismísimo Iggy Pop.
Guadalupe Plata representan con su música, sin importar que sus inicios de furibunda intensidad hayan derivado en un tono más embriagador, no solo ya una honrosa excepción dentro del panorama estatal, sino todavía algo más importante, emerger como una propia definición estilística en sí mismos. Su propuesta, donde el aspecto instrumental destaca entre unas voces que acuden como ráfagas llegadas del inframundo, significa el reverso a cualquier impostura colorista y posmoderna, trenzando una relación natural con las más profundas raíces del tipo de sonido al que decidan asomarse. Su nuevo disco, de diverso clima ambiental, nos insta a participar en un juego que hace de cada una de sus casillas una experiencia tan emocionante como turbadora, una partida que en realidad es el espejo de la misma vida, esa donde cualquier resultado ofrecido por los dados es incapaz de alterar un final ya asignado.