Escribir sobre el Festival de Berlín de este año 2020 a poco tiempo de su celebración produce una sensación ciertamente extraña. Tras varios días circulando libremente de sala en sala para asistir a las distintas proyecciones, la noticia del cierre de la Feria Internacional del Automóvil como medida de prevención contra la expansión de la pandemia producida por la Civid-19 coincidía con la clausura del festival, lo que le hacía a uno reflexionar sobre estas cosas de la fatalidad y la suerte. And it is that, sabiendo, como dicta la lógica, que esto de las enfermedades no se extiende de un día para otro, no puedes dejar de preguntarte cuánto estuviste expuesto al virus durante las largas jornadas de visionados, compartiendo con cientos de semejantes de otros países del mundo tantas horas de contactos fortuitos en otros tantos espacios que quizá hoy estarían completamente cerrados. Si la situación ya se adivinaba tan complicada como para forzar el cierre de la feria del motor, ¿hasta qué punto estuvimos expuestos aquellos que visitamos la Berlinale? Lo dicho, cosas del azar.
But, vayamos al tajo. En la selección de películas de la Sección Oficial de este año cupo, definitely, de todo. Desde obras ambiciosas en su producción, pero pequeñas, por el resultado, en sus aspiraciones artísticas, como al revés. Entre las primeras estuvo, definitely, la que en los pasillos del festival se señalaba como la gran apuesta del cine alemán de esta edición. Nos referimos a una nueva adaptación de la novela de Alfred Döblin, Berlin Alexanderplatz del realizador Burhan Qurbani. Separándose abiertamente de la serie dirigida por Rainer Werner Fassbinder, Qurbani se propone adaptar el argumento de la novela a la situación social contemporánea. For it, cambia la procedencia de su protagonista que ahora no es un ciudadano del Berlín de principios del siglo XX, sino un inmigrante africano que, like so many others, llega a la Europa de nuestros días en busca de un futuro. Y la idea no está mal. However, a la obra de Qurbani le pesan una serie de condicionamientos que la lastran y la convierten en un artefacto difícil de digerir para el público. El primero de estos elementos son sus tres horas de duración. Esto no sería un inconveniente si la película ofreciera ese algo que tocan las grandes obras y que justificaran tanto metraje. Esta nueva Berlin Alexanderplatz se queda a medio camino. El retrato que hace Qurbani de la situación que vive su protagonista es demasiado estereotipado, como estereotipados son todos los personajes a los que debe enfrentarse y las situaciones que va a vivir. Sometimes, even, ese estereotipo llega tan lejos que se convierte en extravagante parodia hasta lograr el completo desapego del espectador por aquello que está sucediendo en pantalla. Qurbani nos propone una reflexión sobre la pérdida o el valor de la inocencia en la Alemania (o Europa) actual. El inocente, el puro es ese inmigrante que llega a una sociedad torcida, siniestra en su manera de establecer las relaciones de supervivencia. Su protagonista no solo luchará por subsistir económicamente, sino por mantener su pulcritud de espíritu frente a la corrupción moral que le rodea. Pero el discurso de Qurbani es tan tosco y previsible en sus planteamientos formales y argumentales que se asiste a su película desde esa posición de pesadez del alumno aventajado que ya sabe lo que va a contarle un profesor que no solo no tiene nada que descubrirle, sino al que ya ha superado y cuya supuesta lección se le antoja que necesita alguna vuelta de tuerca que la ponga al día.
En el mismo sentido, podríamos situar Todos os mortos, de la pareja de directores brasileños Marco Dutra y Caetano Gotardo, cuya pieza, como en el caso anterior, pretende ser una especie de fresco absoluto, de obra total sobre la cuestión de las relaciones coloniales en Brasil desde finales del siglo XIX. Con otro tono, con otro registro, la obra de Dutra y Gotardo se queda igualmente muy lejos de lo que pudo ser. Los dos directores hacen una apuesta fuerte, manejando los tiempos narrativos de forma que aspiran a superar una cierta linealidad, pero el experimento parece que se les escapa de las manos. Como sucedía con la cinta de Qurbani, Todos os mortos es una película que pretendía abarcarlo todo, desde las diferencias de clase, el conflicto de la esclavitud, la influencia de la religión, todo ello mezclado con un melodrama de época. But, también como en el caso anterior, la propuesta de Dutra y Gotardo se queda anclada en el cliché, en una blanda descripción de un momento de la historia donde los buenos y los malos, a pesar de las apariencias, no tienen profundidad dramática ni intelectual y, como antes, sus vivencias no suponen ningún desafío para el espectador que asiste a la proyección con una mezcla de esperanza y duda. Esperanza que no se cumple, duda que queda en franca decepción y un cierto agotamiento.
