Tercera jornada de proyecciones de La Mostra y tres películas muy diferentes en su Sección Oficial. La primera de ellas nos acerca al terreno del documental con un título de lo más definitorio: Mariscal, la alegría de vivir de Laura Grande, producción a cargo de la valenciana Estrela Audiovisual. Nos propone este trabajo un acercamiento íntimo a la figura de uno de los diseñadores valencianos más reconocidos del país, cuyo trabajo se hizo popular por ser responsable del famosísimo Cobi, la mascota de las Olimpiadas de Barcelona del año 92. Pero quedarse en este referente es desconocer la figura de Mariscal por lo que Grande nos propone un viaje desde los mismos orígenes. Hijo de una familia burguesa, la personalidad del joven Mariscal comienza a despuntar tras la muerte de un padre severísimo que tenía a la familia acogotados.

El documental de Laura Grande se abre, a partir de ese momento, por dos vías de trabajo. La primera de ellas trata de, al menos, abocetar una panorámica amplia de la carrera del diseñador. Un viaje que busca las raíces en la cultura underground de finales de la década de los 70 y la década de los 80 que, como comenta el propio Mariscal en una entrevista de archivo, se convirtió en la década de su generación, una década de la que se acabaría apropiando. Desde trabajos autoeditados como la revista El rollo enmascarado, donde coincidiría con personalidades como Nazario (Makoki) o La piraña divina, cuyas páginas obligaron a sus autores a escapar de Barcelona y refugiarse en Ibiza donde confeccionarían el álbum antológico Nasti de Plasti, pasando por sus primeros encargos profesionales para varios locales de aquella Barcelona post-franquista, el diseño de la cubierta de la primera novela de un tal Pedro Almodóvar, su primeras incursiones en el diseño de muebles, hasta coronar las portadas de revistas tan prestigiosas como The New Yorker. A lo largo de este recorrido, las imágenes del trabajo de Grande nos muestran la evolución de un artista unido estéticamente a una manera de ver el mundo.
De esa manera de entender el mundo, la vida, parte la otra línea de trabajo de esta pieza, que tratará de acercarse a la peculiar personalidad del diseñador. Es quizá este aspecto el punto fuerte de este trabajo, gancho para un espectador que se dejará seducir por un personaje que todavía mantiene o trata de mantener aquel espíritu libre que alimentó a aquella generación que imitó, si quiera algo más tarde, las viejas reivindicaciones del movimiento hippie norteamericano mezclado con el toque más desenfadado de la cultura y el paisaje mediterráneo. Esta manera de afrontar la vida, con sus altibajos, alegre y jovial, persistió a lo largo de los años en su carrera profesional y que Mariscal llevó tanto a sus planteamientos estéticos como a su manera de afrontar sus distintas empresas.

Nos guían en este viaje personal personalidades de la cultura valenciana como Carles Pastor, Mc Diego, junto a otras de ámbito nacional como el mencionado Nazario, Miquel Barceló, el Gran Wyoming, Paco Roca o Fernando Trueba, con quien realizaría dos películas de animación, (Chico y Rita, y Dispararon al pianista), en un trabajo que destaca por su corrección formal, en todo caso y como coda, quizá demasiado correcto para una Sección Oficial de un festival como este.
De las costas mediterráneas a las tierras de Túnez, protagonistas de Prometido el cielo cinta dirigida por la francesa Erige Sehiri. Aquí conoceremos a Marie, Naney y Jolie, tres mujeres marfileñas que tratan de sobrevivir como ilegales en el margen del sistema. Un día, Marie recoge a Kenza, otra niña marfileña que ha sobrevivido a un viaje en patera en el que falleció la mayoría de pasajeros y todo su mundo se va a desestabilizar.
Esta excusa dramática servirá a la directora para introducirnos en la compleja vida de sus protagonistas. Y lo hace al menos en tres líneas dramáticas paralelas. Hacia afuera, Sehiri se esmera en trazar un concienzudo trabajo de descripción de las duras condiciones en las que viven estas mujeres. Sehiri pone el esfuerzo en que el espectador acabe comprendiendo qué significa exactamente vivir cuando uno ha perdido todo derecho que te proteja. La falta de una documentación que regularice formalmente tu situación te convierte en un paria de cara, en primer lugar, a un aparato del estado que es tan caprichoso como implacable. Por un lado, parece que te deja vivir, pero, por el otro, te arroja a un calabozo en el momento más imprevisto. Sehiri se toma su tiempo para que el espectador comprenda qué significa pasarse la vida mirando hacia atrás, con miedo a que aparezca la policía, una presencia invisible que persigue a sus personajes en cada fotograma de la película.

