HASTA EL DOMINGO 10/9
IVAM. Guillem de Castro, 118
Finiquitada la capitalidad mundial del diseño en Valencia, el IVAM sigue empeñado en resaltar las bondades del diseño de aquí y de allá. El año pasado nos trajo la obra de dos figuras destacadas de la Bauhaus como Anni y Josef Albers, y recuperó la esfera gráfica de aquella Ruta del Bacalao que convirtió la carretera de Saler en sede de la contracultura valenciana. Aquella muestra titulada Ruta gráfica. El diseño del sonido Valencia incluyó el mítico logo de la discoteca ACTV que se vuelve a colar en esta exposición por llevar la firma de La Nave, un colectivo valenciano que desde su nave de 400 metros cuadrados de la calle San Vicente (de ahí su nombre) se convirtió en referente del diseño en sus escasos siente años de vida a finales de los ochenta, años en los que la relación entre industria y diseño se empezaba a consolidar en España. La Nave 1984-1991 recoge algunos de los trabajos más importantes diseñados por este grupo heterogéneo, horizontal y anárquico que tuvo entre sus filas a tres Premios Nacionales de diseño aún en activo: Dani Nebot (1995), Nacho Lavernia (2012) y Marisa Gallén (2019). Fueron once creativos que abrazaron la colaboración, el aperturismo estético y las corrientes europeas del momento para configurar imágenes, aún hoy, modernas que entraron a formar parte de nuestro paisaje cotidiano. Hablamos de los logos de la EMT, el Jardí Botànic, Ferrocarrils de la Generalitat y la Generalitat Valenciana, entre muchos otros. O de la portada del disco Nitroglicerina de Seguridad Social firmada por Paco Bascuñán, los hinchables de Gallén, los carteles turísticos de la AP-7, la fuente afrodita y el banco Alameda que poblaban los parques de los que jugábamos en los noventa, y bañadores, alpargatas, lámparas, bolígrafos, jarrones… La pega de la exposición es que no hay obra original y la justificación dada es que en aquella época, hace casi cuarenta años, se diseñaba sobre papel con Rotring, escuadra, cartabón y tiralíneas, por lo que mucho material no se ha conservado. Así que reinan grandes impresiones con los logos más emblemáticos limpios de polvo y paja.
Los comisarios, Nebot y Lavernia, explicaron en rueda de prensa que en aquellos años estaba todo por hacer para dejar atrás la grisura del franquismo. Salvando honrosas excepciones como las de Martínez Medina dentro del sector del mueble, la industria se había dedicado a copiar o a explotar licencias extranjeras hasta que se vio obligada a ofrecer algo más que precios baratos para competir en los mercados europeos. Se había asentado la estética posmodernista que quería superar los rígidos principios del Modern Style sintetizados en el rechazo al ornamento y la máxima de que la forma sigue a la función. Había ilusión por llegar a estar a la altura internacional y se desataron el atrevimiento y la creatividad. Según Lavernia, los clientes de entonces eran mucho más valientes que ahora y los creativos trabajaban con más libertad porque el márquetin no tenía tanto peso sobre el diseño como lo tiene ahora. El resultado es que hoy abunda la mirada cortoplacista y la falta de ambición que seca el talento en proyectos que ni fu ni fa, como el de la renovación de la plaza de la Reina. Un ecosistema que en su “no está mal” resulta mediocre porque alumbra pocos proyectos excelentes, solo alcanzables cuando se empujan los límites para colocarlos en el filo que separa el fracaso de lo sublime. S.M.