Título original: Touch me not · Adina Pintilie · Rumania · 2018 · Guion: Adina Pintilie· Intérpretes: Laura Benson, Tómas Lemarquis, Hermann Mueller, Christian Bayerlein.
Cuando el primer trabajo largo de la directora rumana Adina Pintilie se estrenó en el Festival de Berlín del año pasado, la crítica de la prensa generalista de nuestro país no lo recibió con buenos ojos. En general, encontraron en la película un ejercicio vacío y pretencioso. Y aunque es verdad que este experimento puede, desde cierta perspectiva, cometer algún exceso, no deja de ser menos cierto que contiene muchos caminos, podríamos decir intuiciones, que no conviene desdeñar alegremente sin caer en esa misma banalidad que, con tanta vehemencia, le criticaron a su autora. El largo espacio de tiempo que ha pasado desde aquel lejano estreno en el festival alemán hasta su aterrizaje en salas comerciales, podría ser la prueba de la ambigüedad que suscita una pieza como ésta para la propia industria cinematográfica.
Hablar aquí de argumento sería ya cometer un grave error. Tanto es así, que las propias notas promocionales de la película se ahorran hacer referencia directa a ello. Solo hay apuntes de lo que sucede, pero no veremos el desarrollo de algo que se parezca a una trama. En Touch me not encontramos a una mujer madura, Laura, que tiene problemas para tener contacto físico con otras personas (de ahí el título de la cinta, algo así como “No me toques”). Mientras explora con encuentros esporádicos la causa de esta aparente patología, Laura visita una especie de centro de terapias donde personas con distintas anomalías físicas se reúnen a fin de superar sus aversiones y encarrilar sus vidas. Allí conoceremos a Tomas, un joven con fuertes conflictos afectivos, y Christian, otro hombre afectado por una atrofia que tiene paralizado casi todo su cuerpo. Entre lo que ve en el centro y aquello que experimenta en esos encuentros fortuitos con desconocidos en su propia casa, Laura tratará de superar esa hostilidad que siente al contacto con los demás. Hostilidad que, descubriremos, no es más que hostilidad contra sí misma, contra su propio cuerpo. Mientras, la propia directora de esta película toma nota de todo con su cámara.
Adina Pintilie afronta este trabajo como una especie de exploración personal en la que expone, en primer término, sus propias dudas y aprensiones. Así arranca esta obra. En una voz en off que nos sirve como introducción e invitación a su trabajo, la propia Pintilie nos remite a su juventud, cuando tenía veinte años y creía que lo sabía todo sobre el amor y las relaciones íntimas. Pasado el tiempo, a sus casi cuarenta, la experiencia le ha ido enseñando que aquellas impresiones estaban equivocadas. La vida era algo más rico y complejo de lo que ella había especulado y quiere saber más. Así, una de las primeras imágenes que aparece en pantalla es, precisamente, la suya. Un cámara pone delante del objetivo un cristal a modo de telepronter. En el cristal queda reflejado el busto de la directora que entrevista a la que será su actriz y, al mismo tiempo, su personaje principal. Este ponerse en primer término fue uno de los puntos sobre los que se cebaron aquellas primeras críticas a esta película. Pero si bien podríamos valorar esta imagen como una muestra de innecesario narcisismo, desde otro punto de vista podría entenderse igualmente como una demostración de modestia por parte de la autora que, de esta forma, se coloca como primera damnificada de esa dura prueba a la que va a someter al público.
Touch me not es una película que ataca, en primer término, a nuestros sentidos. Sentidos que son la antesala de los prejuicios que tenemos en nuestra cabeza y que constituyen la esencia de nuestros tabúes. La vista queda atrapada desde los primeros compases de la narración. En una de las primeras secuencias, Tomas y Christian participan de un ejercicio en el que el primero debe explorar con las manos el rostro de su compañero de terapia. La visión del rostro y el cuerpo deformes de Christian nos pilla con la guardia baja y, por un momento, sentimos el mismo rechazo que Tomas que, aunque realiza el ejercicio, siente la tentación de retraerse, como el mismo explicará. De este modo, sin paños calientes, Adina Pintilie pone al espectador ante su propia aceptación de lo grotesco y, con ello, confronta su percepción de lo normal. Encerrados en la oscura sala del cine, el espectador no puede por menos que mirar lo que tiene delante, una imagen que le incomoda (y es curioso certificar aquí las reacciones físicas que provocan estas imágenes en la platea), pero de la que no puede abstraerse si no es cerrando los ojos o abandonando la butaca. Como Tomas, el espectador se ve obligado, así, a tocar cada detalle del rostro de Christian, que le mira con esos ojos que son, sin duda, espejo en el que quedamos reflejados.
