“Estoy mucho más interesado en entender que en creer”

RODRIGO CORTÉS

La carrera de Rodrigo Cortés toma impulso desde el mismo lanzamiento de su largo de debut, Concursante, una ácida comedia que ponía los punto sobre las íes frente a la sociedad de consumo en la figura de un Leonardo Sbaraglia que interpretaba a un desdichado al que le tocaba el premio gordo en un concurso de televisión. Quizá Concursante no fue el mayor éxito comercial de la historia, pero la frescura de su propuesta y la seguridad de la mano que había detrás de aquel trabajo de ritmo frenético, hizo que Cortés ya diera el salto a producciones muy ambiciosas que contarían con un reparto internacional, caso de Ryan Reynolds (sí, DeadPool) en Buried, un thriller de corte hitchcockniano, o Cillian Murphy, Sigourney Weaver y Robert de Niro para su tercera cinta, la menos acertada Red lights. A partir de aquí, la cinematografía de Cortés transitará entre encargos internacionales como Blackwood, su incursión en el género fantástico, y otras producciones nacionales, aunque rodadas en inglés, como El amor en su lugar, un drama ambientado en la Polonia de la invasión nazi.

Con Escape, su último trabajo, Cortés regresa a nuestro país, tanto en la producción, como en el contexto en el que sitúa la trama. Aquí conocemos a “N”, un hombre que, tras la accidentada muerte de su mujer, de la que se siente culpable, no logra reincorporarse a la vida normal. Incapaz de llevar un día a día como el resto de mortales que lo rodean, “N” ha trazado un plan para lograr aislarse del mundo, de la hermana que lo cuida y a quien le hace la vida imposible y, sobre todo, de sí mismo. A partir de ese momento, la vida de “N” tiene un solo objetivo: lograr que lo encierren en la cárcel donde, cree, se sentirá a salvo. Para ello se propone cometer todo tipo de delitos. Escape es una producción que ha contado con el apoyo, ni más ni menos, que de Martin Scorsese. En el reparto: Mario Casas, Anna Castillo, Guillermo Toledo, Blanca Portillo, Josep Mª Pou, Juanjo Puigcorbé, Albert Pla y el gran José Sacristán. Vamos, la crème de la crème. Se estrena en salas comerciales este jueves 31 de octubre.

Tener a Scorsese en los créditos como presentación de tu película, ¿es una ayuda, es un lastre o es una responsabilidad?
No, un lastre nunca. Por favor, no, no. Es algo que vivo con agradecimiento infinito hacia la vida, no solo hacia él. Y que además me honra de forma muy especial, porque Scorsese produce de vez en cuando, pero solo muy ocasionalmente usa el cartel de “Martín Scorsese presenta”. Lo reserva para proyectos con los que se siente vinculado emocionalmente y de los que se siente particularmente satisfecho. Así que cuando nos comunicó que podíamos usar esa cartela, puedes imaginar lo que significó para mí.

Hay una frase que creo que forma parte del nudo de la película, que pronuncia uno de los personajes y que dice: “los nombres no cambian nada”. Tu personaje se llama “N”. ¿Eso que quiere decir?
Los nombres no cambian nada, pero a la vez, “N” dice: “eso no se sabe”. Lo dice con mucha firmeza, “eso no se sabe”. De hecho, las cosas solo existen cuando las nombramos. Cada vez que “N” dice su nombre real, algo nos impide oírlo, o bien la distancia o bien un sonido interpuesto. La propia “N” significa seguramente algo que dejo que cada espectador trate de averiguar. Y finalmente cambia su nombre por un número y ese número por otro. El número con el que lo llaman en prisión lo hace sentir plenamente cómodo y solo podría sentirse mejor si le quitaran el nombre del todo. Lo que de verdad querría es que se lo extirparan.

Te hago una pregunta que la película formula muchas veces y que creo que nadie responde: ¿Crees en Dios?
¿Me la haces a mi?

