La ballena & Tár

QUÉ DECIR DE...

La ballena: Darren Aronofsky · USA · 2022 Guión: Samuel D. Hunter · Intérpretes: Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau.

Tár: Todd Field · USA · 2022 Guion: Todd Field · Intérpretes: Cate Blanchett, Nina Hoss, Noémie Merlant.

Cobijarse a la sombra de los clásicos tiene tantas ventajas como inconvenientes. Es cierto que, si nos acercamos mucho, su influencia puede dar a nuestro proyecto algo de crédito “intelectual”. El problema es que, inevitablemente, también puedes sufrir el juicio al que pueden someterte por mera comparación. Este no es exactamente el caso de la película que nos ocupa, pero algo de esto sí que hay.

En clara (y evidente) referencia a la novela de Herman Melville, el estadounidense Darren Aronofsky ha titulado The whale, La ballena, a su última propuesta. Conoceremos aquí a Charlie, un profesor universitario que vive recluido en su casa. Charlie sufre obesidad mórbida, lo que limita su capacidad de movimiento, problema agravado por ciertas dificultades respiratorias y la amenaza de un paro cardíaco, amén del hecho de verse condenado a permanecer sentado en un sillón del que ya no puede levantarse sin ayuda. Charlie es perfectamente consciente de todos estos problemas, como apreciamos por la relación que tiene con Liz, su cuidadora, que le vigila y controla su tendencia a cometer ciertos excesos muy perjudiciales para su ya frágil salud. Pero, a medida que vayamos avanzando en la trama, iremos descubriendo que estos problemas son el síntoma de otros conflictos más profundos. Uno o varios fantasmas del pasado acechan su vida.

Hay en el último trabajo de Aronofsky varios aspectos a abordar. Lo primero que nos llama la atención es la elección del formato cuadrado de imagen. De un tiempo a esta parte, producciones de todo tipo (independientes o con grandes presupuestos) se han apuntado a este tamaño de pantalla que nos remite a los comienzos del cine. Pensemos en trabajos como El hijo de Saul de László Nemes o Laurence Anyways de Xavier Dolan. Pero si bien en estas propuestas la elección quedaba justificada en razón de una mirada (o una manera de mirar la imagen) que acotaba el campo de visión del que observa con el objeto de añadir una nueva dimensión dramática a la historia, aquí queda difícilmente justificado. No hay en la dirección de Aronofsky nada que nos permita adivinar cuál ha podido ser el propósito de esta decisión, más allá de una llamada de atención hacia el espectador que, en buena correlación con el resto de aspectos de la película, como veremos, se queda reducida a una simple postura estética, muy llamativa, pero que no aporta mucho.

En relación con lo anterior, tampoco la puesta en escena parece estar, en este caso, muy acertada. Aronofsky encierra la trama de La ballena prácticamente a un solo espacio. Quitando algunas escenas, todo el argumento transcurre en el salón de la casa de Charlie, lo que obliga al director a agudizar el ingenio a fin de eludir la monotonía y animar la dinámica de la narración. Es aquí donde lo tratado en el anterior párrafo se hace más evidente. La cámara de Aronofsky se muestra francamente perezosa, ofreciendo un repertorio de planos y movimientos que no traspasan el umbral del mero registro de hechos, sin llegar a dotar de verdadero pulso y tensión cinética a la imagen. Hay en la planificación de las escenas de Aronofsky una cierta apatía, un convencionalismo que le hace perder una buena oportunidad para darle alguna vuelta interesante a esas limitaciones que él mismo se ha impuesto (Lars Von Trier, mediante).

También en la dirección de actores muestra Aronofsky el mismo agarrotamiento. Las noticias del estreno de esta película se habían encargado de anunciar el triunfal regreso a la primera línea mediática del popular actor Brendan Fraser con este papel. Fraser ofrece un trabajo correcto, efectivo para los propósitos del director, pero sin matices. Y lo mismo le sucede al resto del reparto. Aronofsky construye figuras estáticas, no personajes, muestra rostros caracterizados, no seres humanos. Pero esto no creo que vaya solo en demérito de los actores, sino más bien de una construcción interna de personajes poco refinada, lo que hace que aquellos divaguen por los distintos meandros que les impone el argumento. Volviendo a la cuestión de la puesta en escena, Aronofsky tiene dificultades para mover a los personajes dentro de ese pequeño escenario que se ha montado. La ballena es una película que se desarrolla prácticamente en los diálogos. Aronofsky no es Woody Allen y su propuesta se inclina por la simple explotación de la relación plano y contra-plano, si bien disfrazada por pequeñas acciones que le permiten desplazar a los personajes dentro de la escena, rechazando el uso del fuera de campo, por ejemplo, o cualquier otro recurso que elevara su apuesta hacia otros derroteros narrativos más interesantes. Y aquí La ballena decae como propuesta audiovisual, quedando por momentos en una representación filmada, con recursos como el aparte de escena, o cuando, con la intención de incidir en la intensidad del momento, los actores se detienen dando la espalda a su correspondiente partenaire, al más puro estilo teatral.

