«Puede ser un síndrome de esta generación, el ser de todos lados y, a la vez, de ninguno»

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Después de varios años viviendo en Nueva York, Noemí ha vuelto a Madrid, su ciudad natal. Noemí es actriz de profesión. A su regreso, se presenta a algunos castings, pero, en el fondo, se siente desorientada, insegura y no sabe lo que debe hacer. Buscando su camino en un mundo que percibe que ya no le pertenece después de tanto tiempo de ausencia, retoma las relaciones con su familia (su hermana y su abuelo enfermo) y con los viejos amigos. Con ellos comparte sus inquietudes por el presente y por un futuro que, a pesar de haber pasado los treinta, aún le parece incierto. En realidad, Noemí no sabe ni quién es ella misma, si quiere volver del todo o marcharse de nuevo. En definitiva, cuál es su lugar. Este conflicto, provocará una fuerte confrontación entre la vida, ya organizada, de aquellos que la rodean y ella misma que, de repente, se ha convertido en un elemento extraño, una distorsión. Esta es la premisa de El arte de volver, opera prima del director madrileño Pedro Collantes que se estrena este viernes 11/12 en salas de cine. Charlábamos con el realizador sobre su trabajo unos momentos antes de la presentación de su película en los cines Babel de Valencia.

Mientras veía tu película pensaba que, no hace tanto tiempo, con la crisis económica mundial del 2008, en el cine surgieron muchas historias de una generación que tuvo que marcharse para encontrar su lugar o un trabajo en otro país. Ahora, sin embargo, surgen historias, como la tuya, que apuntan al regreso. ¿Qué ha pasado?
Sí, tienes razón. Es una historia de regreso, sin duda. Y en este caso concreto sí que se puede contextualizar como has hecho tú. La película no es que sea autobiográfica, no está contando mi vida ni cosas que me han pasado directamente a mí, pero, a la hora de escribirla, puse mucho de las experiencias personales de gente que había pasado por eso. Yo también me fui al extranjero en el 2008, estuve casi nueve años viviendo fuera y, al volver, pasé por ese proceso, que es un poco abstracto y que tiene que ver con retomar la vida que se ha quedado, con cómo reencontrarte con un lugar que es tuyo, pero que ya no es tan tuyo, y con todas esas relaciones que han quedado congeladas en el tiempo. Hay un periodo de re-sincronizar eso que es raro y extraño, y que, hablando con amigos y amigas que han pasado por lo mismo, me inspiró a intentar ponerle un marco y retratarlo a través del cine. Sí, efectivamente, se puede poner en ese contexto, pero también es verdad que creo que es muy universal. Me refiero a esa gente que se va a vivir fuera, sin que sea al extranjero ni por motivos económicos, que puede estar más allá del contexto específico de este éxodo provocado por la crisis económica del 2008.

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En ese sentido más general, estaba pensando que es cierto que no fue un proceso exclusivo de nuestro país, y que quizá tiene más que ver con ciertas tendencias globalizadoras o con esta nueva Europa que estamos construyendo. A propósito de todo esto, mientras veía tu película se me ocurrió la idea de, si acaso, con tanto ir y venir de un lado para otro, quizá nos hayamos quedado sin nuestro propio sitio en el mundo. Pienso si es, precisamente, esa sensación de no tener un lugar concreto lo que afecta a la protagonista.
Sí, yo creo que sí. Efectivamente, eso que describes quizá sea un síndrome del siglo veintiuno. Yo, por ejemplo, soy millennial, pero soy de los últimos, digamos (risas) Pero entre los más jóvenes está eso de aprender inglés, de viajar, esa experiencia de ir por el mundo (aunque este año ha estado todo más restringido). Pero, sí. Yo creo que puede ser un síndrome de esta generación, el ser de todos lados y, a la vez, de ninguno. De haber perdido esa sensación del hogar. Y Noemí, la protagonista, sufre un poco de eso de estar aquí y allí, y no ser ni de aquí ni de allí, no sentirse en casa en ningún lado, y anda como buscando su centro.

¿Crees que hay ahora una añoranza de ese lugar? Quizá sea la idea de país, algo que antes teníamos más claro o mejor localizado. Este era mi país, con estas fronteras, y este era mi sitio en el mundo. ¿Hay algo de eso?
Desde luego, en la película y en el retrato de la protagonista, sí. Pero no sé si tiene que ver con lo nacional o lo local, en este caso con la ciudad de Madrid, sino que tiene que ver con un término más abstracto, con la idea, el concepto de sentirse parte de un sitio, de un lugar al que llamar hogar y al que sentir que perteneces al cien por cien. En ese sentido, sí. A mí me interesaba que, en la película, se mostrara esa añoranza, esa cosa como de nostalgia, de melancolía por las cosas que el tiempo ha hecho que vayan mutando y que ya son como irrecuperables.