Te la hago a ti y a la película.
Estoy mucho más interesado en entender que en creer, sin que esto niegue nada.

Hay un momento que creo que es relevante y que marca mucho el tiempo que vivimos. Al final, una de las muchas demandas de N para que lo encierren en la cárcel es la posibilidad de tener al menos un día “sin tener que tomar decisiones”. ¿Dirías que vivimos en una sociedad que desea, digamos, librarse de asumir responsabilidades?
No sé si la sociedad existe, si la gente existe. Son conceptos, son entelequias que normalmente usamos para arrojar a alguien a la cabeza. La gente existe de una en una. Ahora bien, ¿hay mucha gente cuyo sueño es no ser responsables de nada y que otro sea responsable de sus decisiones? Sin ninguna duda. La película va a ser tantas como espectadores la vean y cada uno se va a sentir de una forma muy distinta ante el personaje de N. Hay quien se sentirá identificado, hay quien lo envidiará, hay quien lo juzgará porque pensará que es un jeta que trata de que otro se responsabilice de las consecuencias de sus actos. Y ninguno estará equivocado. No es que la película no dé la respuesta, sino que la película da muchas posibles respuestas, porque muchas cosas son verdad a la vez.

Como le pasa a N, ¿necesitamos más orden? ¿No somos capaces de disfrutar de nuestra propia libertad?
Me haces preguntas sobre grandes temas, como si yo tratara de expresar cosas unívocas a través de la película, y lo cierto es que hago lo posible por no lanzar mensajes. Cuando trato de enviar un mensaje, generalmente recurro a WhatsApp, pero con las películas trato de establecer un terreno de juego que permite que el espectador gestione lo que recibe como buenamente desee. Y es la manera que la película tiene de respetarlo, precisamente. Como espectador, no me gusta que me sermoneen ni que me den lecciones y eso me pone muy difícil hacerlo como creador. Cuando ves una película como La naranja mecánica, por ejemplo, no sabes muy bien cómo sentirte con ella. Unos se ríen, mientras otros se espantan. Unos deciden que, cuando le arrebatan el libre albedrío, las cosas van bien porque por fin el personaje deja de matar, pero otros consideran que es un trato inhumano y degradante porque le quitan lo que es. Hasta que llegamos a un final feliz en el que por fin puede volver a violar y matar. Por lo tanto, el espectador no tiene más remedio que tratar de gestionar lo que recibe de formas que a veces le harán sentir, incluso, incómodo consigo mismo. Pero creo que en ese terreno de juego es donde sucede las cosas más interesantes.

Te lo decía precisamente porque, como dices, la película no resuelve esas preguntas, pero al menos sí las lanza, de alguna manera, al espectador. Ahí sí que incitas a una cierta toma de conciencia.
La película es una gran pregunta, mucho más que una respuesta. Hay películas que encierran una respuesta oculta, o misteriosa o secreta que por fin se desvela o que hay que averiguar, pero ni siquiera es el caso de ésta. En ésta las respuestas son múltiples y seguramente simultáneas. Muchas cosas son verdad a la vez. A menudo me preguntan, ¿te ríes con la película? Y suelo contestar: mucho, pero siempre preocupado.

Hay una cosa que me ha gustado y que echo de menos en un cierto cine al que yo llamo con firma y que tiene que ver, en este caso, con un aspecto de esa ciudad en la que suceden los hechos. No estamos ante una ciudad concreta, pero sí estamos en un marco concreto que es el del hombre corriente contemporáneo. Yo creo que el cine actual se ha alejado mucho de ese sujeto corriente. Siempre hay un “yo” que habla, que suele ser el propio autor, pero que aparezca ese sujeto común, que tiene una vida común y al que le pasan una serie de cosas, no es tan habitual.
En el fondo hay algo posiblemente muy kafkiano en eso, en tomar a un hombre corriente que, por otro lado, no es víctima de nada más que de las circunstancias y que no siempre es inocente y que se ve aplastado por fuerzas externas que lo exceden. Ahí suceden cosas interesantes que probablemente no le podrían suceder a un héroe o a alguien con infinitos recursos. Eso no es bueno ni malo. La película sobre un héroe puede ser igualmente interesante, pero es un hecho que en “N” no lo es.