A partir de aquí, la película transita por una sucesión de otros tantos cuerpos que se escapan al estándar de belleza o lo normal que impera en nuestras sociedades. De los cuerpos gruesos de los compañeros de terapia de Tomas y Christian, a los pechos fláccidos de Hanna, un hombre travestido que ronda los cincuenta y que ofrece sus servicios de compañía a través de internet. Touch me not es una película sobre la piel. Pieles que se buscan y se rechazan, que tratan de encontrarse para reconocerse, finalmente, a sí mismas. El tacto se convierte, de esta manera, en el segundo sentido al que apela este trabajo. Este es sin duda otro de sus logros. Lo que para el cine en general podría suponer una limitación, es decir, el hecho de que las imágenes no pueden, por sí mismas, implicar a otros sentidos que la vista o el discernimiento por medio de los diálogos y la presentación de situaciones, para Adina Pintilie se convierte en su mayor reto. Los ojos conducen a los cuerpos, las manos nos llevan al tacto por medio de la expresión de nuestros propios escrúpulos con los que la directora juega a través de sus personajes. Cuerpos que se masturban, cuerpos que se palpan, que se golpean, que se incitan o se repelen. Touch me not se convierte, de esta forma, en pura experiencia física.
Y aquí surge otra de las críticas que algunos medios le hicieron a esta propuesta. Y es que claro, esos cuerpos que se exploran nos llevan rápidamente a la actividad humana por excelencia: el sexo. Con menos virulencia, en un tono más afectivo y cuidadoso, menos irónico también, el cine de Lars Von Trier planea como una sombra sobre la cinta de la directora rumana. Como en Nymphomaniac, la película nos conduce por la senda de una sexualidad practicada sin tapujos, y aquí, como se le criticó también en su momento, uno podría preguntarse por lo oportuno de algunos pasajes, dilatados además en exceso, como si la directora se regodeara en poner al espectador en una situación difícil que, en muchos casos, les puede resultar completamente ajena. ¿Hablamos de indagación creativa o de mero exhibicionismo? Sin dejar de considerar la posibilidad de que algunos espectadores se decanten por la segunda opción, comprendemos que ese tiempo que Pintilie le dedica a todo ello se hace necesario para generar los interrogantes que quiere provocar.
Pero donde destaca esta opera prima es en la mezcla de géneros. Pensemos lo siguiente: todos los actores que intervienen en este trabajo, salvo Laura Benson, única actriz profesional, se interpretan a sí mismos. A partir de aquí, surge una pregunta: ¿cómo calificamos a un trabajo de ficción en el que los protagonistas interpretan a unos personajes que son como ellos mismos? Con Touch me not, Adina Pintilie recorre un terreno difícil de clasificar y que sin duda abrirá nuevas puertas al futuro del cine. No se trata exactamente de hacer ficción de la realidad. Tampoco consiste en insertar en la ficción las formas de la puesta en escena de los documentales. Aquí lo que pasa es que la realidad se presenta en forma de ficción narrativa. ¿A dónde nos lleva este mestizaje? ¿Son las vidas que presenciamos la vida de las personas que las interpretan o están interpretando situaciones en las que no están realmente involucrados? La verdad queda, así, cuestionada o puesta en duda, arrastrándonos por la pendiente de la indefinición, sumergidos en una indagación que, como decíamos más arriba, quizá no quiera resolver de manera directa ninguna de las preguntas que aparecen con el visionado de la película. Tan solo quiere que, confusos, nos hagamos las preguntas apropiadas y, al hacerlas, lleguemos a nuestras propias conclusiones.
Decíamos que Touch me not es una película sobre cuerpos. Unos cuerpos que, como el de Laura, al comienzo de esta experiencia se encuentran retraídos, recogidos en sí mismos. Ese retraimiento, ese abrazarse a sí mismos rehuyendo la mirada y el contacto de los demás, son solo los síntomas. Tratando de ahondar en las raíces, Adina Pintilie apunta a ciertas respuestas de orden psicoanalítico que quizá sean necesarias para comprender los pormenores del camino que Laura tiene que recorrer. De acuerdo con la lógica política imperante, esas causas apuntan a un orden que Pintilie entiende que reprime nuestros instintos y pasiones. Pero en realidad, esas explicaciones bien podrían ser lo de menos en este caso. Lo que importa es el trayecto, el reto, la prueba, la toma de conciencia y de ahí ese abrirse al mundo en unas sociedades contemporáneas que viven tan retraídas como la propia Laura. La victoria queda reflejada en ese abrirse de brazos para recibir al mundo sin miedo.
Cuando vi por primera vez Touch me not, la pregunta que me hice al salir de la sala de cine fue qué necesidad tendría yo de volver a visitar esta película. Con el segundo visionado a propósito de su estreno en salas comerciales, sigo sin tenerlo demasiado claro. No hay en la cinta de Adina Pintilie una mirada poética que me cautive (de hecho, en ocasiones su gramática me parece un poco redundante, y sí, demasiado empalagosa en esa búsqueda quizá muy obvia de lo íntimo), tampoco me siento especialmente involucrado por su discurso. Sin embargo, eso no deja de ser óbice para que entienda que esta es una película muy necesaria. Una experiencia que no me arrepiento de haber tenido y que animo a no dejar pasar. GERARDO LEÓN