HASTA EL DOMINGO 16/2
IVAM. Guillem de Castro, 118
Ignacio Pinazo plasmó el carácter dinámico de la realidad antes que otros pintores que se llevaron la fama mundial. Con pinceladas y empastes de color muy sueltos llegó al impresionismo, pero sin mirar al movimiento francés, fruto de una evolución personal que más bien bebió de Goya y de Fortuny. Así le allanó el camino a un Joaquín Sorolla que acabaría erigiéndose como EL pintor valenciano por excelencia, pero lo cierto es que, veinte años antes, Pinazo ya lo había hecho todo: pintar chozas de pescadores, tartanas y animales sueltos por la playa, desestructurar las superficies y darle protagonismo a la mancha. A través del aspecto inacabado de sus formas quiso decirnos que el tiempo altera el curso de las cosas. Pinazo fijó la temporalidad de las manifestaciones más populares en obras fugaces, evocadoras y sintéticas que, sobre todo entonces, parecían estar inacabadas. La colección donada por la familia de Pinazo al IVAM en 1986 fue una de las piedras fundacionales de un museo que hoy tiene la obligación moral de exponerla y reivindicarla, por eso nos llega Pinazo: identidades, centrada en la representación de las personas en su dimensión individual y colectiva. En el apartado Reconocimientos cuelgan autorretratos, retratos por encargo a desconocidos y de familiares y amigos; Anonimatos se centra en las tradiciones, los actos religiosos y las escenas de fiesta; y en Ausencias tenemos paisajes rurales de l’Horta Nord, espacios urbanos y lugares habitados donde las personas ya no están. Una revisión más de la obra de un pintor que le abrió la puerta al impresionismo en València. AU