Quería preguntarte por algunos referentes. Entiendo que es deliberado, pero ahí está ese cartel por el que N entra en la cárcel y que nos remite a Cadena Perpetua de Frank Darabont. Quizá también esté El hombre de Alcatraz
La película toma mucha imaginaría del cine carcelario, precisamente porque la subvierte. Y, efectivamente, nuestro póster, en lugar de Rita Hayworth tiene el Acueducto de Segovia (risas), pero cumple idéntica función. El espejito para poder observar entre rejas, la taza que golpea los barrotes, incluso la fuga de Mortadelo y Filemón atando sábanas para poder descolgarse ventana abajo. Muchos de los tropos del cine carcelario aparecen en la película, aunque invertidos. Es La fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979), pero al revés. La cárcel funciona muy bien como amenaza o como castigo, pero, cuando es un premio se convierte en un problema porque no hay forma de limitar los impulsos de quien tienes en frente cuando aquello con lo que podrías amenazarlo es precisamente su objetivo.

Casi me acabas de chafar la siguiente pregunta, porque te iba a preguntar si acaso la película no es una especie de anti-thriller.
Bueno, no sé si es un antinada. Es, de nuevo, muchas cosas. El propio tráiler que hemos hecho con esas cartelas a modo de inserto que dicen “no es comedia, no es tragedia, no es suspense, no es acción”, en el fondo trata de desmontar expectativas. Trata de decirle al espectador: “no sé de qué crees exactamente que va a ser esta película, pero va a ser otra cosa, así que suelta el volante y vamos a ver a dónde nos llevamos juntos”. Cuando una película no es nada de eso es probablemente porque está siéndolo todo a la vez y, a veces, de forma simultánea. Puedes ver en la misma escena a una persona riendo y a otra llorando, sentadas juntas. Y lo interesante es que las dos lo hacen por las mismas razones. Del mismo modo que tu opinión sobre el personaje puede cambiar varias veces durante el metraje de la película, e incluso tal vez al día siguiente, cuando la película se resista a abandonar tu cerebro y siga evolucionando en él.

Hay, en ese sentido, una declaración de principios en los propios títulos de crédito. Es un momento musical muy disruptivo.
De alguna manera, sí, porque es casi un momento de épica rota, que es lo que define la película. Es tomar la pieza de música culta más épica de la historia del ser humano y convertirla en un mecanismo estropeado.

En esa mezcla de géneros y, diría, de tonos, conviven un plano más aparentemente naturalista con otro casi surrealista. ¿Cuál fue para ti la mayor complejidad a la hora de marcar dónde estaban las fronteras de cada uno de estos aspectos?
No lo haces de forma racional, pero tienes toda la razón en que el tono es la clave. En el tono es donde te lo juegas todo porque es una frecuencia vibratoria y tienes que hacer de funambulista por un filo muy delicado. Por otra parte, el tono es, a la vez, difícil de transmitir, porque tiene que empapar el arte de la película, el vestuario, las interpretaciones, la música, el sonido, y es algo que no se hace en un segundo. Es a través de conversaciones, a través de ejemplos, a través incluso de decisiones fallidas que ayudan a entender qué cabe en la película y qué no. Pero cuando por fin todo el mundo está sintonizado en esa frecuencia de radio, todo funciona. El tono es muy difícil de describir, pero es muy fácil de experimentar.

Por esas preguntas que lanza, la película aparece en un momento pertinente para una sociedad como la española (aunque creo que también está ocurriendo en todo el mundo), donde nos estamos preguntando cuál es el papel de la ley, cuyas funciones se están cuestionando y martilleando de una manera muy dura.
Después de ver la película, nos lo seguiremos cuestionando porque la película no da esas respuestas (risas)

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