La segunda línea dramática mira hacia dentro de la propia comunidad a la que pertenecen estas tres mujeres, una red de conexiones asistencial, necesaria para su supervivencia, pero no exenta de conflictos. Conflictos, primero con otras comunidades de ilegales que residen en el país, contra las que luchan para despojarse mutuamente de las migajas que les deja el sistema. Cuando hay poco que repartir, la solidaridad es un lujo que no todos pueden permitirse. Pero conflictos también con sus propios compatriotas que, en algunos casos, sostienen otro tipo de redes de corrupción en la que la explotación se da con la misma falta de escrúpulos.
Y aún queda una tercera línea dramática que nos remite directamente a las propias protagonistas y que sirve a Erige Sehiri para hablarnos de otra cuestión igualmente relevante en este caso: el fracaso de las expectativas. Así, Marie pone en la llegada de Kenza todas sus esperanzas de reconstruir su maternidad perdida. Maternidad herida también que sufre Naney por culpa de la distancia que ha puesto con la hija que dejó en su país y a la que hace tres años que no abraza. Y esperanza o expectativas frustradas de la joven Jolie que ve como la realidad se va comiendo, poco a poco, su inocencia. Las tres mujeres tendrán que encontrar una salida que reconduzcan sus vidas tras la constatación de un fracaso que quizá nunca entró en sus planes.

Erige Sehiri rueda todas estas situaciones con corrección formal y, gracias a un elenco de actores bien engrasados y un elaborado trabajo de los departamentos de arte, con cierta verdad documental. Pero es, curiosamente, ese logro el mayor problema de una propuesta a la que le falta algo de pulso. Sehiri cumple sobradamente con su objetivo de describir ese mundo que busca retratar y, al final del metraje, podemos atesorar que algo hemos aprendido, pero, llevada su propuesta al terreno de la ficción, el espectador se queda quizá huérfano de un arco dramático que queda finalmente ausente de la película, lo que rebaja nuestra implicación emocional, superando la mera descripción, cierta, pero algo distante, para construir una aproximación algo más carnal, menos calculada.
En las últimas ediciones de La Mostra, Portugal ha aportado a la Sección Oficial las propuestas más radicales de su programación y esta vez no iba a ser distinto. Si nos atenemos a la sinopsis oficial, Primeira pessoa do plural de Sandro Aguilar, nos presenta a Mateus e Irene, un matrimonio que van a celebrar su 20 aniversario de bodas en un lujoso resort en una isla tropical. Pero, antes de partir y durante una noche, la pareja sufrirá los efectos secundarios de las vacunas que se han tenido que poner, padeciendo todo tipo de fiebres, desmayos y alucinaciones.

Expuesto de este modo, el argumento parece sencillo. Pero atenerse a la trama en el caso de esta película supone un tremendo error. Como deja muy claro el propio director en las notas de producción de esta peculiar película, Primeira pessoa do plural puede presumir precisamente de no responder a las estructuras de la ficción convencional. Así, la situación inicial planteada, supone para Aguilar una excusa para un derroche visual difícil de gestionar para un espectador corriente.
No es que sea difícil destripar qué quiere contarnos Aguilar en esta película, lo difícil quizá es mantener la atención sobre una obra realmente espesa donde las imágenes imponen una capa tras otra de disfraces para enmarañar sus intenciones. Meterse en la cabeza del director es, de esta forma, como meterse en un laberinto, un galimatías dentro de otro galimatías: hay calles, esquinas, pero estos están dispuestos de tal modo que dificultan la salida o resolución.

Ya desde las primeras imágenes, Aguilar pone al espectador en un estado de alerta. Un hombre, vestido con un traje y una máscara blanca en la cabeza, recorre la casa a oscuras tras escribir una extraña nota para su esposa, a la que le indica las condiciones del viaje que van a emprender. ¿Qué sucede? ¿Por qué lleva esa máscara? ¿Es real o es un juego? Aguilar transita así los límites de lo onírico, lo alucinado o fantástico para provocar nuestra extrañeza. Extrañeza que quiere provocar nuestra curiosidad de forma que tengamos que forzar nuestra atención para sacar conclusiones.
Y así, vamos sumando. Además de Mateus e Irene, pronto descubrimos a David, el hijo del matrimonio. David no parece tener una buena relación con su padre al que desafía constantemente. Y lo mismo sucede en el instituto al que acude ese día. Aguilar no traza asociaciones claras entre las ideas, estas están en los pocos retazos que nos da sobre las relaciones (con frecuencia confusas) entre los personajes y el simbolismo de unas imágenes de gran potencia lisérgica. Con esas premisas, su película nos asoma a una sociedad descompuesta en la que los individuos ya no se comprenden entre sí y la distancia puesta entre ellos se rellena de cinismo. David no tolera a su padre, tanto como este no le tolera a él. Y lo mismo sucede con el resto de unos personajes que parecen ir a la deriva en un mundo oscuro, donde las formas no llegan a distinguirse y el quien es quién se confunde de un sujeto al otro (a veces no distinguimos a Mateus e Irene de otros personajes que irán apareciendo). Mundo desesperanzado donde los sentimientos, el amor ha sido sustituidos por la lujuria, de sujetos atrapados en el marco de unas imágenes que encierran igualmente a un espectador del que se requiere quizá una paciencia desmedida en un trabajo sobrecargado de simbolismos de dos horas de duración. Cuando se encendieron las luces de la sala de proyección, la mitad de la platea había desaparecido mucho antes. GERARDO LEÓN











