“Sólo hay que rascar en la pátina del frágil bienestar occidental para descubrirnos como clase oprimida”

El arte aséptico que presume de pureza y equidistancia se coloca en un lugar político muy concreto, el de la derecha liberal. Así lo cree Elías Taño, dibujante de murales, camisetas, cómics y cualquier otro soporte que sirva para difundir un mensaje comprometido con los de abajo y combativo contra los de arriba. Acaba de firmar la imagen gráfica de la feria del libro ilustrado Baba Kamo, sus carteles cuelgan en el restaurante del MuVIM como parte del ciclo La Temporada Ilustrada y ha publicado recientemente la novela gráfica Garafía sobre la que le preguntamos en esta entrevista. Una historia sobre la migración de canarios hacia Venezuela durante los años 40-50 del siglo XX que protagonizan gentes humildes y muy cercanas a él, su abuelo Cencio y su abuela Gloria.

Garafía obvia la historia basada en la política institucional y las grandes gestas protagonizadas por hombres poderosos para poner el foco en las historias minúsculas de la gente de campo. ¿Cómo de importantes son estas para entender la Historia con mayúsculas?
Las voces subalternas que pueblan la historia, aquella que se escribe en minúsculas, a menudo son las que nos dan una visión más cercana de las realidades que atraviesan a las personas que no disponen de medios, ni de dinero ni de poder. Para mí ha sido fundamental escuchar estas voces para narrar un viaje y una resistencia que nada entienden de épica, ni de glorias, ni de epopeyas.

La novela gráfica la protagonizan tu abuelo Cencio, que migra a Venezuela y es explotado laboralmente, sin derechos ni cobertura médica. Y tu abuela Gloria, que se queda al cargo de la crianza de dos niñas y de la tierra. Otra vez, le das voz a una parte que suele quedar opacada en el relato oficial, la de las mujeres. ¿Hubiera tenido sentido Garafía sin ellas? 
Este cómic iba a ser la historia de la migración al Caribe de muchos hombres expulsados por la miseria y la represión, y éste era el relato más presente en la familia. Hasta el momento en el que empiezo a hablar con mi madre, y escucho las historias de las mujeres de La Palma, quienes, como casi siempre, sostienen otras verdades, otro relato: abuelas, tías, vecinas… Toda una red de mujeres que sostuvo la dureza de la vida en aquella isla volcánica, y cuyo temple, sabiduría popular y sentido de la comunidad hicieron posible un futuro, no sólo para las que quedaron, sino también para aquellos que se fueron, y que en muchos casos acabarían volviendo. Garafía no podría haberse escrito ni dibujado sin ellas, no hubiera tenido sentido. Sería traicionar la memoria de nuestras islas.

Sobre este sentido de la comunidad que comentas, el apoyo mutuo que se da entre las mujeres que se quedan en la isla resulta fundamental para la supervivencia de las familias. ¿Esta solidaridad obrera, es algo que hemos perdido?
Desde que nos vendieron demasiada barata la idea del “fin de la historia” hasta nuestros días, el sistema se ha ocupado por muchos medios de desarticular la fuerza y la cohesión que el mundo del trabajo otorga a las trabajadoras. Sin embargo, cada tanto, como hemos vivido hace poco en Cádiz, en la huelga del metal, o las trabajadoras del Guggenheim en Bilbao, descubrimos que ese apoyo mutuo está latente en la clase asalariada, y cada vez somos más conscientes de que la edulcorada “clase media” esconde una realidad amarga para la mayor parte de las trabajadoras del mundo. No creo que esté perdida la solidaridad obrera, sólo hay que rascar en la pátina del frágil bienestar occidental para descubrirnos como clase oprimida, no es fácil en ocasiones y cuesta verlo a simple vista. No obstante, en esta dialéctica de las contradicciones, cada vez será más evidente su fuerza, y por ello el capital se presenta por momentos más agresivo y criminal.

