LA NAU. Universitat, 2
Julian Opie ha plantado en la plaza del Patriarca dos esculturas de acero gigantes —de doce metros de altura y seis toneladas de peso— que esperan de brazos cruzados. Tuvimos una gran exposición de Opie en la Fundación Bancaja en 2017, pero en rueda de prensa renegó de las retrospectivas en favor de lo nuevo, de ahí que haya creado estas esculturas ex profeso que conviven en a cielo abierto con dibujos en tres dimensiones de personas anónimas que, aún estáticas, transmiten formas muy diferentes de caminar y de ser. Influenciado por el anime, con sus gruesas líneas negras trazadas en ordenador, el artista británico reduce al ser humano a una silueta esquemática muy reconocible, con su sello inconfundible. Ya dentro, en el claustro de La Nau, estas siluetas ahora semi-huecas y de mujeres se han subido a altos pedestales que las ponen a la altura de la escultura de Lluís Vives que preside el espacio, un humanista valenciano del Renacimiento que hizo el camino inverso a Opie, de la Universitat de València a la corte londinense de Enrique VIII.
A principios de junio la Audiencia de Madrid obligó al artista Antonio de Felipe a reconocer la coautoría de su antigua colaboradora Fumiko Neguishi en 221 de sus cuadros. Unos días antes, en la presentación de esta muestra, el británico se sacudió de un plumazo esa vieja concepción del artista como genio solitario que crea en su taller con sus propias manos al agradecerle a su equipo el trabajo realizado para alimentar la exposición. La parte final del recorrido está bajo techo en la Sala Academia. Aquí las siluetas quedan atrapadas en sus quehaceres diarios en planos y cubos, o se animan, desplegando, por ejemplo, un buen surtido de formas de correr: con los brazos caídos o muy pegados al pecho, arrastrando los pies o dando saltitos, con el tronco estirado o encorvado… Oda a la actividad, alegre y minimalista, en esta muestra que empezó a fraguarse en una pandemia que paralizó muchas cosas. AU