“Nos hemos permitido el lujo de no saber hacia dónde íbamos, de experimentar, de probar”

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Esta es la historia de Iris. Iris es una joven que tiene un sueño: convertirse en artista fallera y levantar algún día uno de esos monumentos que decoran las calles de Valencia durante sus fiestas mayores. Iris se encuentra estudiando un módulo de FP para llegar a ser, algún día, una gran profesional. Como trabajo de clase ha sido escogida para realizar el diseño de una falla. Sin embargo, tiene un problema: no encuentra su inspiración. Para ello, inicia un trabajo de investigación que la llevará a entrevistarse con algunas de las más relevantes artistas falleras y de gaiatas alicantinas. Es cierto que, de momento, el número de mujeres en el gremio es todavía residual, pero las cosas están cambiando. En conversaciones con las artistas, Iris se ira encontrando a sí misma y a esa musa que persigue. Pero, a este problema personal, se añade otra circunstancia inesperada: la aparición en nuestras vidas de la Covid-19. Con la extensión de la pandemia, las noticias de una posible clausura de las fallas 2020 parece, cada día, una realidad. A la incertidumbre por el trabajo artístico se une, ahora, un enorme desasosiego por el futuro.

Esta es la línea argumental de Esclasts de llum, documental dirigido por Nacho Ruipérez, director conocido por sus innumerables cortos y por la dirección de su ya primer largometraje de ficción, El desentierro, cinta que se estrenaba hace tan solo un par de años en salas comerciales y con la que arrasaría en los premios de la Academia del Audiovisual Valenciano. Charlábamos con Ruipérez sobre este sencillo, pero emotivo, proyecto que le ha tenido ocupado en los meses posteriores a ese confinamiento al que nos vimos abocados durante el primer Estado de Alarma y que se estrena hoy, martes 8/12, dentro de Cinema Jove, a las 20.30h. en el Teatro Principal.

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Te pasas de la ficción, con tu película El desentierro, a un estilo casi de documental-reportaje. ¿Cómo ha sido este tránsito? ¿Cómo te surgió este proyecto?
Bueno, esto fue un poco una rareza. El tema es que tengo un amigo que es productor y que me ofreció hacer un cortometraje documental. En ese momento, las cosas estaban en la cuerda floja, estaban empezando ya los primeros ecos de la pandemia, y le dije, vamos a hacerlo. Teníamos un presupuesto súper-ínfimo y, lo que pasa con estas cosas, me lo explicó, la cuarentena se nos vino encima, y al final acabó siendo un proyecto muy experimental, un mediometraje con una duración de casi una hora con parte de ficción y otra parte documental. Yo dije que sí a esto con la condición de que me dejaran experimentar y, al final, ha quedado una cosa bastante rara, pero, al mismo tiempo, una especie de crónica del momento que estábamos viviendo, porque, como a mí me gusta decir, este proyecto casi se ha ido haciendo a sí mismo.

Como dices, Esclats de llum es un trabajo que juega con una parte documental y otra parte de ficción muy destacada. ¿Cómo casaste ambos géneros? ¿Cómo surgió esa idea? 
Surgió básicamente porque la técnica nos obligó. Llegó un momento en el que queríamos grabarlo todo, pero cada día que pasaba era un día que perdíamos porque nos iban a encerrar en nuestras casas. El problema es que solo teníamos una cámara y, para ganar tiempo, se nos ocurrió una manera de poder introducir unos teléfonos móviles que nos dejó la marca BQ. Pensamos que la protagonista, que entonces no tenía tanto peso en la película, nos sirviera para hacer un ejercicio de meta-cine en el que ella misma apareciera haciendo un reportaje para un trabajo de clase. A partir de ahí, metimos los móviles y la cosa se convirtió en algo más multi-formato y multi-cámaras. Gracias a eso, empezó a funcionar la parte de ficción. Por un lado, nos salvó, y por otro le dio a la peli una dimensión narrativa que a mí ahora mismo me gusta mucho más. Tenemos que agradecerle eso al virus.