A Cencio lo encerraron en prisión después de cruzar el Atlántico durante semanas hacinado en una chalana. Hoy a los nadies los encerramos en CIEs como a delincuentes. ¿Hemos avanzado mínimamente en la defensa de los derechos humanos?
Este es uno de los puntos de partida del cómic, reflejar esa historia de nuestro pasado reciente (que aquí es una migración a Venezuela, pero en tantos otros casos fue a Suiza, Alemania, etc.), para situarla en nuestro presente como sociedad “rica” que fortifica unas defensas obscenas contra la clase proletaria mundial que anhela construir un futuro mejor. Y del mismo modo que hicieron nuestras abuelas y abuelos, huyendo de la miseria, la guerra, la opresión y la muerte. La Europa fortaleza, de las concertinas, de los CIEs, de las redadas y la magistratura racista y xenófoba que campa a sus anchas en todos los territorios es un residuo de las políticas supremacistas que se dieron en los años trenta del pasado siglo, cristalizadas en el fascismo, el nazismo y el nacionalcatolicismo, y que hoy heredamos para desgracia de las personas que necesitamos, aún más, exigimos: un mundo justo, internacionalista, solidario y en paz.

Los medios de comunicación del estado español han escondido los acentos regionales buscando una lengua neutra y un vocabulario compartido. Tú haces un esfuerzo deliberado en el sentido opuesto, igual que Andrea Abreu en su novela Panza de burro, donde nos da una clase magistral de la parla canaria de las clases más humildes. ¿Crees que está cambiando la tendencia? ¿Empezamos a darle valor a la riqueza que aportan las distintas maneras de hablar que coexisten en España?
Todo ejercicio de centralización del lenguaje es una agresión a las culturas periféricas. Decían algunos autores decoloniales de África en los años setenta que la forma más rápida, limpia y barata de someter a una sociedad es a través de la cultura. El habla, como parte inherente a la transmisión vernácula de los valores, es a la vez un instrumento que amenaza la creación de un imaginario Limpio, Fijo y que dé Esplendor. Que no es otra cosa sino sinónimo de la extirpación quirúrgica de la posibilidad de construir sociedades divergentes, propias y con capacidad para conservar, proteger y difundir su relato. Su historia periférica, no alienada a los centros de poder. La oportunidad de acercarnos a nivel literario a las voces que han construido nuestra realidad y nuestra historia, es un desafío que reta a la homogeneización de la nación-estado moderno. El trabajo de Andrea ahonda en esta cuestión, y uno, como canario, es capaz de fijar sus raíces, porque al fin y al cabo, como hablamos es como pensamos, y esa cosmovisión que une a los pueblos en su propia lengua, que no venga ni Dios, ni el Estado, y la separe.

En Garafía trasladas el estilo de tu obra en cartelería y murales a las páginas del cómic. ¿Hasta qué punto estas dos disciplinas artísticas son compatibles?
Cualquier formato en el que dibujes acaba siendo un dibujo tuyo, con tu voz personal. No con tu estilo (en un sentido formal, estético), sino con tu voz: lo que cuentas, desde qué lugar hablar, a quién… Y de esta forma, expresar esa voz en un muro no es tan diferente a hacerlo en un cartel o en un cómic. Cambia el medio, las herramientas, el formato… pero encuentro que a nivel discursivo, en mi caso, el medio no es el mensaje, sino que el mensaje permuta de un medio a otro a base de seguir construyendo un imaginario compartido que cuestione las relaciones de poder en el medio capitalista.

Has pintado murales en defensa del pueblo palestino, de la lucha zapatista o contra la destrucción de La Punta, has diseñado camisetas para la Plataforma Antifeixista de Burjassot, fundaste junto a Carla Chillida la compañía A Tiro Hecho, encargada de organizar la Setmana del Teatre Polític y responsable de obras que le atizan fuerte al capitalismo. ¿Tu arte es político o no es? 
Sí. Lo considero así. No sin matizar que todo arte es político, y que la despolitización del arte, esa equidistancia con la que observa el mundo desde su altar del mercado, de las galerías y la academia, es quizá el lugar más político sobre el que te puedes ubicar: la derecha liberal. Es un mundo que ni te interesa, ni ves necesario cambiar, y desde luego al que no diriges tu mirada, sólo lo observas desde un lugar onanista y de profunda individualidad. Más allá de eso, me conformo con ser un trabajador del arte, como decía Víctor Jara, un obrero, y que sea el pueblo el que decida si soy artista o no.

