Nuestra hermana pequeña.
Título original: Kamakura Diary · Hirokazu Kore-eda· Japón · 2015 · Guión: Hirokazu Kore-eda · Intérpretes: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Kaho.
Dejando de lado ciertos intereses o gustos puramente subjetivos, parece que, desde hace mucho tiempo, existe una distancia irreconciliable entre la crítica especializada y el público en general. Lo que gusta al crítico especializado pocas veces coincide con lo más popular o taquillero. Y así tiene que ser a la fuerza. El comentarista no puede (ni debe) entregar su juicio a modas pasajeras o a meros intereses comerciales. Al crítico hay que exigirle que exponga y argumente sus criterios con la mayor solidez posible, no que acomode por principio sus preferencias a los gustos de la mayoría solo para ganarse su aprobación. Lo suyo tiene que ir de otra cosa, de lo contrario sería, simple y llanamente, hacer publicidad, no crítica.
Defender un cierto tipo de cine de autor no está precisamente de moda en estos tiempos que corren. Hoy la consigna más extendida se empeña en afirmar que el cine es puro entretenimiento, un concepto que, si bien elude el debate principal (¿qué es entretenerse?) parece estrechamente relacionado con el éxito o fracaso en la taquilla de una producción. Dejando de lado que el éxito comercial de una película no se debe solamente a sus bondades (técnicas, en cuanto narración), dejando también aparte por un momento que, entre un cierto cine con firma existen propuestas complejas, difíciles de digerir para un público poco acostumbrado ya a asumir riesgos formales, a este comentarista le cuesta entender cómo una película como la que nos ocupa no consigue suscitar una mayor atención por parte de la distribución, la crítica o ese público que acude a las salas. Algo raro sucede en nuestras sociedades cuando un trabajo como lo último del director japonés Hirokazu Kore-eda apenas merece un espacio marginal en nuestra cartelera. Y lo que sucede es que el público actual (estoy generalizando, por supuesto) ya casi no parece concebir que el cine pueda poner su atención en un tipo de relato como este. Un relato serio, por su rigor, tanto formal como en la construcción de personajes, de los conflictos que narra, una mirada transparente, limpia, sencilla en su planteamiento, pero que no renuncia a adentrarse en las complejidades de la vida, de una enorme y potentísima carga emocional y, gracias a ella, de una belleza extraordinaria: una obra maestra.
La trama de Nuestra hermana pequeña no puede empezar de manera más sencilla y directa. Sachi, Yoshino y Chika acuden al entierro de su padre, al que no han visto desde hace 15 años. En los momentos previos a la ceremonia, las tres hermanas conocen a Suzu, una adolescente, la hija pequeña de su padre con la mujer con la que se marchó abandonando a la madre de las tres y primera esposa del fallecido. Tras la muerte del padre de las cuatro hermanas, la joven Suzu se ha quedado sola y Sachi, Yoshino y Chika deciden acogerla en la vieja casa familiar donde residen. Empieza así para las cuatro un nueva etapa en sus vidas. La presencia de Suzu despierta en las hermanas el recuerdo de su padre y con este se reabren las deudas pendientes, antiguos rencores, heridas no resueltas del todo que buscarán una salida para resolverse.
Lo primero que llama la atención del último trabajo del director de De tal padre, tal hijo, es su estructura narrativa. No hay en esta cinta, como ocurría en su anterior trabajo, un hecho catalizador del drama que va a desarrollarse posteriormente. En Nuestra hermana… lo que hace Kore-heda es sumergirnos directamente en el mundo de estas cuatro mujeres, un universo concreto del que, al principio del relato, conocemos pocos detalles, que se nos irán desvelando a medida que progresa la película. No es que aquí no haya un conflicto que solucionar (hay varios, de hecho), lo que sucede es que, saltando las reglas convencionales de la narración, el conflicto no estalla como resultado de un suceso preciso. En realidad el conflicto viene arrastrado por los personajes desde mucho tiempo atrás. Lo que sucede aquí es que la influencia de unos hechos, del desarrollo cotidiano de unas relaciones podríamos decir, acabará deshaciendo los nudos que los personajes que Kore-Heda pone en pantalla llevan consigo desde mucho antes del principio. Nada termina del todo al acabar la película y, con los títulos de crédito, podemos vislumbrar las nuevas complicaciones y problemas emocionales a los que se enfrentarán estas cuatro hermanas en el futuro.
Pero me atrevería a decir que ni siquiera la resolución de estos problemas o conflictos son lo más importante en el trabajo de Kore-Heda. En realidad estos conflictos pendientes (con el padre fallecido, con la madre aún viva que también abandonó a sus hijas) son la excusa, el pretexto que utiliza el japonés para hablarnos de otra cosa.
Decíamos unos párrafos atrás que Kore-Heda nos sumerge en un mundo, el de estas cuatro hermanas. Un universo complejo y, al mismo tiempo, reconocible, tan sencillo como el mundo de cualquier persona común. De Suzu conoceremos sus problemas de adaptación al nuevo mundo de las hermanas y su entorno: el nuevo colegio, las relaciones con sus nuevos familiares, los nuevos amigos, etc. Con estos, asistiremos también a los conflictos laborales y por la mera supervivencia, los desengaños amorosos a los que se enfrentan las tres hermanas mayores, los simples roces resultado de la convivencia en común, elementos que van a ocupar buena parte de la atención de este largometraje. Se trata de la vida, nada más… Y nada menos.