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Tu película El desentierro tiene elementos muy locales. Recuerdo, por ejemplo, una escena en la que aparece la senyera valenciana encima de un ataúd. Aquí abordas la cuestión del artista fallero. Entiendo que hay una tendencia en ti hacia esos elementos de la cultura popular.
Es como que me buscan. Fíjate que yo no soy valenciano, soy manchego. Pero vivo aquí desde hace mucho tiempo y estoy enraizado a esta tierra y, supongo que, cuando te vas haciendo a un lugar, a ese lenguaje o a esa marca, por así decirlo, esos elementos te van buscando. Ya te digo que este proyecto no lo inicié yo. Fue el productor el que dijo que quería tratar el tema de las artistas falleras, que no hay muchas y querían darles voz. Y bueno, no es que yo supiera mucho de las fallas, pero me puse a documentarme con Raquel Antón, la co-guionista, y empezamos a sacar información de cosas que no sabíamos ni que existían. Sinceramente, yo no sabía que existían las gaiatas, cosa que he aprendido en el transcurso del documental. Sí que conocía les fogueres, pero las gaiatas no sabía que existían. Pero casi es más interesante así porque el trabajo se convierte en un viaje personal que te permite conocer un mundo que te es desconocido.

Es un hecho que en el mundo fallero hay una confrontación entre tradición y modernidad. Hay una resistencia a la modernidad y, por otro lado, hay otra fuerza que las empuja hacia ella. ¿Cómo has vivido tú esta tensión?
Pues es curioso que lo digas porque esto está tratado en la película. Y está tratado porque artistas como Ana Ruiz, que tiene un estilo más vanguardista, están intentando romper esos moldes más tradicionales. Al final, la trama se fue desviando hacia esa lucha que dices tú y, aunque sea de soslayo, se trata en el documental, pero no tanto para hacer pedagogía de lo moderno porque, como yo lo veo, la gracia de todo esto es coger estos elementos clásicos, tradicionales, e ir probando con otros elementos nuevos. No perder todos los elementos, porque esta fiesta sin la tradición no tiene ningún sentido, pero sí que es verdad que, a la hora de elegir ciertos temas, a la hora de elegir ciertos materiales, eso está ahí. Tampoco queríamos ser maniqueistas con ese tema. Simplemente, dejamos que las [artistas] hablaran y luego hemos editado lo que decían, tal cual. No queríamos que hubiera una lectura unívoca de esto, en el sentido de: “mira, esto es lo que opinamos de esto”. En ese sentido, estoy contento. Hemos elegido una muestra de artistas (porque tampoco hay muchas artistas falleras), y a partir de ahí les hemos dado voz y ellas mismas han ido construyendo el discurso de la película. En montaje solo le hemos dado el sentido final.

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La película habla de una cuestión muy interesante que es el problema creativo. La protagonista va luchando contra esas dudas y la incertidumbre de crear. Yo me imagino que tú, como director y guionista de tus películas, has vivido ese proceso. ¿Como sientes tú esa incertidumbre y cómo lo has percibido en relación con la película?
Es algo que buscamos desde las primeras versiones del guion porque, de alguna manera, es una verdad que hay debajo del relato. Y es una verdad muy personal porque, efectivamente, después de hacer una película, una ópera prima, siempre aparece el abismo de si podrás hacer una segunda peli, y encima pillas toda esta época en la que levantar una película es casi un milagro. Entonces, esa sensación y esa angustia, ese vacío está en la película con todo el sentido del mundo porque es una sensación que he tenido estos dos últimos años. Es eso de, ¿y ahora qué? Trabajar se puede trabajar, ahora mismo estoy con La alquería blanca [serie que se ha retomado con À punt], pero son cosas que te encargan. Ahora, poder hacer una película de autor, donde escribes el guion y puedes controlar la película como tú quieras, no es tan fácil. Entonces, ese enfrentarse al vacío del artista lo he sentido y por eso está en la piel de la protagonista. Más aún cuando vives en una contrareloj que parece que el mundo se está acabando, que es la sensación que hemos tenido este último año.

La película se asienta precisamente en esos momentos en el que se produce la llegada del coronavirus y parece que nos van a encerrar en casa, y en la incertidumbre que produce cómo va a afectar todo eso a nuestras vidas. ¿Cómo te ha afectado esto? Ya me has comentado algo en lo profesional, pero, en lo personal, ¿cómo lo has vivido?
A ver, afortunadamente no he parado de trabajar. De hecho, en la cuarentena me encerré, me puse a escribir una serie, un largo que ahora estamos trabajando, no he parado. La angustia, en mi caso, viene por si puedes seguir haciendo lo que quieres. La fortuna con este proyecto de Esclats de llum es que, como es una productora muy pequeñita, hemos trabajado como si fuera un cortometraje. Éramos cinco personas, cinco amigos, los que levantamos esto haciéndolo todo, como cuando hacíamos cortos. En ese sentido, me he sentido con un estado de libertad que, paradójicamente, con mi película no la tenía porque fue un aparato más grande a nivel de industria en el que hay ciertas cosas que no puedes hacer. Aquí nos hemos permitido el lujo de no saber hacia dónde íbamos, de experimentar, de probar y, luego, ver en montaje cómo lo ordenábamos todo. Había veces que no sabíamos ni lo que estábamos rodando. Una vez fuera del guion, rodábamos porque se nos acababa el tiempo, por la necesidad de rodar, pero no sabíamos muy bien dónde acabaría ese material o si tendría un hilo conductor. Eso da vértigo, pero, al mismo tiempo, me resulta muy emocionante.