Utilizas poco colores y planos, y los alternas en función de los espacios geográficos y los estados emocionales de los protagonistas. ¿Era algo que tenías decidido de antemano? ¿Tiene que ver, precisamente, con tus orígenes muralísticos y serigráficos?
Inevitablemente, el llevar varios años trabajando con estas herramientas hacen que mi forma de enfrentar al dibujo esté marcada por esta parquedad en colores, en su forma de aplicarlos y que responda justamente a cuestiones narrativas. Habitualmente no narro con el color, soy muy torpe en su uso y aún no acabo de entender el círculo cromático, pero en el cómic de Garafía sí he querido usar esta diferencia para crear dos espacios: el azul oceánico, limpio, infinito, de las islas. Y el ocre de la tierra húmeda, el calor, el barrizal caribeño. Por otro lado, el color rojo representa la ira, el dolor, la venganza, esa pulsión violenta de la historia.

Tu primer fanzine en solitario fue Dios, Patria, Fueros y Altsasu, sobre el caso de los jóvenes navarros acusados de terrorismo por una pelea de bar. ¿Hasta qué punto te toca este tema para que decidieras salirte de tu medio de expresión habitual y acometer la creación de un cómic?
Había seguido el caso de los jóvenes de Altsasu desde su inicio, y cuando años después salió la sentencia, el dolor y la rabia que me atravesó me impidió dormir aquella noche, y sentí la necesidad de coger mis pinceles y bajar a la calle a pintar, a denunciar al fascismo latente, la injusticia que se estaba cometiendo. Aquel mural lo borraron. Y luego vinieron muchos más, que según se pintaban venían otros a borrarlo. Y ello me acercó a las madres y padres de aquellos jóvenes, y tejimos pacientemente una red de cariño, de lucha y esperanza para seguir sensibilizando a la ciudadanía con esta terrible injusticia. Ello me llevó a pintar en Altsasu y otros lugares de Euskal Herria. Llevar aquella historia al cómic fue un ejercicio natural de intentar fijar aquella lucha, y contarla desde el lugar del poder, desde la Guardia Civil. Desde la visión de los opresores somos capaces de ver los esquemas que articulan su pensamiento: odio, inquina, miedo, cobardía… Por ello, en este cómic se cuenta desde la ironía y la sátira.

En su último libro, el periodista Pedro Vallín afirma que ETA ayudó a utilizar el dolor como vehículo de poder. De ahí que su desaparición perjudicara a ciertos partidos políticos a los que no les quedó otra que ensanchar los límites de lo que es ETA o el terrorismo. Para así mantener vivo el elemento legitimador etarra del que es presa la derecha política y judicial. ¿Estás de acuerdo?
Absolutamente de acuerdo. Como decían los Chikos del Maíz: “la televisión es un espacio publicitario para ETA”, y alimentar ese enemigo público es lo que ha mantenido a la derecha fuerte en el estado. Por eso se muestran tan reticentes a asumir el fin de la lucha armada, y continúan criminalizando la solidaridad con las luchas de Euskal Herria. A menudo les falta tiempo para acusar de todo a ETA, pues sus miras son tan cortas que son incapaces de ver que, más allá de los conflictos armados, existen descontentos populares, organizaciones vecinales, sindicatos, estudiantes, campesinos y trabajadoras que luchan sin violencia por un mundo más vivible, más empático. Y ellas sí que se enfrentan a la violencia del sistema, al señalamiento, a los sueldos de miseria, al ostracismo, a la censura… Yo, por todo este tipo de cosas, tengo muy claro dónde me ubico. Y me ubico con conciencia de clase y memoria antifascista.

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