Juan Nava es un diseñador que hace lo suyo, desde su rincón, fuera de foco, huyendo de complicaciones aunque a menudo acabe embarrado en ellas. En el primer Congreso de Tipografía celebrado en Valencia en 2004 compiló un librito de itinerarios tipográficos que te llevaban por los rótulos comerciales antiguos más interesantes de la ciudad y desde entonces no ha parado de fotografiar rótulos compulsivamente y dibujar las letras que contienen para su proyecto Letras recuperadas, una web primero, una cuenta de Instagram después y un libro editado por Gràffica finalmente. Y la cosa no acaba ahí, a partir del 1 de julio será también una exposición en el Gabinete de dibujos, Letras. Encontradas, recuperadas, dibujadas, un pequeño recorrido que acaba con 279 letras dispuestas en paneles sacadas de los cientos de rótulos que durante los últimos años ha limpiado y resignificado dibujando sus tipos en blanco y negro, sin ruido alrededor. La letra desnuda. Protagonista. Majestuosa.
Para hablar de Letras nos fuimos con Juan Nava a almorzar al JM, bar mítico de su barrio de la infancia. Con el plato de OLIVAS delante nos explicó que la muestra arranca con la palabra “Letras” dibujada y pintada en el mismo escaparate de la galería. La “L” dibujada a mano alzada, las siguientes poco a poco más perfiladas y la “S” ya vectorizada, un adelanto de lo que encontraremos dentro: una breve historia de la evolución del diseño gráfico. Empieza mostrando algunas letras originales hechas por él —que enseña a regañadientes con un poco de vergüenza—, dibujadas con Rotring entre los años setenta y ochenta dentro de logotipos y anagramas. “Nadie se va a enterar de que están hechas a mano, solo si las miras al trasluz se nota que están rellenas con pincel, pero con la iluminación de la galería parecerá que están impresas”. Perfección absoluta, ¡una barbaridad! “No era una barbaridad, era lo que había, no tenía ni más ni menos mérito”, nos corrige. Antes, los rotulistas tenían que dibujar las letras y él, cuando hacía un logotipo, la mayoría de las veces también diseñaba la letra. “Ahora, a los estudiantes que ven un boceto de letras pintadas y rotuladas se les cruzan los cables, no entienden nada”. ¿Tampoco les hace falta, no? “No, pero es historia del diseño. Yo ahora me abrazo al ordenador, que no me lo quiten, pero antes del ordenador también había vida, y era fascinante”. Lo dice alguien que, en la primera agencia de publicidad para la que trabajó, le traían los textos montados con tipos móviles que imprimían en una maquinita de pruebas. ¿Y tú que hacías con eso? “El ridículo, porque no acertabas casi nunca. Te ibas a la ampliadora para conseguir el tamaño que querías, pero el interlineado, a veces tenías que cuadrarlo cortado línea a línea, separándolas, centrándolas… Algunas casas de fotocomposición no tenían más de seis tipos de letra, SEIS. El tema era muy precario. Para hacer algo original había que buscarse la vida”.
Entramos de lleno en el tema los rótulos cuando llegamos al fondo de la galería. Rótulos medio perdidos por el deterioro de los años que Nava ha vuelto a dibujar en un plano neutro, sin colores, para que la letra cobre una nueva vida. Como el de la vieja Pescadería Pepe que custodian en La Cooperativa del mar porque, ellos sí, han sabido valorar el pasado de su local de Russafa y el diseño que lo distinguía. En el libro Letras recuperadas editado por Gràffica aparecen más de dos mil letras procedentes de los más de 200 rótulos localizados, fotografiados y digitalizados a lo largo de seis años. En algunos casos, Nava ha intentado completar el alfabeto de alguna tipografía, todo un reto porque suele contar con unas pocas letras dibujadas, el resto, con sus números y sus signos, se los tiene que sacar de la chistera. Catorce abecedarios empezados y ninguno acabado, quizá cuando se jubile del todo… Parte del proyecto, apunta, es reivindicar que “un montón de letras antiguas son ahora mismo de lo más modernas y actuales”. Y sigue: “Yo siempre reivindico la figura de los rotulistas, mi proyecto sin estos profesionales, evidentemente, no existiría”. En algunos casos se inventaban ellos las letras, en otros las copiaban de catálogos y manuales o transformaban a partir de ellos para componer sus rótulos, que fotografiados y aislados de su fachada, protagonizan la siguiente parada de la exposición.
Cuando llega el BOCADILLO de calamares nos ponemos teóricos preguntándole sobre la pobre uniformidad tipográfica de las ciudades en la actualidad de la que se queja el reconocidísimo tipógrafo Erik Spiekermann. Reina la helvética, que no deja espacio para nadie más. Nava responde: “Antes había una riqueza que le daba personalidad a los barrios. Ahora, con todo uniformado, lleno de franquicias, se está perdiendo totalmente esa riqueza”. Con algunas letras, a veces, “disparatadas” los rotulistas, inconscientemente, diseñaban de facto el logotipo de las tiendas. “Paquetería Milagritos quería tener su personalidad para diferenciarse del vecino”, por eso, para llamar la atención, su rótulo se llenaba de sombras, relieves y de más recursos vistosos. Diseñaban logotipos sin saberlo.
