Decision to leave & Babylon

QUÉ DECIR DE...

Decision to leave
Park Chan-wook · Corea del Sur · 2022 · Guion: Jeong Seo-Gyeong y Park Chan-wook · Intérpretes: Tang Wei, Park Hae-Il, Go Kyung-pyo…

Babylon
Director: Damien Chazelle · USA · 2022 · Guion: Damien Chazelle · Intérpretes: Margot Robbie, Brad Pitt, Diego Calva…

Un hombre yace muerto a la falda de una montaña. Tras el aviso, llega la policía y estudia la situación. El caso parece claro: un accidente deportivo, quizá un suicidio. Siguiendo el protocolo, el inspector al cargo de la investigación ordena localizar a la mujer del fallecido para que reconozca el cuerpo. En principio, el proceso solo es un mero trámite. Pero hay en la viuda un algo, un misterio, que llama la atención del policía. Surge entre ellos una fuerte atracción. Pero, tras el consabido interrogatorio y según vamos siguiendo las pistas, surge una duda: quizá haya sido un asesinato.

En Decision to leave, el realizador coreano Park Chan-wook logra, con notable éxito, la enésima vuelta de tuerca a los códigos del thriller. Cabe señalar, en una primera línea de ataque, cómo el realizador, también co-guionista del libreto, dobla los estereotipos sociales para, respetando los márgenes impuestos por la tradición del género, ofrecer una visión nueva de los mismos. Así, encontraremos unos personajes que, cumpliendo con su función tradicional en la trama, se nos presentan completamente renovados. Tenemos, por un lado, al clásico policía obsesionado con su noble visión de la justicia. En el otro, la también clásica femme fatal que lo conducirá por el camino de la perdición. Ahora bien, en manos de Park Chan-wook, ambos personajes cambian sus roles dentro de la relación de pareja en un divertido juego con el espectador contemporáneo. Rápidamente nos viene a la memoria clásicos como El halcón Maltés de John Huston. Pero aquí el investigador deja su papel de tipo duro para convertirse en un hombre casado de costumbres ordenadas y pendiente del cuidado de su aspecto, mientras ella es la que parece que desafía a las convenciones de la sociedad.

Decision to Leave.

Este juego irónico marca buena parte de la propuesta de Park Chan-wook que retoza todo el tiempo con el humor como principal soporte de una trama que, con otros condimentos, resultaría menos atractiva. En ese sentido, llama nuestra atención la escena en la que la pareja celebra el reconocimiento de su mutuo deseo mientras bajan una escalinata bajo la lluvia, tras visitar un templo en el que ambos han expuesto sus intenciones. En un momento dado, ambos se miran cara a cara. Ella inspecciona los bolsillos de la clásica gabardina del detective. Allí encuentra una crema de labios con la que perfila la boca de su ya amante. La escena es tierna y cómica, al mismo tiempo. La pulcritud del hombre muestra su aparente indefensión emocional y contrasta con el carácter distante, seguro de sí, casi frío, de ella. Luego, la pareja disfruta de una velada íntima en casa de la mujer. Él cocina la cena, mientras ella fuma un cigarrillo tras otro. Y así.

Pero será en el plano formal donde esta película muestra sus mejores bazas. De nuevo nos enfrentamos a un argumento convencional, pero las dinámicas en el montaje que impone el director coreano nos inducen a una danza de imágenes francamente fascinante. Destaca con gran potencia el uso del flash-back, recurso siempre molesto, por reiterativo, en la narrativa contemporánea, pero que aquí cobra una dimensión diferente. Park Chan-wook juega con el tiempo, presente y pasado, para llevar al espectador por nuevas sensaciones. Así, el inspector reproduce en su cabeza algunos de los sucesos del caso que está investigando. Sin embargo, vemos que él mismo se encuentra en la misma escena de los hechos. En un primer momento, nos resulta extraño, pues sabemos que el personaje no estaba presente cuando ocurrió lo que nos relata. Sin embargo, esa presencia, como un testigo imposible, casi un fantasma, nos lleva a un nuevo nivel dramático, pues no solo se trata de discernir qué pudo suceder, sino de qué manera aquello que el inspector ha descubierto lo implica emocionalmente.

