La cuarta sesión de proyecciones de la Sección Oficial a concurso de La Mostra de Valencia arrancaba con la presentación de Willow, último largometraje del director macedonio Milcho Manchevski, quien diera el salto al panorama internacional con Antes de la lluvia, una opera prima con la que ganaría el León de Oro en el Festival de Venecia de 1994 y con la que sería candidato a los Oscar por su país.
Willow se aproxima a un tema que ya había sido abordado en sesiones anteriores por trabajos como Zana o Tereza37, ambas cintas comentadas en esta sección: el conflicto frente a la maternidad en las sociedades modernas. Pero, a diferencia de sus compañeras de programa, la película de Manchevski desafía las convenciones de la narrativa lineal y nos propone un juego. Willow se divide en tres historias, en apariencia, diferenciadas entre sí. En la primera de ellas, nos situamos en un tiempo inconcreto de la antigüedad. Un matrimonio joven quiere tener descendencia, pero ella no logra quedarse embarazada. Para solucionar el problema, la pareja acude a una anciana curandera que les dará el remedio con una condición: que le entreguen al primero de sus hijos. Las otras dos historias nos sitúan en la actualidad y nos presentan a dos hermanas. Cuando ya lo creía imposible, una de ellas se queda embarazada de gemelos después de someterse a varios tratamientos de fertilidad. El problema surgirá cuando descubra que uno de sus hijos tiene una discapacidad, lo que la forzará a tomar una difícil decisión. En el otro relato, la mujer protagonista, tras otro intento infructuoso por concebir un hijo biológico propio, se enfrenta a las contradicciones y temores de una adopción complicada.
Esta estructura episódica le permite a Manchevski un juego de asociaciones o apelaciones entre las tres historias que es, en definitiva, la base sobre la que, como ya hiciera en Antes de lluvia, sustenta su propuesta. “Me gusta la naturaleza engañosa de la estructura episódica. Las tres historias tienen una estructura convencional con su principio, su desarrollo y su final, pero es en la forma en la que se interrelacionan entre sí donde radica la complejidad de la película”, comentaba el director en rueda de prensa tras esta primera proyección de su película. “Las tres partes no se relacionan necesariamente de una forma narrativa, es una combinación. En algunos casos es una conexión temática, en otros son ecos o rimas sobre cuestiones similares que las afectan, o contrastes. Básicamente, tenemos una conexión asimétrica entre las tres historias, lo que esperamos que nos lleve a experimentar más la parte emocional que la puramente narrativa.”
La cuestión de la maternidad no es un tema novedoso en el cine de Manchevski. De hecho, esta cuestión ya formaba parte de uno de los relatos de Antes de la lluvia. Es el caso también de Dust, su segundo largometraje, en el que el narrador de la historia es el bebé que uno de los personajes lleva dentro. Incluso su tercera película se titulaba, precisamente, Madre. Pero, en palabras del director macedonio, esta coincidencia temática no responde a un plan prestablecido. Más bien, al contrario, su forma de abordar los guiones en los que se basan sus películas se atiene a un método de trabajo que nos demuestra que esto no es más que fruto de la mera casualidad. “Empiezo con un sentimiento general y la complicación de un argumento. A partir de ahí, juego con estos elementos, mientras crecen hasta ese punto en el que se convierten en una película. De esta forma, el guion se convierte en algo así como jugar a un juego. Y ahí siento que yo solo soy el cauce para la historia”, comentaba Manchevski. Una vez el guion está asentado, empieza la parte de búsqueda de la financiación y el proceso de trasladar aquello que se había imaginado en una forma dramática concreta. Para Manchevski, la clave está en un punto de intersección entre lo general y lo particular. “Creo que cualquier tema se debe explorar especialmente en el punto en el que la sociedad y lo personal se unen. Es la confrontación entre las elecciones personales versus las necesidades de la sociedad. En el caso de la maternidad, hay mucho de lo que puedes extraer de ese punto de encuentro. Lo que he hecho en esta película es tocar algunos de esos temas”.
Esa búsqueda llevó al director hacia estas tres historias tan distintas en lo que a su arquitectura se refiere. “En el primer relato, la aproximación de la historia es mitológica o de un cuento de hadas”, explica Manchevski. “Está contada en la forma en la que se cuenta una leyenda o un mito. En las historias contemporáneas hay una aproximación más realista. Me gustan los contrastes en el arte dramático y el empleo de estos distintos estilos de contar las historias me ayuda a alcanzar una conclusión que sea la síntesis de ambos.”
