Última sesión de la Sección Oficial de esta 39ª edición de La Mostra de Valencia que se iniciaba con la proyección de Algiers, del argelino Chakib Taleb-Bendiab, cinta escogida para representar a su país en la carrera hacia los Oscar.
La película cuenta la historia del secuestro de una niña en un barrio popular de la ciudad de Argel que le da título. Este suceso reunirá a Sami, un detective con un carácter tortuoso, y Dounia, una brillante psicóloga con un pasado oculto que, iremos descubriendo, está relacionado con los hechos. Dounia tiene solo 48 horas para elaborar un informe psicológico para resolver el caso, pero, a las dificultades correspondientes a cualquier investigación, se añade la oposición de su compañero y de un cuerpo de policía que no ve con buenos ojos que lo dirija una mujer.
Algiers cuenta casi con los mismos condimentos de It all ends here. Cambia el escenario, cambia la profesión de nuestros protagonistas, pero la estructura es similar. Como en la cinta croata, la película de Chakib Taleb-Bendiab se sirve de un argumento de género para realizar un concienzudo retrato de una sociedad que se siente desprotegida ante fuerzas sobre las que no tiene la más mínima influencia ni protección. Algierscomienza, así, describiendo los cortes de agua que está sufriendo la ciudad, una situación que, de nuevo, separa al poder administrativo del ciudadano corriente. Un grupo de niños juega en un callejón oscuro, cuando un coche se acerca a ellos y se lleva por sorpresa a una de las chicas. Esto producirá una gran conmoción en una comunidad que acabará mezclando ambos conflictos. La reacción ante el secuestro de la niña es espejo de la frustración ante la pobreza circundante.
Chakib Taleb-Bendiab dibuja una ciudad de calles abandonadas, zocos populares y rincones amenazadores donde el peligro puede estar en cualquier sitio. Una ciudad sin esperanzas que ya no confía en la ley y que tratará de tomarse la justicia por su mano, como expresión de su propia frustración. En un giro clásico de guion, la policía detiene a un vagabundo que parece sospechoso del secuestro de la niña. Los curiosos tratarán de abalanzarse sobre los agentes, dispuestos a lincharlo. La sociedad, ciega, ha dictado su sentencia.
Estos acontecimientos sirven al director argelino para proponernos una reflexión sobre la función de la ley en su Argelia natal. Así, mientras Khaled, el compañero de Sami, ve justificada cualquier actuación, para Dounia es necesario limitarse a las pruebas; uno no es culpable hasta que se demuestre lo contrario y tampoco se puede condenar a cualquiera por puro capricho. Khaled, en cambio, siente un profundo desprecio por lo que considera despojos de la sociedad, sobre los que no hace distinciones. Poco importa si se ajusticia a un inocente, algo habrá hecho mal de cualquier modo.
Estos dos polos, el de el ejercicio de una justicia implacable que actúa sin remilgos contra todo y contra todos frente a otra visión que se atiene a unos principios y garantías esenciales, formará parte del conflicto al que se enfrentan los personajes. El otro campo de juego será el de una sociedad que todavía no ha integrado a las mujeres en la estructura social. En este contexto, Sami se siente doblemente amenazado, por un lado, en su liderato, por otro por la humillación que piensa que supone los conocimientos y la preparación de Dounia. A los datos y las teorías psicológicas, el suspicaz Sami antepone su conocimiento de la calle, la sabiduría de la vida. Ambos tendrán que acercar sus posiciones para capturar al secuestrador. “Si no te conoces bien ni conoces a tu enemigo, perderás cada batalla”, dice Sami citando un pasaje de El arte de la guerra de Sun Tzuque tiene encima de su escritorio en la comisaria. Sami tendrá que exponerse y reconocer sus propias limitaciones para llegar a comprender el verdadero sentido de esa sentencia. Esa será su verdadera batalla.
Y de fondo, el miedo. Miedo que moviliza a una sociedad y que la atenaza. El miedo que siente Dounia por un pasado al que también se tendrá que enfrentar. El miedo que rompe la inocencia de la infancia y de una comunidad que ya no se siente segura. Si cualquiera puede ser un asesino o un criminal, ¿cómo nos protegemos? GERARDO LEÓN