De esta forma, Park Chan-wook logra articular una correlación entre escenas de un ritmo abrumador. Y esta es la mayor potencialidad que exhibe la película. Decision to leave es un trabajo que se presenta como un laberinto, fácil de seguir y comprender, pero que, a poco que intentemos trazar las bases de su estructura, exhibe una arquitectura compleja, difícil de abarcar con un solo visionado. Un rompecabezas compuesto de piezas que van saltando de un momento a otro de la narración, estableciendo relaciones simbólicas y argumentales que van dialogando entre sí a lo largo del metraje. Un baile de imágenes que son puro deleite cinético.

¿Y de qué nos habla esta película? Pues de lo de siempre: del amor. Pero también de cómo ese amor se labra sobre la base de un sujeto, un otro, al que entregamos nuestro corazón de forma confiada. Amor es entrega incondicional. Pero, ¿qué sabemos del otro? ¿Lo conocemos? La desconfianza, la sospecha pronto mostrarán la peor cara del alma humana. Una dura prueba de carácter, viene a decirnos el coreano, en la que, con frecuencia, fallamos. En medio, pondremos a prueba nuestro sentido de la justicia. Nada es blanco y negro. Todo son zonas de grises. Cuidado.

El éxito comercial, unido a la apreciación de la crítica es el camino de ascenso de una carrera cinematográfica para poder abordar cada vez trabajos más grandes, tanto en lo que se refiere a su libertad artística como de presupuesto. A lo largo de los años, hemos visto como las filmografías de ciertos directores crecían de acuerdo con estos ejes. Ahí están, por ejemplo, los casos de Alejandro González Iñárritu o Alfonso Cuarón. Su reconocimiento internacional parece que les ha otorgado carta blanca para afrontar sus futuros proyectos. Estrellas de todos los continentes se unen a ellos siguiendo la estela de ese reconocimiento. Es también el caso del norteamericano Damien Chazelle. Tras el inesperado éxito de Whiplash, su segundo largometraje, Chazelle parece haber contado con el beneplácito de la industria para dar los siguientes pasos. Ahora bien, ese cheque en blanco no siempre se corresponde con la calidad final del producto.

Babylon, su última producción, comienza de manera abrumadora. Un hombre espera en mitad de una desolada carretera la entrega de un encargo inusual. Se trata de un elefante. Estamos al final de la década de los años veinte del pasado siglo, en algún lugar apartado en los alrededores de la ciudad de Los Ángeles. El paquidermo será la máxima atracción de una fiesta organizada por uno de los grandes magnates de la industria de Hollywood. Allí se darán cita todos aquellos que son o aspiran a ser algo dentro de la fábrica de sueños. Si no entras por la puerta estás fuera del negocio. Dos advenedizos logran, sin embargo, traspasar la barrera: Manny Torres o Manuel Torres, un joven de origen mejicano que trabaja como chico para todo para un productor, y Nellie LaRoy, una chica sin oficio que aspira al estrellato. Tras los muros de la mansión, tiene lugar la celebración del exceso. Ahí encontrarán ambos su oportunidad.

Babylon nos ofrece lo mejor, así como, quizá, lo menos atractivo (para quien suscribe esta crónica) del cine de Damien Chazelle. Entre lo mejor se encuentra un guion muy bien trazado, que, a pesar de ciertos tropiezos que comentaremos, no deja un cabo suelto por atar. Texto de estructura clásica con el que Chazelle recupera la solidez de trabajos como Whiplash, logrando superar algunas de las fisuras que dejaba abiertas en la menos coherente La, la, land. En este sentido, resulta reseñable la construcción de un grupo de personajes que recorren su propio arco dramático sin dejar un solo hueco, logrando un inteligente y ajustado equilibrio entre protagonistas y figuras secundarias. Todo aquí está orquestado con mucho cuidado y cariño. Y no era tarea fácil, dado el amplio número de personajes que intervienen en la trama.

Pero donde Damien Chazelle demuestra todas sus habilidades es en el aspecto visual. A pesar de sus tres horas de duración, Chazelle consigue articular un espectáculo ágil que no decae en ningún momento, gracias, entre otras cosas, a su virtuosismo con el montaje. Ya en la primera secuencia, el realizador norteamericano despliega todas sus capacidades, especialmente para el montaje paralelo de escenas. Una vez han entrado en la fiesta, Manny y Nellie toman caminos diferentes. Chazelle sigue a sus personajes sin que decaiga el ritmo ni el interés por ambas sub-tramas. Esta estrategia será la guía en el resto de la película. No menos apabullante es la capacidad del estadounidense para la puesta en escena. Chazelle maneja los planos de masas con gran destreza, con frecuencia en largas tomas de un solo plano, convirtiendo su película por momentos en un espectáculo de abrumador derroche de recursos humanos y de diseño de arte, lo que hace que valga la pena el precio de la entrada de cine.