Todo esto, sin embargo, viene condicionado por un guion construido sobre una estructura dramática algo previsible. Como sucede en buena parte de su cine, Darren Aronofsky toma un personaje con ciertas características y construye, sobre ellas, una historia. Antes lo había hecho con un luchador (The Wrestler) o una bailarina de danza (Black Swan). Ahora le ha tocado el turno a un hombre con problemas de peso. Ahora bien, una vez escogido, el problema es qué hago con ese personaje. ¿Hacia dónde lo dirijo? Contra todo pronóstico, Aronofsky rehúye tratar los problemas concretos que producen esta condición específica del personaje y, al contrario, elabora una serie de razones psicológicas en base a un pasado que se nos irá revelando. El problema es que, en manos del director norteamericano, estos conflictos se reducen a un conjunto de clichés: una hija abandonada, un matrimonio roto, el luto por un amor perdido, la eterna cuestión del perdón, etc. Pero lo que quizá acaba por desengancharnos del caso es que ninguno de estos problemas está directamente relacionado con el estado físico del personaje. Podríamos eliminar esta condición y la historia permanecería exactamente igual. ¿Qué aportan específicamente a la película más allá de una vía para una solución dramática que bien se podría haber producido de cualquier otra manera (un cáncer, por ejemplo)?

El resultado es un relato cortado por un patrón preestablecido, pero que queda descolgado de su propia proposición inicial. Una trama sin objeto de, además, fuertes connotaciones melodramáticas. Aronofsky demuestra, de nuevo (recordemos Madre), que se mueve mal a la hora de abordar un tipo de cine que le queda muy alejado de su sensibilidad estética. Al final, la pregunta queda flotando en el aire. Al margen de la referencia literaria, ¿qué tiene que ver todo esto con Moby Dick?

Hay películas que nos seducen, otras que nos producen rechazo y hay otras que se nos escapan entre los dedos sin saber muy bien por qué. Diría que este último es el caso de Tár, del realizador estadounidense Todd Field.

Lydia Tár es una afamada directora de orquesta. Su vida bascula entre su exigente trabajo, que le roba (satisfactoriamente, según se nos muestra) buena parte de su tiempo, y su familia. Su agenda está repleta de ensayos, grabaciones de discos, conferencias y viajes por todo el mundo. En este ir y venir, conoceremos la relación que tiene con sus subordinados, otros músicos y directores, y su pasión por la música.

Y poco más podemos añadir. Tratar de relatar el argumento de Tár ya nos da una pista de los problemas que tendremos a la hora de abordar esta película. En el centro de este trabajo se encuentra la figura de la actriz Cate Blanchett en el rol de Lydia Tár. A pesar de algunas cuestiones que abordaremos más adelante, y al contrario de lo que sucedía en el caso de La ballena, Blanchett construye un personaje sólido, de hondos matices. Tár es, al mismo tiempo, una mujer dura y tierna, próxima y distante, opaca y transparente, empática con sus maestros y, según parece, los miembros de la orquesta que dirige, pero poseedora también de un enorme ego, así como cierta altivez y arrogancia. Todos estos polos se conjugan dentro del alma de Tár, un personaje complejo y sencillo, presencia física, forma estética que ocupa y devora el centro de la pantalla, puro deleite interpretativo. ¿Quién es Tár?, nos preguntamos. Un misterio y, al mismo tiempo, un ser humano de carne y hueso.

Acompaña de manera muy sutil en este camino la cámara del realizador Todd Field, que toma ese mundo de clase alta, de apartamentos lujosos, de viajes en primera clase, de cenas en restaurantes exclusivos, de foros de la cultura internacional, y exprime espacios y diseños para darnos un producto muy estilizado. Será ahí, en esa estilización impuesta por el contexto, en la búsqueda del tempo interno adecuado de cada escena, donde reside el nudo de la película. Tár se sostiene como un viaje emocional, más que como una trama o argumento (que también lo hay, si bien muy leve). En el juego de sensaciones que nos transmiten esas imágenes, en las escasas relaciones entre los personajes se esconde el tesoro que guarda esta propuesta. Un viaje al interior de un ser humano que trata de sobrevivir en una estructura de pasiones, de miedos y deseos ocultos que acabará por devorarlo. Un director de orquesta es el pastor de un rebaño que necesita caminar en una misma dirección, luchar para perder su yo individual en pos de un proyecto común. Pero, al mismo tiempo, en esa relación, las partes reclaman también su cuota de poder. Tár es una película que se desarrolla en la relación entre individuos. De la confrontación, aceptación o rechazo en estas relaciones se va definiendo al personaje.

Al terminar, sin embargo, la película deja un cierto vacío. Si atendemos al desarrollo de los últimos minutos de la cinta (y dejando aparte alguna solución dramática algo salida de tono que no revelaremos), Tár es una película que nos habla sobre lo que hoy se conoce como política de la cancelación. A pesar de su éxito, la carrera de Tár caerá en desgracia cuando se descubra una mancha en su pasado reciente. Esto producirá el rechazo de su entorno, que la condenará en un juicio sin jueces, fiscal ni abogado defensor, y que la relegará al ostracismo profesional. Pero, aparte de asistir a estos hechos, nada de todo ello es analizado ni cuestionado por la película. De hecho, tal es la fría distancia que Todd Field toma con respecto al conflicto que afecta a su protagonista que se nos substrae la oportunidad de saber qué hay de verdad o mentira en las acusaciones que se vierten sobre ella, lo que nos impide extraer una conclusión, lo cual es una verdadera lástima. Quizá era necesaria una película como Tár. Otra Tár. En esta, disfrutaremos del viaje, pero ignoramos o se nos escapa, decíamos, la parada de destino. GERARDO LEÓN

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