¿Consideras la nostalgia como un peso, una carga, en este caso, para salir adelante?
Pues no lo sé, la verdad. Así, en términos generales, como si tuvieses un peso en la vida, no lo sé. Creo que tiene su lado bueno, creo que es bonito eso de ser capaces de recordar las cosas con cariño, de echarlas de menos. Pero es un arma de doble filo porque también te puede llevar hacia la tristeza. Sin embargo, cuando está bien enfocada es más fácil quedarse con lo bueno y con la ilusión. En la película yo creo que el conflicto de ella tiene mucho que ver con cómo reenfocar esa nostalgia, con cómo convertirla en la aceptación de lo inevitable, que, si hay cosas que cambian y se acaban, hay que enfocarlo desde lo positivo.

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Hay una pregunta que no se formula y que me da la sensación de que planea todo el tiempo sobre el relato y que tiene que ver con el hecho de saber quién es uno mismo. Creo que Noemí lo va redescubriendo a través de los demás. ¿Necesitamos a los otros para descubrirnos?
Sí, efectivamente. Es así. En la película está todo eso que hemos hablado de volver, el proceso del regreso y de encontrar el sitio, y luego está otra capa, que está muy atada a la primera, que es la cuestión de la identidad de uno mismo. Y eso es algo igual de elusivo y escurridizo que el concepto de pertenecer a un lugar. Esto le pasa a Noemí. ¿Quién soy yo? ¿Soy como me define mi hermana? ¿Soy como me define mi abuelo? ¿Soy como me define mi amigo? Todos los personajes que conocemos de su vida y con los que ella se va encontrando en este día la van definiendo por la mirada que proyectan sobre ella. Y ella reacciona a esas definiciones. Al final, mi intención era que nos fuera dando un retrato caleidoscópico de ella, que fuéramos viendo sus diferentes caras y que, al acabar de la película, hubiera un proceso de autocontrol, como si dijera, “bueno, ahora soy yo la que va a controlar mi identidad y voy a definirme a mí misma como yo quiero.”

Mientras veía la película pensaba en aquella frase tan popular, que dice: “el que se va a Sevilla pierde su silla” (risas) Esto es algo que le pasa a Noemí: se ha ido y todo el mundo ha ocupado los sitios que ella ocupaba. Pero, a la vez, es algo que también está en la forma en cómo está filmada la película, en cómo retratas los espacios. Quería que nos contaras cómo ha sido tu trabajo en ese sentido.
En este caso sería “el que se fue a Nueva York, perdió su sillón” (risas) Sí, exacto, hay algo de eso. Es como esa frase que le dice su amiga en la galería de arte: “es peor sentir nostalgia por las cosas que no te has atrevido a hacer”. El conflicto de ella también va por ahí. Al final, en la vida vas tomando decisiones y el decidir hacer una cosa implica, por definición, decidir no hacer otra. Y, por esas cosas que no haces, al final puedes estar siempre obsesionado con la idea de qué habría pasado si hubiera hecho lo que no hice en lugar de lo que sí que hice. Eso es lo que le pasa a ella, que vuelve y se encuentra con que tenía una relación con un chico, pero ahora es su amiga la que está con él. Como tú dices, han ocupado su lugar y ella se va dando cuenta. Esas micro-decisiones que fue tomando en su momento, ahora se han convertido en macro.

