El oficial y la espía & Richard Jewell

Título original: J’accuse · Roman Polanski · Francia · 2019 · Guión: Robert Harris & Roman Polanski · Intérpretes: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner…

Título original: Richard Jewell · Clint Eastwood · EEUU · 2019 · Guión: Billy Ray · Intérpretes: Paul Walter Hauser,  Sam Rockwell,  Kathy Bates, Jon Hamm,  Olivia Wilde…

Coincidían esta semana en la cartelera dos películas que tienen mucho en común. Dos trabajos de gran maestría, tanto en su ejecución, como en la reflexión a la que nos instigan. Forma, arquitectura estética, y discurso que tienen, como digo, muchos elementos compartidos. Dos obras que ponen bajo la lupa algo que hemos defendido muchas veces aquí y que atañe a una industria y una crítica que, diciéndose en muchas ocasiones resistirse a las imposturas de la posmodernidad, tiene por costumbre poner toda la atención en lo novedoso, lo “joven”, mirando con desdén a la experiencia. Dos cintas que demuestran que la edad no es ni mucho menos un impedimento para tocar una y otra vez la excelencia creativa y que un cineasta, un gran cineasta, no se construye de la noche a la mañana y en razón de un mero golpe de suerte, inspiración o un acierto fortuito, sino que es un trabajo de largo recorrido que requiere de un fundamento muy sólido.

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Comparten tanto El oficial y la espía, último trabajo de Roman Polanski, como Richard Jewell, de Clint Eastwood, a su personaje protagonista. No se llaman igual, claro. Ni siquiera comparten momento histórico. En la cinta de Polnaski su protagonista es, de manera indirecta, Alfred Dreyfus, joven oficial del ejército francés que es acusado de traición por pasar secretos de Estado a los enemigos y vecinos alemanes. Estamos a finales del siglo XIX y solo veinte años después de los hechos que narra la cinta estallaría la Primera Guerra Mundial, consecuencia de la escalada de tensiones generada entre las dos potencias europeas. La fácil condena de Dreyfus, a pesar de lo endeble de las pruebas en su contra, despierta el interés del coronel Georges Picquart, mentor de Dreyfus y militar recién ascendido a máximo responsable del Servicio de Inteligencia del Ejército. Cuando la información recabada sobre el caso demuestra la inocencia de Dreyfus y trata de denunciarlo, comenzarán las complicaciones con los altos responsables de la institución, que tratarán de tapar el caso. Algo parecido le sucede a Richard Jewell en la cinta de Eastwood. Aquí, Richard es un modesto guardia de seguridad que se ve envuelto en una rocambolesca acusación por terrorismo. Richard se encuentra trabajando en una zona de conciertos en las instalaciones de las Olimpiadas de Atlanta del año 1996, cuando un paquete abandonado llama su recelosa atención. Richard alerta inmediatamente a sus compañeros, que descubren que se trata de un artefacto explosivo. Richard salva, así, la vida de muchas personas y es considerado, en un primer momento, un héroe nacional. Pero este público reconocimiento y fama se tuercen de manera imprevista cuando descubre que es el principal sospechoso en una investigación por parte del FBI que lo señala como responsable de los hechos.

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Dando por supuestas, pues, las diferencias en cuanto a la trama y la distancia que los separa en el tiempo histórico al que se refieren, ambos relatos concitan a una denuncia común, la de la indefensión del hombre corriente frente a los intereses del sistema que se supone que los ampara. En el caso de la cinta de Polanski, Picquart y Dreyfus se enfrentan al estamento de un ejército amarrado a su inamovible poder e influencia política y social. En cuanto el joven coronel Picquart pone en conocimiento de sus superiores lo que ha descubierto, estos se confabulan en su contra para desacreditarle. Poco importa que se haya cometido una terrible injusticia. Algo similar sucede en el caso de Jewell. El descubrimiento de la bomba pone en evidencia la incompetencia del FBI que encuentra en el pobre Richard al chivo expiatorio de sus errores. Al lado de la maquinaria del gobierno y su brazo policial, se alinea también una prensa que ha confundido información con sensacionalismo y a la que parece que le importa muy poco qué vidas se lleva por delante y, como en el caso anterior, si es la propia idea de justicia la que decae. Frente a la potente maquinaria de los grandes estamentos u organizaciones que ejercen el poder, ese hombre corriente se siente radicalmente desamparado. ¿Cómo puede un hombre solo enfrentarse a la gran maquinaria del Estado, a sus instituciones, y sus propios intereses de supervivencia? Una tarea titánica que desborda la capacidad de resistencia psicológica de cualquiera y que solo puede saldarse con el sufrimiento que provoca la más radical de las impotencias y la desesperación. Y aquí ambas películas hacen un retrato crudo, pero terriblemente humano.

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Entre las muchas cuestiones que tratan ambas cintas, una de ellas se centra en demostrar cómo funcionan los grupos de poder en cuanto alguien los pilla en falta. En lugar de reconocer su error y tratar de enmendar sus tremendas consecuencias, el instinto les lleva a tratar de proteger su imagen pública, no siendo conscientes, en uno y otro caso, de que la mentira se acabará descubriendo y, con ello, la reputación de la institución u organismo quedará aún más dañada. Esta reflexión queda patente en la reacción de Picquart frente al intento de sus superiores de esconder las pruebas que les ofrece. ¿Quién defiende más al ejército, aquel que se muestra como su más noble servidor, el que intenta, bajo cualquier circunstancia, preservar la nobleza de sus principios inspiradores, o aquel que trata de esconder sus vergüenzas? Y creo que esta es una pregunta que bien podríamos traer a nuestra actualidad en la que tantas veces nos encontramos con casos parecidos, ya sea en el ámbito de las instituciones sociales (recordemos, por ejemplo, los casos de pederastia de la iglesia), como en la política (busque usted cualquier titular de la prensa de hoy).