¿Hay sobreabundancia de tipografías? “Enric Jardí, gran tipógrafo y estudioso del tema, siempre pregunta: ¿hacen falta más tipografías? Es evidente que no. ¿En el arte está todo hecho? Tampoco. Siempre descubres a algún cabrito que le ha dado la vuelta a algo y te sorprende. También hay mucha porquería que no sirve para nada ni aporta nada de nada. Si a mí me funciona la DIN, ¿para que me voy a complicar la vida si esta tipografía funciona? Me atrevería a decir que un elevado porcentaje de libros están editados con Garamond, tiene siglos y sigue funcionando. Por algo será…”
Para el CARAJILLO de Terri volvemos la mirada a València. ¿Alguna característica tipográfica netamente valenciana? “Yo pongo siempre un ejemplo muy concreto. En Sigüenza, Guadalajara, pueblo de la familia de mi mujer, lo tengo todo fotografiado y sí que notas que este rótulo lo hizo el mismo que hizo este y este otro. Sí que notas el estilo de la letra, hay algo que tiene la misma firma, pero esto ocurre en un pueblo en el que no habría muchos rotulistas. Pero aquí en Valencia yo no veo una pauta común. Al estar el tema de la cerámica tan arraigado sí que hay mucho rótulo solucionado con cerámica. Pero claro, no es una tipología de letra, sino el material del rótulo”. Como el panel de Philips. Mejores no hay en la calle Blanquería… “Es cerámica pintada a mano y tiene una curiosidad, hay un error”. Mil veces había fotografiado Nava este panel hasta que un día, de golpe, lo vio: el albañil que montó el panel se equivocó colocando el azulejo que contiene el rabito adornado de la letra “Y” del eslogan “Mejores no hay”.
¿Qué rótulos de los que has dibujado te llevarías a casa? “En casa ya no me cabe nada más, la tengo llena. Me traje uno de Sigüenza, que no paré hasta que lo rescaté, el de la óptica Félix Rodríguez de la Fuente, del abuelo de mi mujer. Yo siempre destaco el rótulo de la Unión Musical de la calle de la Paz, que ahora ocupa la tienda Alehop. ¡Brutal! El otro día, delante de mis narices, se fue al contenedor el panel de cristal de una ferretería de Guillem de Castro por la que paso muchos días para ir al IVAM, una pasada. Llegué unos días tarde”. Se está peleando para que el Ayuntamiento de València tome conciencia de la importancia de poner en valor este patrimonio visual, pero de momento no se dan pasos firmes para proteger las fachadas que lo piden a gritos. “En París lo ves —nos cuenta Nava— una ‘Boulangerie’, ahí, a lo bestia, absolutamente barroco, pintado de la hostia, y abajo hay una boutique o un hotelito. No está reñida una cosa con la otra. Yo entiendo que el nuevo dueño quiera tener su nombre y su rótulo, además nuestro colectivo también participa de eso, porque hacemos marcas y franquicias. Pero si no hay conciencia personal de que esto es un crimen, que evidentemente no la tiene todo el mundo, y no hay una ley que proteja, el cartel se va a la basura”.
¿Tenemos conciencia los valencianos de el valor histórico y artístico de los rótulos que decoran nuestras calles? “En el Mercado Central hay una nueva parada súper cuca, de estas que venden un poco de todo, Casa Bonito se llama, que tiene el rótulo pintado a mano firmado por un rotulista de Madrid”. Pero es algo muy poco común en Valencia. En Madrid y Barcelona, sin embargo, unos cuantos rotulistas jóvenes han rescatado las técnicas para trabajar sobre el vidrio, con pan de oro o de plata, y letras súper curradas. “Han recuperado el oficio y están trabajando a mano. Y tienen faena por un tubo. Pero claro, allí hay locales de toda la vida que conservan la típica fachada de madera donde se ponía el rótulo y los laterales, donde también se rotulaba, y muchos nuevos locales, ya sea un restaurante o una tienda, piden rótulos hechos a mano”. Tan buenos rotulistas hay que Nava, cuando hace fotos en Madrid, a veces duda, se tiene que acercar al cartel porque nota que es nuevo, pero en absoluto parece un vinilo. A veces, nos cuenta, descubre el pastiche por los enunciados, el gin tonic no debía estar muy de moda a principios del siglo pasado.
Hace no mucho Juan volvió a patearse los itinerarios tipográficos de su libro con los alumnos de la escuela de diseño y el resultado fue desolador, un 64% de los rótulos que en 2004 merecían una visita ya habían desaparecido. Se esfuman carteles que nos recuerdan tiendas y profesiones barridas del mapa como la venta de lana al peso, la cuchillería o la huevería, y que son obras de arte en si mismas son sus letras sublimes pintadas a mano. Antes de que los rótulos de plástico con tipografías cortadas a máquina en cajas de luz coparan las fachadas de nuestros comercios triunfaba el noble arte de identificar y embellecer negocios con letras inventadas pintadas a mano que Juan Nava limpia y rescata para devolverles el reconocimiento que se merecen.
Letras. Encontradas, recuperadas, dibujadas
Del jueves 1/7 al viernes 17/9
Gabinete de dibujos. Literat Azorín, 33