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La película se construye en base a secuencias que son bastante largas. No sé si me equivoco, pero he contado doce escenas o situaciones en una película que dura noventa minutos. Tu película juega, de esta forma, con una especie de contra-tiempo o contra-ritmo, si lo comparamos con un cine, en este sentido, más convencional. ¿Cómo fue la construcción de ese tempo? ¿Era algo que tenías pensado de antemano en la escritura del guion o se desarrolló más tarde en el rodaje?
Estaba en el guion. De hecho, fue clave tomar esa decisión. La película se ha desarrollado a través del programa de la Biennale de Venecia que se llama La Biennale College Cinema, que es para hacer películas de micro presupuesto, y había que dar con la idea de una película que se pudiera hacer con esas limitaciones, que son un presupuesto muy ajustado de 150.000 €, que es lo que te dan y que no puedes completar con nada más. Eso restringe mucho la cantidad de tiempo del que dispones para rodar. En nuestro caso, rodamos sólo once días. Pensando en cómo podíamos hacer una película en tan poco tiempo y con un presupuesto tan limitado, para mí el reto era dar con un enfoque formal que encajara de forma orgánica dentro de esos límites, es decir, no intentar hacer más de lo que puede ser. Y por ahí surgió la decisión de que la película fuera una colección de escenas largas, de trozos largos de vida en los que no vamos a hacer las típicas escenas cortitas de transición, sino que vamos a intentar sentir el paso del tiempo junto con la protagonista, y poder conocer, así, suficientemente bien a las personas de su vida con las que va a pasar un tiempo. Esa fue la apuesta formal de la película.

Hay una cosa que me ha hecho mucha gracia y que supongo que es intencionada, y es el juego que haces con el propio título de la película. Normalmente el título de la película es una frase o un lema que inspira el sentido de la misma, pero, en este caso, está dentro de la película en un juego meta-narrativo que me ha gustado. Me refiero a ese momento en el que Noemí está con su amigo y le cuenta que va a hacer una serie que se llama así, El arte de volver. Él le dice que es un título muy cursi y eso me ha sugerido la idea de que, con eso, parecía que le estabas preguntando sobre ello al espectador. ¿Cómo surgió ese juego?
Sí, en esta capa temática de la película que hemos comentado sobre la identidad y cómo te defines, tomamos la decisión de que nuestra protagonista fuera actriz. Es una persona cuya vocación y su profesión es la de ser muchas identidades, saber ser muchas personas que no son ella. Y ahí surgió la cosa de que hubiera una especie de meta-ficción. Ella tiene que tomar una serie de decisiones en su vida real, como Noemí, pero parte de esas decisiones son ser un personaje en esta serie para la cual le ha surgido una oportunidad. Pero tiene un dilema porque, en principio, es un proyecto que a ella no le interesaría. Por otro lado, está en un punto de la vida en el que, a lo mejor, prefiere sentirse actriz y trabajar, aunque sea en un proyecto que no es tan bueno, y está tratando de auto-convencerse. Por ahí salió la idea de construir esa ficción dentro de la película que es la de la serie a la cual ella está dudando si presentarse al casting o no y que se llama El arte de volver, que es el mismo título de la película. De esta forma, lo que le pasa al personaje de la serie tiene un eco con lo que le está pasando a ella y que se refleja en ese momento en el que ella habla de dar un giro de 180 grados a su vida, que es lo que le está pasando. Noemí está tomando la decisión de dar un giro de 180, que es el de volver a Madrid, pero, a la vez, en realidad, son 360 grados porque, primero, fueron los 180 de irse, y ahora son los 180 de volver. Y de ahí lo de jugar todo el tiempo con esas dos capas que se unen al final, en la escena del taxi, cuando ella decide jugar a ser ese personaje de la serie con un extraño que no la conoce y, por lo tanto, no puede saber que está mintiendo, que está interpretando un papel. Es gracioso porque Dani [Remón], el co-guionista, y yo, tuvimos el título mucho tiempo en duda. ¿Nos gusta o no nos gusta? Y siempre estábamos, “no, pero es cursi”. “O no, es bonito”. Al final, decidimos, “mira que lo digan los personajes, que haya un personaje que diga que es cursi y otro que diga que es bonito”.

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Me lo estabas contando y no me sorprende porque, mientras veía la película, me pareció que se lo estabas planteando al espectador, como diciendo, “sí, yo sé que algunos podéis pensar que es un título cursi y otros que es bonito, pero yo os lo digo así para que sepáis que lo sé” (risas)
¡Claro! Pero porque también es el dilema en el que está Noemí. Ella está pensando, “es verdad, la serie, como dice mi amigo, es muy cursi y es tele-novelesca”. Pero, por otro lado, piensa, “pero es bonito”. ¿Y por qué no ser una actriz de una de estas series, aunque sea muy mainstream, pero que llegan a mucha gente?