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Pero si por algo destacan ambas películas son como exaltación de los principios morales como guía, no solo para la vida, sino para construir un mundo más justo y mejor. Son sus principios los que animan a Dreyfus y Jewell a defenderse de los ataques que reciben. Principios que son, además, los mismos principios que ellos creían que inspiraban a esas instituciones a las que desean servir, el ejército en el caso de Dreyfus, la ley (la policía) en el caso de Jewell. Es curiosamente, el hecho de sentir traicionados (sentir que han sido engañados, defraudados) esos principios en los que creían y que les animaron a formar parte de estos estamentos, los que les dejan el enorme vacío que se abre bajo sus pies. ¿Cómo enfrentarse al mundo cuando aquello en lo que pensabas que era su fundamento se revela como una farsa? ¿Será posible recuperar de nuevo la confianza en esos principios rectores? La única vía para ello pasará, precisamente, por tratar de restaurarlos. Restaurar su honor (palabra en desuso hoy, pero que cobra una fuerza arrolladora en ambas películas), su nombre, será restaurar los valores de unos estamentos que se han degradado a sí mismos. Y aquí convendría fijarse en algo que une a ambos héroes (o anti-héroes): nos referimos a esa mirada vacía del que ve cómo su mundo, su esfera vital y ética, se desmorona, que aquello en lo que tenía fe y ponía orden en su universo ha dejado de existir.

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Pero también habría que referirse a los principios de aquellos pocos que son capaces de enfrentarse a la mayoría, figura que queda representada por el coronel Picquart, en el caso de la cinta de Polanski, o del abogado Watson Bryant, en el caso del trabajo de Eastwood. Dos hombres que, frente al conformismo cómplice de quienes les rodean, contra el consejo o la trampa de la prudencia, no cejarán (por principios) hasta ver restaurada la justicia perdida. Y en medio de todo esto, por supuesto, se encuentra como mayor aliado de este engaño a una masa popular que, si bien queda desdibujada en ambas películas, despersonalizada, su aliento se siente presente en cada uno de sus fotogramas. Una masa manipulable a golpe de apelación patriótica y sentimental. ¿Nos suena? Juega un gran papel en la excitación de los sentimientos de esa masa una prensa que, con más énfasis en la cinta de Eastwood, no parece tener escrúpulos. Si en la cita de Polanski la prensa sirve de correa de transmisión (también por convicción propia) de los intereses del poder, en la cinta de Eastwood no queda ya ni rastro de ello. Se trata de vender más periódicos, de ser el primero en dar la primicia y si en el camino se quedan las bases de esa justicia que dicen defender y algunas vidas destrozadas, poco importa.

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Pero si por algo destacan tanto El oficial y la espía, como Richard Jewell es como muestra de la fortaleza de una concepción clásica del cine, siempre y cuando, como es el caso, el material dramático del que se disponga esté bien urdido. Lo que vemos es lo que hay, la cámara como testigo de los hechos narrados. Y en la base, dos textos ejemplares a los que solo habría que reprocharle el apoyo en algunos momentos de ciertos flash-backs explicativos que sirven para subrayar algunas de las ideas que se manejan y que sin duda sobraban. Pero estos escollos no estropean la impresión global. En estos tiempos en los que tanto se destaca la figura del guionista, especialmente en las series de televisión, conviene exhibir estas dos piezas como ejemplos de cómo se traba una buena historia. Dos libretos donde los sucesos expuestos nos invitan a hacer reflexiones de calado sobre nuestro mundo y nuestra realidad. Dos cintas que nos hacen propuestas cerradas, que no confunden abrir el relato con escurrir la lección moral y el compromiso firme con ciertas ideas. Forma, superficie, pero también fondo, decíamos más arriba. En tiempos de relatos innecesariamente dilatados, estos dos trabajos muestran que de poco sirven horas y horas de narración, por muy buena que sea la producción que las avale, si al final se quedan como barcas a la deriva en medio de una tempestad, si no saben a qué puerto concreto se dirigen. Y estas dos historias tocan. Tocan porque muestran de forma emocionalmente cruda la desnudez en la que se encuentran sus personajes protagonistas, que es la desnudez en la que nos encontramos también como espectadores.

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Una mención final merece, desde luego, un casting de actores impecable en ambas producciones. De las cualidades de Sam Rockwell, Olivia Wilde, Kathy Bates (impresionante), Jon Hamm, Louis Garrel o Jean Dujardin, poco se puede añadir. Pero la grandísima sorpresa recae del lado de un menos conocido Paul Walter Hauser que hace un papel de un calado poco frecuente en el cine en su interpretación del Richard Jewell de la cinta de Clint Eastwood. Una de las interpretaciones más emotivas que se han visto en muchos años en una pantalla. Difícil reprimir la emoción. GERARDO LEÓN

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