Es en el encadenamiento de todos estos conflictos cotidianos donde la cinta de Kore-eda cobra toda su fuerza. Un trabajo que es exaltación de la alegría de estar vivos y de la necesidad de apoyarnos en los demás para encauzar nuestros problemas. Kore-eda escapa así de las líneas principales del drama personal para poner la atención en detalles como la relación de las cuatro hermanas con su abuela, con la dueña de un pequeño establecimiento que frecuentan, en los recuerdos, las conversaciones triviales, la comida, los gestos cotidianos como un simple paseo en bicicleta (una de las secuencias más bellas y emocionantes de la película). Todo ello forma parte tan relevante de este drama como cualquier otro elemento. Hay sin duda en todo ello una intención aleccionadora. Kore-eda quiere decirnos que los dramas de la vida no tienen por qué ser grandes calamidades, sino esos pequeños conflictos. De igual forma, la felicidad no se encontrará tampoco en lograr grandes conquistas. Que está ahí, en lo pequeño, en esos objetos, en los gestos, en las personas que tienes al lado.
Nuestra hermana pequeña es una película sobre el perdón, o más que el perdón, sobre la capacidad para ponernos en la piel de los demás y tratar de comprender las razones que las empujan a acometer ciertos actos. Abandonada por un padre que se marcha con otra mujer y una madre traumatizada por este suceso, Sachi, la hermana mayor, guarda atravesado en su corazón el rencor hacia sus progenitores. Responsable y protectora, Sachi se ha encargado de sostener y mantener el equilibrio de la familia desde que éstos desaparecieron de sus vidas. Sachi es una mujer de principios que, si bien se muestra extraordinariamente comprensiva con los devaneos de sus hermanas pequeñas, posee un fuerte carácter y un código de valores estricto. Sin embargo, sus propios errores la empujarán a comprender que la vida no puede observarse desde una mirada tan severa. Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra, se dirá.
Contra las modas, Kore-eda nos ofrece, además, un relato que es un alegato a favor de la familia. Un cuento sobre el amor fraternal, sobre la necesidad de sostenerse en la gente que nos rodea, un canto a la idea de que, aunque a veces lo parezca, no estamos tan solos. Basta alargar la mano para encontrar un punto de apoyo en el que sujetarnos. Pero no solo en las personas. También en los espacios que nos son cotidianos encontraremos buenas razones para seguir adelante cuando las cosas se tuerzan. En un mundo globalizado donde se nos empuja a alejarnos de nuestras raíces como forma de un nuevo orden al que debemos adaptarnos, Kore-eda ofrece un relato que se presenta completamente a contracorriente. La vieja casa familiar es el refugio en el que las cuatro hermanas han construido su universo y que van a luchar por conservar. Un mundo hecho a su medida, con sus reglas, en el que, a pesar de las dudas, las cuatro se sienten confortables. Cuando se presente la oportunidad de realizar ciertos cambios importantes, la necesidad de conservar ese espacio común tendrá un peso relevante.
El paso del tiempo es, sin duda, el verdadero enemigo a batir. Paso del tiempo que acecha como un ave carroñera sobre el sencillo orden que conforma el mundo de las cuatro hermanas. Una presencia subterránea que amenaza con dar al traste con todo. Tiempo que traerá cambios, inevitables, que irán deshaciendo poco a poco este pequeño universo. Decíamos unos párrafos atrás que la historia que cuenta esta película no termina con los títulos de crédito. Al acabar el metraje sabemos que el mundo de estas cuatro hermanas, aunque lo deseemos, no se preservará para siempre. Conviene destacar la forma magistral con la que Kore-eda va dejando aquí y allá signos, marcas de la amenaza que supone al mundo de sus personajes el paso de ese tiempo y esos cambios que vendrán. Sin que nadie lo mencione, consigue transmitirnos su presencia. Tampoco debe preocuparnos. Sabemos ahora también que Sachi, Yoshino, Chika y Suzu sabrán sobrellevarlo y que el fuerte lazo que las une no se romperá nunca.
Kore-eda ha compuesto la que me parece su obra más compleja, más hermosa, lo cual es mucho decir si hablamos de una filmografía que, planteando siempre conflictos muy sencillos, los aborda desde una sensibilidad sublimes. Cuando uno ya creía sentirse completamente saciado, cuando pensabas que ya no podría darte más, viene el director japonés a ofrecernos una dosis aún mayor de su sensibilidad. Hay, al menos, tres elementos fundamentales en su trabajo: la construcción de personajes, un casting y una dirección de actores incomparable en el cine actual, y una manera de rodar que se acerca al mundo con una sutileza como pocos directores en activo pueden ofrecernos. El cine de Kore-eda, si bien parece modesto, yo creo que es muy ambicioso. Pero su ambición no se traslada a un exhibicionismo enfático, pretencioso y, por ello, finalmente hueco. Kore-eda es ambicioso en su pretensión de emocionarnos, en su modesta y sincera humanidad, en su capacidad para remover nuestros sentimientos desde la alegría, pero sin regalarnos nada. Es el cine ya de un auténtico maestro.
Cuando los agoreros se empeñan en cantar la defunción del cine como medio de expresión a favor de otros soportes, quizá tendrían que repasar con atención trabajos como este. Quizá entonces se den cuenta de que no es que el cine se muera, es que ellos no saben dónde mirar.
No me importa decirlo de nuevo: Nuestra hermana pequeña es una obra maestra. GERARDO LEÓN.