Al final, nuestra identidad también es una construcción, podríamos decir. Me estoy refiriendo a esa secuencia del taxi.
Sí, en esa secuencia lo que me gustaba y lo que buscaba es que ella ha estado con gente de su vida con la que ha tenido mucha historia y, por lo tanto, tiene mucho pasado. Es gente que tiene una mirada sobre ella que ya está viciada, que la definen porque la conocen desde hace mucho tiempo, por cómo ha sido ella a lo largo de su vida. Pero, de repente, se encuentra en la burbuja de estar en un taxi con un extraño que proyecta una mirada totalmente virgen sobre ella, una mirada libre de prejuicios porque, como no la conoce, le puede contar cualquier cosa. Y él le dice, “pero tú eres muy fuerte, yo te lo veo”, lo cual es irónico porque la acabamos de ver romperse completamente. En esa secuencia, me interesaba el hecho de que la identidad es algo totalmente cambiante y que ella también pude jugar con eso.

En tu película la música sirve a veces como transición, pero diría que los verdaderos protagonistas son los silencios. Hay mucho diálogo, pero lo que marca las sensaciones son los silencios entre frases, en las pausas. Para mí, esas pausas determinan el tono de la película. ¿Cómo trabajaste ese aspecto? Te lo pregunto porque me parece que debió ser complicado mantener ese tono, especialmente con ese juego, en secuencias tan largas.
Pues sí, al ser muy largas, y casi todas con muchísimo diálogo, era clave encontrar el ritmo interno de cada secuencia. Esto pasaba por encontrarle los momentos de silencio, las pequeñas pausas. En mi caso este es un trabajo muy progresivo. Ya en el guion intento ser muy preciso. Yo pongo muchas acotaciones como “pausa” o “breve pausa”. Mis guiones están llenos de eso, algo que a los actores les llama la atención. Cuando escribo diálogos, que es lo que me sale con más facilidad y lo que más disfruto, me los leo a mí mismo en voz alta y voy sintiendo el ritmo. Entonces, cuando veo que viene bien una pausa, lo escribo en el propio guion. Pongo, “una pausa muy larga que incomoda” (risas) Luego, cuando te pones a ensayar, ves, de esas acotaciones, cuáles están funcionando realmente, dónde necesitas otras pausas que no habías puesto o, al contrario, si debes quitar alguna. Y luego, el montaje tiene esa cosa de magia en la que uno puede manipular mucho los tiempos para afinar la duración.

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En ese sentido, ¿cómo ha sido el trabajo con los actores? Lo digo porque, al tener que ser ellos los que deben marcar ese tono, me interesaba saber cómo fue tu relación con ellos.
Pues mira, yo siento que mi responsabilidad es entregarles el guion lo más preciso posible. Es decir, que el personaje, el tono, el ritmo esté lo más marcado y dirigido posible ya desde el texto. Podría decir que, en la forma de escribir, ya hay mucha dirección actoral. En eso soy muy detallista y busco mucho la precisión. Y luego también pongo mucho esfuerzo en el casting, es decir, que me debato mucho para elegir bien. En este caso, tuve mucha suerte porque todo lo que había elegido nos dijo que sí, con lo cual fue fantástico. Luego, se lo entrego a ellos y me gusta ver qué propuesta traen; ver esa propuesta virgen, sin yo interferir. Como aquello en lo que yo pueda interferir viene muy marcado en el guion, me gusta ver cómo lo interpretan ellos. Después, en los ensayos, vamos modulando. En esta película he tenido una fortuna tremenda porque todo el elenco es buenísimo, y son todos y todas tremendos actores y actrices, y ha sido un lujo trabajar con ellos. La verdad es que, en esta película, no tuvimos mucho tiempo para ensayar. Macarena ensayó una vez con cada uno de los personajes,

No sé si podremos hablar de ello sin desvelarlo, pero, para acabar, quería que comentaras ese último plano de la película. Me refiero a esa interpelación al espectador, esa mirada directa. Es muy potente. ¿Qué buscabas con ello?
Es muy difícil no hacer un spoiler (risas). Pero tiene que ver con eso que comentábamos de que es una película que tiene muchos diálogos y silencios. Es una película en la que se habla mucho y, en esos diálogos, la gente la define a ella. Todos los personajes le dicen algo. La hermana le dice “eres rara”. El amigo le viene a decir “eres un poco egoísta; te vas, vienes; cuando quieres estás, cuando no, no”. El taxista le dice, “eres fuerte”. Todos la definen y para ello se usa mucho la palabra. Entonces, me parecía muy bonito llegar a un final en el que no hay palabras, solo el silencio, y que esa definición la expresara con su rostro. Y que ahí, solamente en el rostro, nosotros pudiéramos decidir cuál es la definición correcta de esa persona, sin ponerle un adjetivo. Nada más.

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