Desde que el ser humano aprendió a representar la realidad con figuras, miniaturas o escenas, ha buscado narrar el conflicto, los sentimientos humanos, el heroísmo, la caída y la gloria . El Museo L’Iber, con sus miles de soldados de plomo, dioramas históricos y piezas que abarcan siglos de historia cotidiana, militar y política, conserva esa pulsión narrativa ancestral: la necesidad de contar el mundo a través de formas visibles, de escenificar la historia para comprenderla.
El cine, nacido a finales del siglo XIX, prolonga y amplifica esta misma necesidad. Si los soldaditos de plomo representan en miniatura las grandes y las pequeñas gestas humanas, el cine las convierte en relatos en movimiento. Ambas formas comparten una fascinación por el detalle, por el vestuario, la táctica, el paisaje y los símbolos. Ambas invitan al espectador a revivir los diversos momentos de la historia, pero también a preguntarse por su sentido.
Las vitrinas del museo, como las pantallas del cine, son lugares donde la imaginación se activa, donde el pasado cobra forma, y donde la historia se convierte en relato vivo. Esta exposición busca precisamente eso: tender un puente entre dos formas de contar el mundo. Entre la quietud elocuente de la miniatura y el movimiento poderoso del cine. Entre la maqueta y la pantalla. Entre el soldado de plomo y el personaje cinematográfico. Porque en ambos, al fin y al cabo, late una misma pregunta: ¿cómo queremos recordar nuestra historia?