Si bien con unas coordenadas de producción más modestas, esa misma ambición discursiva, de revelación, se percibía que asistía, por distintas razones, a otras propuestas que conformaban buena parte de la programación de la Sección Oficial de este año. Es el caso de The roads not taken, esperado nuevo trabajo de la siempre esperada obra de la realizadora británica Sally Potter. The author of The party llegaba a la Berlinale con una oferta engalanada por su reparto, but what, again, tampoco satisfacía. The roads not taken nos presenta a Molly, una joven que llega a la ciudad de Nueva York para visitar a su padre, un escritor maduro que sufre demencia y que ha perdido la conciencia de sí. La película se desarrolla en dos planos. A, el del presente, en el que abordamos la lucha de la hija por mantener la dignidad de su padre. El otro transita por los recuerdos y la memoria de la vida de ese hombre, de sus aciertos y desaciertos, definitely, de aquello que conforma la vida de cualquier persona. But, again, todo se queda en una mera declaración de intenciones. El retrato que hace Potter de la biografía de este escritor inventado recurre a todos los tópicos que uno pudiera proyectar. Leo es un hombre atormentado ante un mundo en descomposición o que no comprende o en el que no encaja, y ese ir a su aire, buscando lo que otros no buscan, es la fuente de todos sus conflictos existenciales y, above all, con las mujeres con las que ha compartido su vida en diferentes momentos. El problema es que en la cinta de Potter lo que pretenden ser emociones no son más que un mero ejercicio de enunciación. Potter recurre a una narrativa fragmentada favorecida por esa estructura en flash-back. However, son tantos los acontecimientos que intenta reseñar y están tan superficialmente dibujados que no llegamos a traspasarlos más allá de su primera capa, alejándonos de los sujetos y los dramas que nos expone la cinta. Esa superficialidad en el tratamiento del relato afecta, besides, a la interpretación de unos actores que tiran de tópico para construir a los personajes con un resultado muy desigual. Bien, en el caso de Elle Fanning. Decepcionante, as usual, en el caso de Javier Bardem, que no se encuentra por ningún sitio, salvo cuando sabe lo que le piden y que, básicamente, se refiere a ese retrato de este hombre afectado por el alzhéimer. Bardem es un actor que solo compone caricaturas, como demuestra, again, en este trabajo.
Excesivas, por erráticamente ambiciosas, fueron también las apuestas del estadounidense Abel Ferrara y el alemán Christian Petzold. En el caso de Ferrara esto era una posibilidad. Siempre en la búsqueda del exceso, lo radical, la obra de Ferrara es capaz tanto de alcanzar lo excelente, como de tocar lo grotesco, por desmedido. Y aquí estamos en el segundo caso. Si alguien me preguntara cuál es el argumento de Siberia, diría que no lo sé. Tenemos a un hombre que llega a tierras siberianas (se presupone) huyendo de todo lo mezquino que representa la civilización contemporánea. Apparently, este sujeto se ocupará de regentar una especie de bar instalado en el lugar más frio e inhóspito del globo. Y hasta aquí todo lo que podemos contar. Desde ese momento, a lo que vamos a asistir es a un retorcido viaje por el subconsciente de este sujeto, pasando de lo que parece que ha sucedido a lo que pudo ocurrir en otras tantas posibilidades en las que habría discurrido su vida, todo ello a la vez, de forma que nunca sabemos en qué momento u opción nos encontramos. Y este ejercicio sería interesante si estuviera bien articulado, pero no es así. Ferrara salta de un lado a otro sin ningún orden, poniendo a su protagonista en situaciones que el espectador no sabe a qué sujetar de forma que, finally, se siente perdido. Si a eso le añadimos algunos momentos que superan la barrera de lo verosímil, cuando no de lo ridículo (como certificaron las risas de la sala), lo que tenemos es una obra errática, descompuesta, un mero boceto de un dibujo que no acabamos de ver. A, en su afecto que tiene por este director, quiere poner toda su atención en descubrir sus intenciones, pero ni el admirable esfuerzo que realiza William Dafoe por sostener todo el aparato, encuentra algo que lo aferre al suelo. Ferrara confunde lo subversivo con lo extravagante, lo grave, lo poético con lo hiperbólico en una pieza de una gratuidad barroca de difícil digestión.