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Me los estas contando y estaba pensando que, a pesar de los problemas, quizá el coronavirius salvó la película, porque le dio un hilo, ¿no? 
Yo no sé si la salvó o le dio un punto de giro que ancló más el proyecto. De otra forma, habría sido un trabajo más genérico, habría sido un proyecto atemporal. Pero esta forma ancló el proyecto a los momentos que vivíamos, y parece que, por eso, aunque tenga una vida menor, porque se quedará como un testigo de la época, a mí me gusta decir que es una pequeña crónica. Se va a queda casi como material de filmoteca, de lo que estábamos viviendo, visto a través de los ojos de un personaje, que es lo que me parece interesante.

Recuerdo un momento, cuando llegó la cuarentena, en el que me fui a dar una vuelta por un barrio de Russafa completamente vacío, pero en el que aún había algunos restos de monumentos que estaban a medio montar. De alguna manera, era triste. Te quería preguntar si acaso nos damos cuenta del valor de lo popular cuando nos lo quitan.
Totalmente, totalmente… Con toda sinceridad, es lo que espero que sienta el espectador cuando vean la peli porque, a veces, vivimos tan rápido que, hasta que no nos lo ponen delante, no vemos la importancia de lo que nos une. Al final, las fallas, más allá del monumento, es mucho más. Y como valenciano intruso sí que creo que es importante tener algo que nos una como pueblo, como grupo. Yo creo que eso se ve en los propios testimonios de la gente cuando les preguntas. En uno de los cortes de las noticias de À punt, hay un fallero que se emociona al hablar de esto. A veces ves que están pensando más en eso que en su propia familia o amigos. “Me han quitado las fallas, ¿no?” Solo se hacen una vez al año y hay gente que lo ha vivido con un verdadero vacío. Y yo lo puedo entender. Un equivalente, en mi caso, es que este año no he podido ir al Festival de Sitges. Para mí es una congregación anual a la que no puedo faltar, y este año he faltado y tengo esa misma sensación.

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La incidencia del coronavirus y su reacción frente a ella es algo que, y esto creo que sale en tu película, se ha valorado como por barrios. Yo tengo la impresión de que la reacción en contra o a favor de lo que había que hacer o cómo enfrentarlo tenía más que ver con dónde se situaba uno políticamente que en si las medidas eran realmente las adecuadas o no. ¿Cómo lo has percibido?
Bueno, en el documental hemos intentado ser lo menos políticos posibles. De hecho, lo único que hacemos es, como decía antes, darle voz a la gente. Hay varios testimonios de gente en la calle que está protestando y criticando al gobierno valenciano por el hecho de haber cancelado las fallas, una vez ya se habían plantado. Pero entiendo que, en su momento, no debió ser una decisión fácil. Yo pienso que fue una decisión correcta y el tiempo así lo dijo después. Pero no tengo una opinión formada al respecto. Yo creo que la cosa es qué va a pasar este año y, al final, se hará lo que se tenga que hacer, lo que digan los expertos. Tampoco me atrevería a decir si es lo correcto o no. Yo creo que, como se dice varias veces en el documental, lo que habría que hacer es, primero, defender a las personas, y luego todo lo demás, aunque nos joda.