La apuesta, sin embargo, no estaba exenta de riesgos. En un momento en el que, desde ciertas plataformas y activismos, se estudian con excesivo escrúpulo los juegos de roles en la sociedad, y muy especialmente en el cine, Manchevski ha construido tres poderosos personajes femeninos llenos de matices, lo que invita a una permanente relectura o redescubrimiento de aquello que representan. Sobre la cuestión de construir personajes femeninos desde una perspectiva masculina, Manchevski respondía así: “Para mí las personas son personas. A veces, se dice, ¿puedes hablar [como hombre] de una experiencia femenina? ¿Se puede hablar de la experiencia de una minoría étnica si no perteneces a ella? Esto es algo que se hace especialmente en los Estados Unidos. Y bueno, arriesgándome a sonar equivocado, yo creo que sí que se puede. No se trata necesariamente de una experiencia personal, se trata de la experiencia humana. Para mí, insistir en las diferencias enfatiza esas diferencias, en vez de crear un puente entre ellas. Así que lo que yo hago es tratar de dirigirme a la experiencia humana, ya sea la tristeza o la alegría”.
Con Favolacce, segundo trabajo de los hermanos Fabio y Damiano D’Innocenzo, abordábamos la segunda sesión de esta jornada del festival. Aquí, nos cercamos a una pequeña urbanización de adosados situada en algún lugar inconcreto de la Italia contemporánea. Es verano y el calor azota a las familias que viven en la urbanización, un collage de individuos francamente extravagante o, quizá, más normal de lo que nos gustaría. Pronto, las diferencias entre ellos surgen en el roce que provoca esa estrecha y, por momentos, asfixiante convivencia. La imagen nos remite al sueño de la llamada clase media de nuestro tiempo: casas de dos planas, jardín con piscina (prefabricada), fiestas de cumpleaños, barbacoas, cenas en la terraza trasera… Pero esa apariencia de felicidad y comunidad bien avenida esconde numerosos monstruos. El sueño de prosperidad se vendrá abajo cuando los adultos descubren que los niños están construyendo una bomba para hacer que todo salte por los aires.
Con estas premisas, los hermanos D’Innocenzo han construido un relato que tiene tintes de un retorcido cuento de los hermanos Grimm. Al comienzo de la narración, la voz de uno de los protagonistas de esta historia nos introduce en este peculiar espacio. Desde el primer momento, lo que parecía un lugar idílico, descubre un entorno psicológico de pesadilla. Fabio y Damiano D’Innocenzo usan estos elementos narrativos para hacer una corrosiva crítica a la sociedad contemporánea y, muy especialmente, a los códigos de conducta y las ambiciones impuestas por las formas de consumo actuales. En la superficie, los vecinos de esta comunidad muestran entre ellos una aparente cordialidad, pero enseguida surgen las diferencias, sostenidas por la envidia y una mezquina competencia que les empuja a estar vigilándose constantemente los unos a los otros, una vía de escape que esconde su absoluta mediocridad ante la vida.
Como hiciera Matteo Garrone en Reality, los hermanos D’Innocenzo ponen la mirada en aquello que, con demasiada frecuencia, queda lejos de la atención del cine contemporáneo y que apunta a las capas más populares de la sociedad. Un contexto que hace gala de su gusto por lo feo, lo kitsch; en definitiva, de todo aquello que surge moral y estéticamente de la televisión de consumo masivo, los anuncios del Media Markt y la propaganda de las grandes agencias de viajes. Todo al alcance de la mano, pero vacío por dentro. En este entorno social, la familia se presenta como el principal eje vertebrador. Una familia que se esfuerza por mantener las apariencias, pero que, por dentro, está corroída. Desde el exterior, todo parece perfecto: papá, mamá y la pareja, niño y niña. En el interior, es diferente. Papá deja escapar su frustración y su incapacidad para educar a los hijos y construir una convivencia sana con una violencia que apenas logra contener a pesar de que, en el fondo, es un cobarde que no puede afrontar los problemas cuando estos se presentan. Incomprensiblemente, mamá le sigue el juego. Y, en medio de los delirantes comportamientos de sus mayores, encontramos a los niños, víctimas de una guerra cuyas causas no comprenden, mientras se les escapa la inocencia de la infancia, los juegos, el natural descubrimiento de la sexualidad, todo sepultado por capas y capas de miedo. Las consecuencias de todo ello no deben extrañar a nadie. Sin embargo, cuando estas saltan a las noticias de la televisión, todo el mundo se alarma, sorprendido.
En una primera visión, el mundo que nos muestran los hermanos D’Innocenzo nos puede parecer una recreación hipertrofiada de la realidad. Esto no puede estar pasando, nos diremos. Todo aquí parece exagerado y a ello colabora una cámara que funciona como una enorme lente de aumento que, si bien fija el objeto de su estudio, también distorsiona los bordes o límites de aquello que nos muestra. Pero una reflexión más meditada quizá nos haga ver las cosas de otra manera. Fabio y Damiano D’Innocenzo miran allí donde no queremos ver, extraen lo que queda oculto, aquello que todos escondemos, simplemente porque, en el devenir de la vida cotidiana, no somos conscientes de ello. Y lo que surge es una violencia que lo impregna todo. Violencia contra los otros, nuestros vecinos, violencia contra la frustración que, en el fondo, nos provoca aquello que decimos anhelar, violencia ante las inseguridades que nos ofrece el mundo moderno y, finalmente, violencia contra nosotros mismos y aquello que más amamos. G.LEÓN