Día 3. Si Sympathy for the devil y Fatwa nos llevaban al problema de la guerra en Sarajevo y el islamismo radical en Túnez, la tercera cinta de la sección oficial proyectada ante público y prensa de La Mostra nos conducía, en el día de ayer, a otro conflicto: la guerra de Siria. O sería más correcto decir, los prolegómenos de la guerra civil que ahora asola el país provocando una dura diáspora de millones de exiliados hacia el exterior. The day I lost my shadow nos sitúa al comienzo del año 2011. Los frecuentes cortes de energía hacen la vida muy complicada para los habitantes de la ciudad y la dificultad de proveerse de los recursos más básicos, obliga a la población a desarrollar su ingenio para sobrevivir. En este contexto, una mujer emprende un viaje para conseguir el gas que necesita para prepararle la comida a su hijo. Junto a ella viajan dos hermanos implicaos en la lucha contra el gobierno. En este viaje, la mujer descubrirá que, tanto al hombre como a otros personajes que se encontrará en su camino, les falta su sombra. Son las consecuencias de la guerra.
Soudade Kaadan, directora de este singular proyecto construye con estos elementos un relato que trata de alejarse de las cifras, las causas políticas y los raquíticos análisis de los telediarios para centrarse en los individuos particulares. “Quería reflejar mis opiniones sobre el conflicto, pero no quería analizar el contexto sociopolítico, lo que quería era reflejar lo que supone para la vida de los ciudadanos este momento de cambio hacia la dictadura”, comentaba tras la proyección. “Cuando empecé a escribir el guion, me preguntaba cómo expresar lo que siente uno cuando está envuelto en una guerra. Tenía muchas imágenes de Siria, pero buscaba una manera de plasmarlo que no fuera directa. Entonces empecé a mirar distintas imágenes y películas, y esa investigación me llevó hasta las imágenes de Hiroshima tras la explosión de la bomba, después de que la zona hubiera quedado devastada y solo quedaran sombras de la gente. Me gustó esta metáfora, que traté de incorporar para demostrar la realidad de vivir una vida sin sombra”.
La idea de este proyecto arranca con el repentino interés por el conflicto sirio por parte de los medios de comunicación occidentales. Tras un silencio inicial, las cadenas internacionales y activistas centran su foco en el problema. Para Kaadan, exiliada en el Líbano, esta repentina explosión de información supuso una sorpresa al ver su país retratado en resúmenes de cinco minutos que, sin embargo, parecían alejarse de los verdaderos afectados por la situación. “Lo que me llamó la atención fue cómo estas imágenes trataban la cuestión sin mostrar rostros humanos. Entonces pensé que quería reducirlo todo a una historia muy sencilla sobre personas, para que cualquiera que viera la película sintiera una conexión con el hecho de ser una persona de clase trabajadora tratando de ir a por gas, que trata de superar el día a día. Lo que buscaba era que el público pudiera sentir este dolor, esa sensación de pérdida y se vieran vinculados con la tragedia.”
En ese intento de recreación de esa cotidianeidad, la película de Kaadan se mueve entre el realismo y un estado de ensoñación al que somete a sus personajes. Al fin y al cabo, como dice su protagonista, la guerra es como un mal sueño que no tiene fin. Ese estado de confusión, similar al que sentimos cuando soñamos, marca la estructura de una película que no siempre trata de despejar todas las dudas de lo que está sucediendo. Tiempo y espacio se vuelven, así, elementos casi inasibles para un espectador que, en ocasiones, no sabe muy bien dónde se encuentra o a dónde va ni la motivación última, precisa, de eso que está sucediendo. “Durante la escritura del guion el relato era algo más lineal desde el punto de vista narrativo, pero al hacer la edición quise quitar ciertos elementos para que no hubiera una sucesión tan clara de la historia”, comentaba la directora. “Se trataba de ir mostrando algunos momentos, de forma que no supiéramos si lo que sucedía era realidad, sueños o los miedos que sufre el personaje principal”.
La gestación de The day I lost my shadow se corresponde con un largo proceso de trabajo que comienza con el guion, en el caso de Soudade Kaadan, quizá la parte del desarrollo de una película que encuentra más complicada. “Escribir un guion es lo más difícil. Yo prefiero dirigir. En mi caso, me baso en una imagen, y esto es lo que me lleva al guion. No empiezo a escribir hasta que tengo desarrollada la idea y este proceso me puede llevar un año. En este caso, tenía la imagen de la sombra, también de la búsqueda de la bombona de gas, etc. Esta forma de trabajar es algo que comparte un corto que presenté en Sundance que contaba lo que supone ser sirio en el exilio. En este corto la imagen era un coche rojo y, de nuevo, tenemos un árbol, una sombra… Ahora estoy trabajando en una historia en el que una casa se convierte en una tienda de campaña que no tiene paredes.”
Pero la redacción del libreto fue solo el primer paso en la larga carrera para llevar a buen puerto una producción radicalmente independiente, tanto en su concepción, sus intenciones, como en el resultado que aparece en pantalla. “Ha sido una experiencia muy difícil hacer una película en Siria, especialmente si vives en el exilio, como es mi caso. Me costó siete años concluir el proyecto. Es muy difícil porque cuando uno pierde el país pierde al público, pierde el sistema público de financiación y empiezas desde cero. Además, yo no quería hacerlo como la típica producción comercial europea, sino que quería hacerlo de una manera más personal en la que yo expresara lo que quería decir sobre la guerra”. En colaboración con su hermana, que asumiría las labores de producción, Kaadan se vio embarcada en un proceso muy complicado en el que reconoce que cometió muchos errores, pero sin el cual no habría obtenido el resultado que deseaba y que ella encuentra perfectamente imbricado con el mensaje o reflexión a la que nos invita su película. “El proceso de realización de esta película también refleja lo que significa ser sirio. Es muy difícil filmar en Siria, especialmente porque la mayoría de actores están en el exilio. En el caso de la actriz principal no recibió el visado hasta el día antes de empezar a rodar. Incluso el montaje lo hicimos en mi casa porque no teníamos suficiente dinero para alquilar un estudio. Fue muy agradable, pero sé que nunca más me gustaría volver a trabajar así”.
