33ª Mostra de Valencia. Heaven without people de Lucien Bourjeily & Fishbone de Adan Aliga

Segunda jornada del festival y dos películas a concurso. En Heaven without people de Lucien Bourjeily nos encontramos con una familia libanesa que, después de dos años, se reúne para comer. Como corresponde con los tiempos que corren, la mayoría de los hijos están desperdigados por el mundo. Entre plato y plato comentan la situación política del país y abordan cuestiones sensibles, como las relaciones personales o la religión. Un pequeño drama vendrá a poner patas arriba esta aparente armonía. La madre ha perdido un sobre con 12.000 dólares que el padre le había confiado para ingresar en el banco. Pronto surgen las sospechas de unos contra los otros. ¿Quién ha robado el dinero?

El camino que alumbraría finalmente esta producción fue largo y no exento de dificultades. Un año para escribir el guion, seis meses para encontrar a los actores y dos meses de ensayo para solo nueve días de rodaje, según explicó el propio Bourjeily en rueda de prensa. Pero el mayor problema lo tuvo con la censura de su país que no aceptaba con agrado el tratamiento de ciertos temas sensibles de la realidad política y social del Líbano.“Mi historia con la censura es muy larga. Yo ya tengo dos obras teatrales que fueron censuradas. Y esta película fue casi censurada. Ellos querían que yo mismo quitara una parte de la película como una manera de someterme porque sabían que no iba a aceptar ningún pequeño corte. Pero no podía permitir que lo censuraran totalmente porque habría sido una gran decepción para mí, para los actores y todo el equipo que había trabajado en ella. Al final, cortaron la parte cuando están registrando la habitación de la sirvienta por una cuestión política y religiosa”. Lo más complicado, sin embargo, fue que la censura impuso al propio director la imposibilidad de hablar de estos cortes en sus presentaciones en público, algo que resultó especialmente difícil para él ante la incapacidad de poder justificar algo que el público percibía en la pantalla. “Fue una imposición de silencio”.

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Lo primero que llama la atención de esta producción se encuentra en una factura formal que apuesta por la cámara en mano, un solo espacio, la casa, y unas interpretaciones que son el resultado de una dirección más férrea de lo que pudiera parecer en un primer momento. “Me gusta mucho la improvisación. De hecho, traté de tener una parte de improvisación. Pero la improvisación es muy fácil entre tres personas o dos personas, pero es imposible con trece personas. Cuando alguien dice algo, el otro le interrumpe y es imposible. Pero traté de hacerlo. Algunas veces, cuando un actor cometía un error, (por ejemplo, decía una misma línea dos veces), yo les decía no, vamos a dejarlo, está bien, porque eso aumentaba el realismo de la película. Yo he hecho teatro inmersivo antes, que es un tipo de teatro en el que la audiencia no solo mira la obra, sino que participa. En esta película, la cámara hace el rol de alguien que se sumerge en el mundo de esta familia”.

Con Heaven without people, Bourjeily buscaba partir de esas relaciones familiares para, en un sentido más amplio, abordar la situación política y social de su país. “Mi decisión de hacer esto en primer lugar fue porque hay muchas cosas que no entiendo sobre el Líbano y que creo que sigo sin entender. Una de las cosas que descubrí fueron los distintos aspectos de la realidad. Qué es la realidad desde el hecho de que cada uno de nosotros percibe las cosas de una manera diferente. Y una de las cosas es que pensamos esos hechos desde dentro de la familia y esa es una manera muy subjetiva de hacerlo”. Esa barrera de incomprensión sobre la realidad se alza, así, como el mayor obstáculo para un diálogo siempre pendiente. “En Libano no tenemos un solo libro de Historia, así que no tenemos una sola realidad. De hecho, los que gobiernan hoy son responsables de decenas de miles de muertes entre 1975 y 1990 y no tenemos un mismo libro que haga referencia a esos hechos. Cada uno tiene su propia realidad. En este sentido, es muy difícil tener un diálogo porque si no tienes los mismos hechos, si no empiezas por las mismas cosas básicas en las que estar de acuerdo es muy difícil comunicarse y al final es muy posible que explote”, comentaba el director.

