QUÉ DECIR DE… NO TE PREOCUPES, NO LLEGARÁ LEJOS A PIE & WHITNEY

Título original: Don’t worry, he won’t get far on foot · Gus Van Sant · USA · 2018 · Guión: Gus Van Sant · Intérpretes: Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Jonah Hill, Jack Black…

Título original: Whitney · Kevin Macdonald · USA · 2018 · Guión: Kevin Macdonald · Intérpretes: Documental.

No puede dejar de ser llamativo el interés que, de tanto en tanto, muestra el cine norteamericano por los relatos relacionados con todo tipo de adicciones. Hay muchos ejemplos de esto, desde El hombre del brazo de oro, película en la que, allá por los años cincuenta, Otto Preminguer nos hablaba de la dependencia de la heroína, pasando por clásicos como Días de vino y rosas, de Blake Edwards, si hablamos del alcohol, o cintas más recientes como Leaving las Vegas, de Mike Figgis (bueno, reciente, no; que ésta es ya de los noventa). Ahora bien, al margen de mostrar los estragos que estas adicciones causan sobre aquellos que las padecen, ¿queda todavía algo nuevo que aportar en torno a esta cuestión?

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Sobre este interrogante se presenta la última producción del director norteamericano Gus Van Sant, No te preocupes, no llegará lejos a pie, título largo que hace referencia a la biografía del dibujante de viñetas John Michael Callahan, en la que se basa. La vida de Callahan no tenía mucho sentido. Adicto al alcohol desde muy temprana edad, a los veintitrés años sufre, tras una noche de borrachera, un accidente de tráfico que lo deja inválido desde la cintura hacia abajo. Sin embargo, las graves consecuencias de este incidente no cambiarán su dependencia de la bebida. Anclado emocionalmente a la búsqueda de una madre que lo dio en adopción, un día Callahan sufre una epifanía que le hace plantearse hasta dónde le ha llevado su problema y decide ponerle remedio. Callahan tendrá que construirse un nuevo futuro y es ahí cuando descubre su talento para el dibujo.

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Con No te preocupes… no estamos, desde luego, ante lo mejor del autor de cintas como Elephant o Paranoid Park. Lejos quedan ya aquellos ensayos visuales, una línea de expresión que, a la espera de lo que pueda hacer en el futuro, parece que ha abandonado. A este respecto, aun reconociendo la añoranza que sentimos por aquellos experimentos formales, no tenemos nada que objetar. Cada director lleva su carrera hacia donde le conviene. Ahora bien, el problema se plantea cuando nos preguntamos qué puede haber encontrado Van Sant en la vida de Callahan que sea de su interés, ya sea plástico como meramente argumental.

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Como guionista y montador de esta pieza y de muchas de sus obras anteriores, Van Sant es, ante todo, un buen urdidor de relatos. El realizador de Last days levanta en este caso un artefacto en apariencia sencillo, construido a base de flash-backs en un juego de reflejos entre el pasado y el presente de su protagonista que le permite moldear la narración hasta imprimirle el ritmo adecuado. La cinta arranca cuando Callahan imparte una conferencia ante un auditorio abarrotado de gente. A partir de ese momento, Van Sant irá alternando los distintos instantes que, poco a poco, dan cuenta de la caída a los infiernos de Callahan hasta ir hilvanando su discurso.

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Pero dejando de lado este inteligente ejercicio de estilo, quizá uno de los puntos en los que Van Sant ha puesto su mirada, tiene que ver con valorar a este Callahan como ejemplo de la larga tradición de la contracultura de su país. Y aquí encontraremos uno de los elementos de mayor mordida de este largometraje. Tras el accidente de tráfico que le dejará atado a una silla de ruedas, Callahan reanuda su vida como dibujante cómico para varias publicaciones. Como veremos a lo largo de la película, la obra de Callahan no respeta ningún tabú. En sus trazos quedan retratados, sin ningún miramiento, todos los estamentos e identidades de la sociedad norteamericana: el Ku Kux Klan, los prejuicios raciales, la política, todo pasa por su ojo ácido e irreverente. Pronto el talento de Callahan se enfrentará a unos lectores divididos entre aquellos que admiran sus viñetas y los que las encuentran ofensivas. En manos de Van Sant, la obra de Callahan se eleva, así, como reacción frente a la cultura de lo políticamente correcto que impera hoy en día en casi cualquier debate público. ¿Existen límites al humor?, nos preguntamos. John Michael Callahan se los saltó todos.

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Pero este debate tan interesante queda taponado por ese relato de adicciones que, por su envergadura, centra la atención de la mayor parte de la cinta. Y aquí, y sin atrevernos a despreciar los intentos de Van Sant por hacernos tomar conciencia sobre este asunto, no podemos por menos que preguntarnos qué tiene esto de novedoso. Cierto, por boca de su personaje, Van Sant viene para decirnos que no nos preocupemos. Que, después de la caída, está la salvación. Que no hay más respuesta posible a nuestros problemas que la parte que nos toca de responsabilizarnos de nuestras decisiones. Sin embargo, esta sencilla lección vital no parece suficiente para justificar este despliegue de recursos. Es entonces cuando nos preguntamos si quizá los trucos visuales del director, ese aparataje tan virtuoso que nos deslumbra, es solo un disfraz para tapar un relato que anda falto de pegada. Es muy posible que, en nuestro caso, la distancia que nos separa culturalmente del verdadero John Callahan baste para levantar, como espectadores, un muro de empatía hacia él. Ahora bien, no deja de ser menos cierto que, si apartamos el artificio, lo que nos queda es un relato tan esquemático que no llega a involucrarnos emocionalmente. ¿Por qué debemos sentirnos especialmente implicados en la historia de John Callahan? ¿Qué hace que su caso merezca nuestra atención? ¿Por qué sus circunstancias son tan significativas? Al acabar la sesión no somos capaces de responder a estas preguntas.