De Siria a la Grecia contemporánea, del cine con tintes políticos, al género negro. Es lo que nos ofrece The miracle of the Sargasso sea, cinta dirigida por Syllas Tzoumerkas, y presentada en Sección Oficial por su actriz principal, Angeliki Papoulia, rostro conocido por el público tras haber colaborado en cintas como Alps de Yorgos Lanthimos, entre otros trabajos. Papoulia es Elisabeth, una policía que, tras ser amenazada por un grupo terrorista, tiene que salir de Atenas para abrazar un destino en una pequeña población costera como jefe de la policía local. Diez años después, Elisabeth vive junto a su hijo, ahora adolescente, hundida emocionalmente entre unos compañeros a los que desprecia y frente a los cuales debe mostrar su autoridad, y una oligarquía de poder local que pronto enseñará su decadente estilo de vida. Mientras, Rita, una mujer que trabaja en una fábrica de anguilas, trata de escapar de ese mundo claustrofóbico en el que ambas conviven.
De eso precisamente, de interpretación, es lo que vino a hablarnos Angeliki Papoulia tras la proyección de la que ha sido su segunda colaboración con Tzoumerkas. De actuación y de construcción de personajes, tema obligado cuando nos enfrentamos en la pantalla a las vicisitudes de un personaje tan peculiar como Elisabeth. La propuesta del director griego trata de explorar los códigos del género negro, tanto en la construcción de un relato en el que la acción y la consecución de los sucesos dramáticos queda por momentos en un segundo plano, para centrarse especialmente en los conflictos individuales. Una cinta, en palabras de Papoulia, muy física. “Empezamos intentando trabajar la fisicidad del personaje. Por ejemplo, la manera que tenía de andar. Ese fue el primer elemento que trabajamos. Y cuando ya tuvimos esa manera de caminar, la manera en la que se comportaba el cuerpo, entonces empezamos a trabajar su complejidad, porque el personaje está lleno de contradicciones, tiene muchas capas”, comentaba la actriz tras el pase de la cinta en los cines Babel, sede del certamen. “El personaje de Elisabeth tiene muchas cualidades, y la mayor dificultad fue cómo equilibrar todas esas cualidades, su carácter agresivo, su carácter vulnerable, la forma tan ruda que tiene de hablar a los demás y, al mismo tiempo, su manera de ser ruda con ella misma”.
Es, precisamente, ese trabajo de progresiva codificación de personajes donde encontramos la apuesta más sólida de la propuesta de Syllas Tzoumerkas, un elemento que acaba impregnando toda la cinta. “No me gusta cuando los directores acotan al personaje. Eso no me inspira. Con los directores trato de buscar la esencia del personaje, lo que les motiva, ver contra quién están luchando, contra quienes se opone, ver por qué hacen lo que están haciendo. Es decir, me centro en cosas que tienen más que ver con la energía, con la acción. Se podría hacer un paralelismo con la música. Tenemos, por un lado, la partitura, pero luego hay que saber interpretarla”, comenta la actriz. Para Angeliki Papoulia el proceso de construcción del personaje tiene que ver con energías que poco a poco van fluyendo dentro de ella. “No soy una actriz del método. No sabría muy bien cómo lo hago, pero no es el método. Yo trato de buscar un espacio en el que sumergirme, un espacio que es el tiempo, la época o la realidad del personaje, y eso es lo que intento hacer, sumergirme en esta realidad. Trato de no pensar mucho y entrar en la energía del personaje y aunque no puedo entender algo con mi cerebro o con mi lado racional, intento interpretarlo a través de la energía de mi cuerpo. Trato de combinar mi cerebro, mi estado sentimental, la energía de mi cuerpo y mi espíritu, e intento que esos cuatro elementos combinados estén alineados. Esa es mi forma de abordar el personaje:”
Concebida, en palabras de la propia Papoulia como un thriller metafisíco, The miracle of the Sargasso sea comparte con The day I lost my shadow un cierto estado de ensoñación próximo al éxtasis místico en el que el director griego sumerge a los personajes. De esta forma, mientas se resuelve la trama, una serie de imágenes religiosas asaltan a las dos protagonistas del relato. “Esas imágenes religiosas son muy importantes para la película. Para mí tiene que ver con la forma en la que se relacionan estas dos mujeres. Las dos mujeres comparten el mismo espacio de ensoñación y, de alguna forma, ellas se encuentran en él con estos sueños religiosos. Para la película es un elemento muy importante porque este espacio de sueños es un espacio para ellas para vivir. Ellas viven en ese espacio, a ellas les gustaría vivir ahí y les ayuda en el sentido de que las libera de la realidad de su día a día. Es un espacio milagroso en el que todos podríamos acceder si lo intentáramos.”
En un mundo gobernado por hombres, Elisabeth tendrá que sobrevivir. Un mundo que apela a la sociedad griega contemporánea. “Grecia es un país todavía muy patriarcal, así que era muy familiar para mí el hecho de cómo una mujer lucha contra ese patriarcado y trata de vivir con dignidad. No es fácil vivir así. Lo bueno para ella es que lo sabe. Ella es, de alguna manera, derrotada, por eso es enviada a esta pequeña localidad donde vive durante diez años y en la que se siente atrapada. En cualquier caso, ella encontrará su propia manera de escapar”. G.LEÓN