Eduardo Arroyo

HASTA EL DOMINGO 1/9
F. BANCAJA. Pl. Tetuán, 23

Eduardo Arroyo era un buen dibujante, pero sus cuadros no son un derroche de técnica (siempre subordinada al relato), sino de imaginación y de denuncia política. La Fundación Bancaja reúne obra producida por el artista madrileño entre los años sesenta y 2018 (año de su muerte) para dar buena cuenta de sus inquietudes sociales y políticas, su fuerte oposición a la dictadura franquista, su exilio forzado a Francia y su pasión por el cine (negro), la historia, la música y la literatura, donde sobresale la figura de Oscar Wilde. Sutil y ácido al tiempo que explícito en sus posturas políticas, Arroyo desarrolló una iconografía muy singular marcada por boxeadores, deshollinadores, toreros, calaveras, flamencas y moscas dentro de cuadros narrativos y enigmáticos de gran formato. Hechos con colores planos y vivos (abunda el amarillo), sin profundidad y encuadres típicos del cine o el cómic que lo acercan al arte pop, aunque él nunca se sintió pop. Lo suyo se enmarca dentro de la Nueva figuración que preconizaba una vuelta a la pintura figurativa tras años de arte dominado por la abstracción. Él mira al pasado (Goya, Velázquez…) para crear su propio presente. Para muestra, los 21 dibujos que recrean los paneles del Cordero místico de los hermanos Van Eyck —por primera vez en València— donde Adán y Eva van vestidos como hombres y mujeres actuales (aunque se siguen tapando con la hora de parra), los donantes se convierten en Ciudadano Kane y Peggy Guggenheim; el cordero en moscas (seña de identidad del artista); los santos juanes en Van Gogh y Oscar Wilde; y los jueces y caballeros de la parte baja del retablo en dictadores como Mobutu, Pinochet y, por supuesto, Franco. La crítica al franquismo es una constante en la exposición, supura en el cuadro Diferentes tipos de bigote reaccionario español o varios aspectos del Sindicato de Actividades diversas (ojo a la ironía de sus títulos) donde se ríe de la estética masculina y autoritaria de la posguerra franquista, en el retrato de la mujer de un minero llamada Tina a la que le raparon el pelo varias veces por rebelarse contra el fascismo (Sama de Langreo), o en el enano bufón con bigotes puntiagudos personificando su critica a los artistas que se quedaron en España bailándole el agua a la dictadura (Retrato del enano y el bufón de la corte). Él tuvo que exiliarse y plasmó esta realidad impuesta que marcó su vida en el cuadro El regreso del exilio, expuesto en esta muestra —la primera tras su muerte en 2018— que se cierra con El buque fantasma inspirada en la ópera El holandés errante de Richard Wagner. Franquismo, exilio e inquietudes culturales desde la perspectiva de un artista autodidacta y multidisciplinar que nos legó su biografía en pinturas, esculturas, dibujos y collages irónicos y enigmáticos. S.M.

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