Cómo hacer reflexionar sobre todas esas cuestiones era uno de los objetivos de un relato que, como reconocía Bourjeily, se basa en experiencias personales. “Algunos aspectos de la historia están basados en algo que le sucedió a un amigo mío. Él perdió 12.000 dólares y en una reunión familiar tuvo que hacer esta especie de apertura de unos a otros para tratar de encontrar quién había cogido el dinero. Algunos de los diálogos de la película son diálogos que yo he escuchado. Así es como son las cosas dentro del mundo de la intimidad de la familia”. Confrontar esa intimidad con el espectador no siempre ha sido bien recibido en una sociedad que no acostumbra a airear sus trapos sucios. “Hubo un día en que alguien se acercó a mí después de una proyección en Líbano. Era una mujer mayor que estaba ofendida. Le pregunté por qué y ella me dijo que esto no éramos nosotros. Eso no pasa. Yo le pregunté si en toda su vida no le había pasado algo parecido. Y ella me cogió aparte y me dijo: sí, quizá pase, pero eso no es algo para poner en una gran pantalla. Esto es nuestra propia intimidad. Ese era exactamente el objetivo.”

FISHBONE

Una realidad que confronta al espectador con ciertos aspectos que revelan manchas muy difíciles de lavar, como es el caso del racismo que impera en amplias capas de la sociedad libanesa. “No puedo asumir que todo el mundo sea así, pero existe. Y lo digo de primera mano. Tiempo después yo iba caminando por la calle y había una trabajadora extranjera etíope que cargaba con muchas cosas. Ella casi se cae en la calle y yo sonreí inconscientemente, de forma instintiva. Ella me miró ofendida. Yo le dije que lo sentía y que no me reía de ella. Y fui y le cogí sus cosas y la acompañé a donde iba. Cuando llegamos, ella me preguntó: ¿eres libanés? Estaba sorprendida de que un libanés la ayudara. Ella continuó con su vida, pero a mí me marcó a la hora de pensar que había mucho racismo, especialmente contra los trabajadores extranjeros. Hay una ley contra los trabajadores extranjeros que los reduce a una situación de cuasi esclavitud”, comentaba el director.

En un orden estético totalmente diferente se presentaba en pantalla la última producción del director alicantino Adán Aliaga. Una pieza que se desmarca de la propuesta anterior para jugar en un terreno ambiguo entre el realismo y la fantasía, lo simbólico. Aquí, Jan es una joven chef que trabaja en un restaurante de Nueva York. La inesperada muerte de su padre, la obliga a volver a su Tabarca natal, un viaje que le hará a reencontrarse con sus raíces para replantearse toda su vida. “La película viene de nuestro enamoramiento de la isla de Tabarca, vivimos al lado, y he veraneado ahí de pequeño. Pensé que era un lugar mágico y especial y tenía que contar la historia de lo que sentía cuando estaba viviendo allí. Y por otro lado la parte simbólica es una especie de cajón de sastre que mezcla cosas reales de la isla que nos han contado los isleños que todavía quedan con iconografía visual potente que a mí me gusta. Hemos inventado totalmente un monstruo de algas y hemos hecho una especie de mezcla de figuras de mitología pagana, religiosa, etc. A parte, hemos rodado en Nueva York, y la ciudad es como un icono en sí mismo. Nos gustaba mucho la metáfora entre la isla de Manhattan y la isla de Tabarca. En una viven millones y, en la otra, catorce personas”, comentaba en rueda de prensa el director.

Rodar en un espacio tan reducido y con tan pocas infraestructuras disponibles fue, sin duda, una de las mayores dificultades a las que se enfrentó el equipo. “Rodar en una isla como esta es muy complejo porque, por no haber, no hay ni coches. Simplemente te desplazas de un lugar a otro. Allí se trae todo en barco. Había que tener una planificación a largo plazo de todo el mes de rodaje. Pero, por otro lado, la recompensa es ese decorado. Rodamos en octubre porque la temperatura del agua es más caliente y la luz es muy bonita. Tuvimos una suerte tremenda porque nos hizo muy buen tiempo”.

La historia de Jan, de esa inmigración sentimental, remite a las propias vivencias del director. “Es un viaje mío personal. Aquí no encontraba trabajo, no conseguía levantar las producciones y me fui a Nueva York con un proyecto de hacer otra película y también me sentía un poco desarraigado. Entonces, también hablo de ese sentimiento. Pero la vida te marca un poco el camino y por mucho que tú te esfuerces, al final tienes que aceptarlo. Y eso es lo más bonito, aceptar quien eres y conocerte a ti mismo. Ese es el viaje emocional que hemos intentado retratar en la película”. G.LEÓN

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