Título original: Dolor y gloria· Pedro Almodóvar · España · 2019 · Guion: Pedro Almodóvar · Intérpretes: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz…
Título original: Maya· Mia Hansen-Løve · Francia · 2018 · Guion: Mia Hansen-Løve · Intérpretes: Roman Kolinka, Suzan Anbeh, Judith Chemla…
Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de abordar una película como Dolor y gloria, última cinta del director manchego Pedro Almodóvar, es que se trata, precisamente, de eso: de una película de Almodóvar. Y sí, alguno podrá replicar que, de alguna manera, todas las películas de Almodóvar son eso mismo. Podríamos ir más lejos y afirmar que, de alguna manera, todas las películas de muchos de los directores que adscribiríamos a esa etiqueta que se conoce como “cine de autor”, son o tienen algo de ese mundo propio de aquellos que las han pergeñado. El problema es que, mientras en otros casos ese mundo interior se proyecta en un aparato de ficción para construir un relato que implique emocionalmente al público, al propio mundo de aquel que va a presenciar la obra, aquí es diferente. Y es que Dolor y gloria no tiene el más mínimo sentido sin el Pedro Almodóvar real. Digamos, para entendernos, que Dolor y gloria no es sólo una película del director Pedro Almodóvar, es que es una película “sobre” Pedro Almodóvar. No hay en Dolor y gloria otro asunto que dilucidar que él mismo, sus propias cuitas existenciales. Es imposible, en consecuencia, aprehender esta película sin un mínimo conocimiento de su biografía o, al menos, de algo de aquello que, a lo largo de los años, nos ha contado el propio director en entrevistas o en crónicas de todo tipo. Solo así, la película logrará establecer la conexión necesaria para que funcione su andamiaje. En caso contrario, sería lo que en las matemáticas de nuestra infancia se llamaba un conjunto vacío, un cascarón hueco. La pregunta que habría que hacerse es: ¿cómo verán Dolor y gloria las generaciones futuras, cuando la figura mediática de Almodóvar ya se haya apagado? Quién sabe. Ahora bien, estamos en el presente, y en este presente Dolor y gloria funciona a la perfección, hasta el punto de traernos la que quizá sea una de sus mejores propuestas en mucho tiempo.
Dolor y glorianos cuenta la historia de Salvador Mallo, un director de cine maduro que se siente atrapado en una especie de bloqueo creativo. Salvador no concibe su vida sin su profesión, pero algo le impide afrontar un nuevo proyecto. Poco a poco, a través de conversaciones y recuerdos rescatados de su memoria, irá deshaciendo el nudo que ata su creatividad. En medio, la evocación de su relación con su madre, su infancia, sus primeras relaciones carnales, su amistad con un actor con el que hace décadas con el que ya no se habla, un amor perdido, la sombra del éxito de sus primeras películas y, sobre todo, su conflicto con el paso de un tiempo que, poco a poco, le va robando la salud. Tras recorrer esos capítulos de su biografía, Salvador descubrirá la senda que le muestre su definitiva salida del túnel.
Para su última producción, Almodóvar ha compuesto un texto que funciona como una de esas telas de patchwork, articuladas por piezas sueltas que, por sí mismas, no nos llevan a parte alguna, pero que, todas juntas, bien trabadas, forman un conjunto perfectamente armónico. Un guion que funciona a modo de collage y que nos propone un inteligente juego de tiempos que, como un telar, se va conformando a través de las obsesiones que han animado su vida personal y artística. No soy un fan del Almodóvar escritor (que no es lo mismo que hablar del Almodóvar guionista). Su manera de dialogar, como en tantos otros aspectos de su personal forma de componer sus películas, me resulta excesivamente enfática. Sin embargo, aquí hace gala de un oído francamente fino. Lejos de sus habituales devaneos folletinescos, Almodóvar se aplica en llevar las situaciones que plantea a un plano más terrenal, menos melodramático, dando a la pieza un brillo pocas veces alcanzado en su cine y ante el que no nos queda más remedio que mostrar nuestra sincera admiración. Conocedor de las sinuosidades por las que se mueve, Almodóvar hace gala, además, de un exquisito sentido del humor, regalándonos momentos entrañables, recurso que le permitirá atrapar la atención de un público que reaccionará con complicidad a cada una de sus provocaciones. Complicidad deliberada, que es clave para el éxito de esta cinta y sin la cual nada tendría sentido. Todo ello, deja traslucir un desparpajo que nos remite a sus primeras películas y que, partiendo de la misma construcción de los personajes, acaba por contaminar toda la película, como si Almodóvar se hubiera reencontrado con un viejo juguete con el que hacía tiempo que no jugaba y que tenía aparcado en un olvidado rincón de su casa.
No podemos dejar de resaltar, en este caso, el trabajo de Antonio Banderas en la composición de este Salvador Mallo con el que ha trabado la mejor colaboración en su ya larga carrera juntos. Banderas no sería Banderas sin Almodóvar y ambos lo saben bien. El director pone al malagueño en el centro de la escena consiguiendo extraer oro de un libreto hecho a su medida (si bien debo reconocer que, en algunos momentos, su interpretación se acerca más, en su gestualidad, a las maneras de un Antonio Gala que a las del autor de La flor de mi secreto). Menos afortunada encontramos, esta vez, a una Penélope Cruz que, si bien deja el pabellón alto, parece que, en el conjunto, no acaba de encontrar el pulso adecuado para su personaje, consecuencia quizá de un cierto maniqueísmo en su construcción y a un desarrollo tan fragmentado. Junto a ellos, Asier Etxeandia, Julieta Serrano o Leonardo Sbaraglia cumplen con solvencia, pero sin alardes (quizá por los mismos motivos), su parte del trabajo.