Hay una parte que muestra la película y que me parece interesante y se refiere a la enseñanza del arte de hacer fallas versus la práctica profesional. Uno podría pensar que, en algo tan manual como esto, esa diferencia no sería tan marcada. Tus protagonistas lo comentan. Han hecho sus estudios, pero no es lo mismo que cuando te pones a hacer el trabajo. ¿Qué falta en ese mundo para que la enseñanza y la práctica profesional se unan?
Es una pregunta compleja. Es difícil porque, por ejemplo, el sistema universitario, ya no digo en el caso de los módulos, como el de artistas falleros, el aparato es tan grande que el propio sistema hace embudos y no permite que determinados profesionales puedan estar dando clases. Te lo digo desde dentro porque yo doy clases en la universidad y sé cómo funciona. No hago la crítica desde fuera. Y es complicado porque el sistema no permite atraer a los profesionales, como el caso de los profesores adjuntos. Al final, hay un proceso para ser profesor o profesora en la universidad que exige tanta academia, tanta tesis, tantos papeles, tantos requisitos que te tienes que dedicarte a eso de por vida. Entonces, esa persona no puede dedicarse a la práctica. Encontrar ese equilibrio es siempre muy complicado. ¿Qué sucede? Pues que tenemos la universidad llena de profesores que conocen muy bien el ámbito en el que dan las clases a nivel teórico, pero no tanto a nivel práctico. Y esto lo expresan ellas, cuando Iris le pregunta a una compañera, ¿cómo te va? Y la otra le dice que ha aprendido en el taller. Pues claro, ¿dónde se aprende a rodar una película? Pues cuando te metes de meritorio en un rodaje y empiezas a equivocarte, a cagarla y, así, vas aprendiendo. Pues yo creo que esto es lo mismo. Digamos que, en el módulo, te enseñan lo inicial, y luego empiezas a practicar y no es todo cómo nos lo contaban en las clases.

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El tema de la mujer es central en la película. ¿Cómo valoras tú el papel de la mujer en el mundo del artista fallero? Me has dicho que hay pocas, pero, ¿dirías que es un problema cultural o es solo una cuestión generacional? 
Yo creo todo esto es muy generacional. Ellas mismas lo dicen. Me hace mucha gracia el último testimonio, el de Mari Carmen Baeza, que dice, “ya está bien de estar aquí clasificando” porque a ella le habrán preguntado tantas veces, ¿qué opinas de ser la única foguetera mujer? Yo creo que llegará un momento en el que todo esto se quedará como una parte de la historia. Efectivamente, todavía tenemos un techo de cristal, eso lo sabemos todos y es absurdo negarlo. Pero pienso que se está superando, lo vemos cada día, y también es verdad que este tipo de documentales permite visibilizar. Pero yo he intentado no hacer mucha demagogia del tema. Era el tema con el partíamos y teníamos que tratarlo y darles voz a ellas, pero he intentado no manipular el discurso y simplemente visibilizar. Darles voz y que ellas mismas dijeran lo que quisieran decir sin ningún tipo de censura o auto-censura por mi parte.

Hay otra cuestión que supongo que, al acercarte íntimamente, habrás percibido, y es que el mundo del artista fallero también está en crisis, al margen del hecho de que esto del coronovirus habrá sido un golpe muy duro. Se habla de ello, pero tú que te has acercado a los artistas, ¿cómo lo has visto? Hay noticias de que se cierran talleres y que parece que cada vez cuesta más rentabilizar el trabajo. 
No, no, están jodidísimos. Mira, muchas de las cosas que aparecen en el documental están falseadas. Nosotros tuvimos que rodar después lo que nos faltaba cuando ya hacía un calor que nos moríamos y [a los entrevistados] les poníamos ropa de invierno para mantener la continuidad. Y lo primero que te pasaba cuando íbamos a hacer las entrevistas es que se nos ponían a llorar. Te decían, ¿y ahora qué? Esto es una incertidumbre total. Están jodidos. Lo que pasa es que nosotros hacíamos como que era el momento antes de la cuarentena. Pero lo primero que nos encontrábamos era una gran decepción, con caras muy largas, y desasosiego. E imagino que todo el sector estará igual. Se ve en un momento en el que uno de los personajes se cuela en una rueda de prensa [en el Palau de la Generalitat] y les pregunta y se les ve que están mal. Primero, por la parte emocional, y luego por la parte económica. Es un palo muy duro para un sector que siempre lo ha tenido complicado. Sobre todo, el sector artista, porque el sector comisiones lo vive de otra manera. Pero el artista siempre está malviviendo. La mierda siempre cae para abajo, eso lo sabemos todos.

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Ya para terminar, al final de tu película la protagonista se quita la mascarilla. Creo que eso es un poco lo que nos apetece a todos, quitarnos la mascarilla.
Exacto (risas). Y ver el horizonte porque creo que, por lo que veo a mi alrededor, el problema es ese, no ver el horizonte. No podemos funcionar si no vemos que hay luz al final. Tenemos que tener esa zanahoria. Hace falta esa psicología porque, o vemos un poquito de esperanza o a ver quién levanta esto.

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