Ayuda enormemente a sostener el andamiaje de semejante atrevimiento el empleo de la música. Con la excusa del contexto histórico en el que se sitúa la cinta, Chazelle vuelve a hacer un sentido homenaje al jazz, convirtiéndose, de paso, en un ya consagrado renovador de los códigos del género musical. Perfectamente trabadas en el argumento, las secuencias musicales articulan la estructura de la trama sin que lleguen a percibirse como una interrupción (cosa que sí sucedía con La, la, land). Un inesperado sentido del humor nos adereza la fórmula. Humor físico en muchas ocasiones, no por casualidad nos encontramos en plena época del cine mudo. Inolvidable, en este sentido, la escena en la que Jack Conrad, un galán de éxito del momento, interpretado por Brad Pitt, se dirige al set de una de las escenas de la película que está rodando. Una planificación brillante.

Babylon aspira sobre todo a ser un crudo retrato del Hollywood de las primeras décadas del siglo XX. En el camino, queda expuesta su corrupción, animada por el derroche de dinero, la fragilidad del sistema de estrellas y de la fama, especialmente para los actores, finalmente, meras marionetas en manos de un negocio despiadado que solo se sirve de ellos de acuerdo a los gustos de cada momento. Cambian las modas, cambian los gustos y cambian los rostros que los representan. Atrás queda una estela de sueños rotos, de ambiciones imposibles, de vidas truncadas por el brillo del éxito fácil y las revistas de papel couché. Chazelle denuncia, además, el racismo de una industria que acepta a las minorías en tanto estas le sirven como atractivo, pero que no son más que un condimento más de un gran mercado sin escrúpulos. Y en medio de todo, la imposibilidad del amor en un mundo decadente donde el camino hacia la fama está lleno de tentaciones.

Damien Chazelle hace en Babylon un sentido homenaje al cine. A sus bajezas, pero también como muestra de amor hacia un arte que ha marcado el imaginario colectivo de todo el siglo pasado. Cine dentro del cine. De lo que ha sido, de lo que sería a lo largo de las décadas posteriores. En una de las escenas finales, Manny, ya alejado de todo aquello, entra en una sala de cine. Chazelle dibuja su particular secuencia final de Una odisea del espacio, al modo de Stanley Kubrick. Tampoco es gratuita la referencia constante a Cantando bajo la lluvia, la obra maestra de Stanley Donen, bien como sentido homenaje o reconocimiento, bien para desafiarla o como una propuesta de dialogo con ella. Todo lo que en la cinta de Donen es brillo y color, en la obra de Chazelle es oscuridad. Y sin embargo, la fuerza del cine perdura. Su magia, su capacidad para atraer a público de toda condición social por encima de otras artes. Chazelle se descubre defensor de un lenguaje popular que se dirige al ciudadano medio, frente a aquellos que lo desprecian y lo miran por encima del hombro.

Babylon

A pesar de todo, le pesan a esta Babylon algunas de las características del cine de su autor. Decíamos antes que la cinta contiene unos personajes bien trazados, pero estos funcionan más en tanto que arquetipos que como personajes originales. Esto ya sucedía en trabajos como la mencionada Whiplash. Si allí recurría a la fórmula del profesor duro e irracional frente al alumno sumiso, o en La, la, land a personajes que nos remitían a Gene Kelly o una Debbie Reynolds remozados, aquí sucede otro tanto. Destacábamos también la habilidad de Chazelle para resolver problemas de una trama larga y con muchos elementos. Sin embargo, a pesar de sus virtudes, a su cámara le falta un punto de vista realmente propio. Todo parece demasiado milimetrado, demasiado correcto, demasiado coreografiado. Fijémonos en la primera escena de la película. Cuando Manny entra en la mansión, la cámara lo supera para asomarse a una balconada que nos descubre una enorme sala de fiestas donde cientos de cuerpos retozan en una orgía frenética. Recordamos en ese momento algunas escenas de El lobo de Wall Street de Martin Scorsese. En la cinta de Chazelle todo nos resulta demasiado orquestado, restando algo de aparente espontaneidad al espectáculo. GERARDO LEÓN

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