Pero lo mejor de este Dolor y gloria lo encontramos en su puesta en escena. Creo que ya lo he comentado alguna vez. A pesar de los años que Almodóvar lleva en esto del cine, su manera de jugar con las posibilidades que pone la cámara a su disposición siempre me ha parecido excesivamente rígida. Una composición del cuadro demasiado calculada que, generalmente, daba como resultado un cine agarrotado y sin alma, carente de riesgo. Sin embargo, hay que reconocer que aquí Almodóvar se encuentra algo más ligero de ese equipaje formal que suele atenazar sus producciones. Me ha sorprendido especialmente la manera que tiene de jugar por momentos con los recursos que le ofrece una imagen que entra, por fin, en una dimensión más poética o, si se quiere, trascendente, menos obvia que en otras ocasiones. En la retina queda la escena en la que Alberto, el actor interpretado por Asier Etxeandia, evocando un pasaje de su juventud, recita un texto escrito por Salvador para una obra de teatro. Quizá la mejor secuencia de toda la película.
En las antípodas del cine de Almodóvar encontramos Maya, última producción de la directora francesa Mia Hansen-Løve. Dentro de su ya sólida carrera, una propuesta en apariencia menor, pero que, muy al contrario, supone un salto cualitativo con respecto a sus trabajos anteriores. La prueba de una directora sólida, capaz de asumir riesgos y, sobre todo, lograr salir airosa de ellos.
Nos situamos en el año 2012. Tras varios meses de agónico cautiverio en manos de un grupo terrorista en Siria, dos periodistas franceses son liberados y regresan a su país. A partir de ese momento, Gabriel, el más joven de los dos, trata de reconstruir su vida. Para ello, rompe definitivamente con su pareja y huye a la India para pasar un tiempo en soledad. Allí, se encontrará con un paisaje físico, social y, sobre todo, con una mujer, esa Maya que da título a la cinta, que le ayudará a poner las cosas en su sitio.
Como en el caso de la cinta de Almodóvar, Hansen-Løve nos ofrece una pieza que nos habla de las cargas del pasado y cómo éstas se proyectan sobre nuestro presente. Tratando de escapar de un mundo violento, Gabriel se cobija en una casa que tienen sus padres y donde pasó los veranos de su infancia y juventud. Pero, como ocurre tantas veces, lo que encuentra son fantasmas; de su padre fallecido, de una madre eternamente ausente en su vida. Hansen-Løve hace un cálido retrato de su generación. Personificado en la figura del actor Roman Kolinka, protagonista de buena parte de su filmografía, la autora de Eden nos habla de un hombre sin patria ni raíces, que es de aquí y, al mismo tiempo, de todas partes, sin una dirección de correo postal definida y que tiene al mundo entero por hogar. Romper definitivamente con los restos de esos fardos, será su vía de escape.
Al contrario que en su anterior cinta, la brillante El porvenir, con Maya, Hansen-Løve renuncia prácticamente al empleo de diálogos para explicarnos lo que nos quiere contar. Todo está en los silencios, en las aparentemente ligeras evocaciones, en el sentido mismo de los constantes desplazamientos en moto de un Gabriel que explora el entorno de una India algo idealizada en busca de una clave, una salida que no está en ninguna parte salvo en sí mismo. Cuando la realidad social del país le golpea de nuevo de forma violenta, Gabriel saldrá de su ensoñación, refugio en el que se ha guarecido, producto de sus traumas y sus dudas filosóficas, vitales, también políticas (no olvidemos que Gabriel es periodista y cabría preguntarnos si no se cuestiona él mismo cuál es el sentido de su trabajo). Para componer este sencillo y, al mismo tiempo, complejo cuadro, Hansen-Løve cuenta con la complicidad de un dúo de actores que encarnan sus intenciones con sensibilidad modélica. No podemos dejar de señalar, a este respecto, que Maya es, sobre todo, una película de miradas. En la confrontación entre la melancolía que comunica Roman Kolinka y esa ansiedad por la vida que transmite la debutante Aarshi Banerjee, encontraremos las pistas del desarrollo de este pequeño y hermoso drama.
Mia Hansen-Løve ha compuesto, con Maya, una bella historia de amor. Pero su aproximación a los sentimientos que aquí se exponen es tan osada que incluso se atreve a desplazar esa historia del centro de la película, sin dejar de perder, por ello, ni un ápice de fuerza dramática ni emocional. Esto podría hacer parecer a algún espectador que la cinta divaga sin un rumbo preciso. No se engañen, Maya sabe bien a dónde se dirige. La apuesta de Hansen-Løve es una apuesta por la vida en su sentido más íntimo. Y en la vida no hay planes, ni programas establecidos, todo se desarrolla sin un orden claro, según suceden las cosas, entre encuentro fortuitos, decisiones premeditadas y otras no previstas. En Maya, el amor surge entre personas reales, de carne y hueso, dos espíritus cargados de anhelos y deseos, también de contradicciones. Hansen-Løve ha compuesto una obra brillante, que se pega a la piel del espectador e irradia luz en cada fotograma. No la dejen escapar. GERARDO LEÓN