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Los mismos problemas (o muy parecidos) lastra el último documental de Kevin Macdonald, Whitney, retrato de la que fue una de las estrellas más brillantes del cosmos de la música pop de los años ochenta y noventa del siglo pasado: la cantante Whitney Houston. La responsable de llevar al primer puesto de las listas de éxito temas como aquel famoso I will always love you, estaba en lo más alto de su carrera cuando desapareció de la escena pública. Que recuerde, esta ausencia de la primera plana fue tan discreta que, a pesar de su indudable éxito, nadie lo percibió. Hasta que, un buen día, unas imágenes captadas por un tabloide nos mostraron a una mujer demacrada y, según nos relataron, consumida por las drogas. ¿Qué había sido de aquel rostro dulce que encandiló a millones de personas por todo el mundo? Seis años después de su muerte, este documental trata de responder a ese misterio.

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La primera duda que nos surge después de ver el documental de Kevin Macdonald (ganador de un Oscar por One Day in September y responsable de obras mucho más interesantes como El último rey de Escocia, una de sus pocas cintas de ficción) se presenta al preguntarnos qué cosa justifica el estreno en salas comerciales de un trabajo que, formalmente, no pasa de un ejercicio televisivo. Solo la popularidad de la figura central objeto de sus cavilaciones, podría validar la distribución de una película que se ciñe a los recursos clásicos del género: bustos parlantes para ilustrar las declaraciones, aderezados por imágenes de archivo más o menos reveladoras de lo que están contando. Un material que, como dice la promoción, si bien se presenta a ojos del público por primera vez, no llega a justificar la atención que esta película ha recibido desde su estreno en el pasado festival de Cannes.

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El documental de Macdonald se apoya en dos polos fundamentales. Por un lado, la presencia de los entrevistados, entre los se encuentra toda la familia de la cantante o el rapero Bobby Brown, marido de Houston y, según algunas afirmaciones, parte responsable de la adicción que acabaría con su vida. La otra baza se centra en las fotografías aportadas por la propia familia y el registro de grabaciones domésticas (imprescindibles ya para este tipo de obras), realizadas por la amiga íntima de la cantante, Robyn Crawford. Pero ni uno ni otro material se presenta tan relevante como para justificar su interés. Poca transcendencia puede tener una exclusiva si no consigue explicar aquello que estaba oculto o, como ocurre en Whitney, al final todo queda tan abierto que sentimos que no ha concluido nada.

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Es obvio que, como descubrió la prensa, Whitney Houston padecía una incontrolada dependencia de las drogas. En este sentido, el documental abre varias vías de investigación. La primera de ellas apunta al origen social de la cantante. Houston, junto a sus hermanos, se vieron desbordados por las luces de la fama y todo el dinero que ésta les iba a reportar durante años. Otra se dirige claramente a su relación con su marido, un hombre celoso de su éxito y con el que quiso formar la familia que ella no había tenido y que se convertiría en otro de sus fracasos personales. La tercera apuntaría hacia su amiga Robyn Crawford, con la que se dice que mantuvo una relación íntima. Y así, hasta una cuarta línea que se dirigiría hacia un trauma infantil y que, por deferencia a los posibles espectadores, no revelaremos. Todo ello junto, compone la figura de una mujer desbordada por las circunstancias de la vida.

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Ahora bien, el problema es que ninguna de estas líneas queda plenamente apuntalada como razón última de su dramático final, quedando todo en el terreno de la ambigüedad. Y si Macdonald hubiera querido apostar por concluir que a veces los motivos que empujan a una persona a auto-destruirse no pueden desvelarse, habría sido interesante. Pero no. Más bien, lo que intenta, es tratar de ocultar que cualquiera de las pistas que ha seguido le llevan a un túnel sin fondo.

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Aparte de esas imágenes íntimas, Kevin Macdonald anima su trabajo con otros documentos visuales de la época que alumbró la vida de la cantante. De Ronald Reagan a Bill Clinton, pasando por la explosión de la cadena MTV y hasta llegar a George Bush padre, la historia de Houston está unida a la historia reciente de los Estados Unidos de América. ¿Es posible que Houston fuera, como otros cantantes (pensemos, por ejemplo, en Michael Jackson, de quien fue buena amiga) reflejo y circunstancia de esa época? Esta es quizá la propuesta más certera que nos hace este trabajo. Eso y el repaso al periodo de formación y la carrera de una cantante que tuvo una de las voces más potentes de las últimas décadas y cuyo talento la sitúa entre las más grandes divas. Es cuando Whitney abre la boca para soltar las primeras notas de una canción, cuando el trabajo alcanza cierta altura emocional. ¡Qué voz, señores! GERARDO LEÓN

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