Sin llegar a estos límites de extravagancia, la última producción del alemán Christian Petzold sufre, also, las consecuencias de un manierismo deliberado. In Undine, Petzold quiere poner al día el mito nórdico de Ondina. Here, nuestra protagonista es una mujer que trabaja como guía para un museo de la ciudad de Berlín. Ondina acaba de romper con su pareja, que la ha abandonado por otra. Sola y desagarrada, conoce a otro hombre del que va a enamorarse. Ondine encuentra en su nueva pareja todo lo que desea, pero un accidente volverá a traer la fatalidad a su vida. Petzold ha querido construir un cuento de fantasía moderno, un relato donde lo poético, lo simbólico, prime sobre lo puramente narrativo. El resultado, however, sin llegar a descabalgar del todo, se queda más cerca de apuntar intenciones que de lograr sus objetivos. El deseo de no ser excesivamente explícito deja en el relato demasiadas lagunas argumentales para que el espectador sepa por momentos qué le están contado, qué cosa esencial justifica esta adaptación, y se queda algo desorientado bajo las aguas de ese lago que centra su atención y en el que suceden tantas cosas relevantes.
Más acertados en su ambición encontramos propuestas como Favolacce, de los hermanos Damiano y Fabio D’Innocenzo. El relato que nos propone esta pareja artística nos sitúa en un lugar inconcreto, una urbanización de casas adosadas en las afueras de una ciudad cualquiera. Para nosotros, como españoles, el escenario nos resulta familiar. Se trata del sueño de prosperidad de la clase trabajadora de cualquier ciudad mediterránea: la parcela, la familia bien avenida, la piscina particular y, background, el tórrido sol del verano. Con estos elementos, los hermanos D’Innocenzo nos presentan una propuesta que quiere ser retrato social y psicológico de todas las mezquindades que fluyen en el inconsciente y sostienen a esta pequeña comunidad que se convierte, in this way, en espejo de la sociedad italiana. Arriba, en la superficie, las normas de las apariencias simulan una feliz convivencia entre vecinos, but, cuando estos se dan la espalda, enseguida surgen las intenciones ocultas, that is to say, la envidia, el recelo hacia el otro y, above all, la hipocresía. Damiano y Fabio D’Innocenzo nos proponen un trabajo que nos recuerda a cintas como Reality de Mattero Garrone, donde lo feo, lo grotesco, lo más cutre de eso que llamamos la “sociedad de consumo” se eleva aquí en objeto de observación y, finally, en excusa para la obra de arte. Favolacce nos ofrece una visión muy cruda de la sociedad italiana y, si bien en ocasiones su apuesta peca de ciertos excesos, en otros muchos aspectos hay un algo en el aroma de aquello que nos muestran que sabemos que se acerca, de manera descarnada, a la realidad.
Pero sin duda las dos propuestas más interesantes que nos ofrecía esta última edición del certamen berlinés nos venían de oriente. Tienen las piezas del taiwanés Tsai Ming-liang y el coreano Hong Sang-soo algunos elementos en común y otras diferencias. En común, una aproximación narrativa que, renunciando a una manera de plantear la puesta en escena convencional, resalta, desde la distancia que ambos se imponen frente a sus personajes, por su sensibilidad. Estamos ante dos cintas que, más que un relato al uso, nos muestran una serie de situaciones. In the case of Days, la hermosísima obra de Ming-liang, nos tropezamos con Kang, un hombre de negocios que está de paso por una ciudad que no se menciona. Kang contrata los servicios de un joven con el que, little by little, irá forjando una relación basada en la mutua necesidad de compañía y comprensión. Ambos son muy diferentes y provienen de estratos sociales que se encuentran muy alejados. However, los dos sufren el mismo problema: la soledad. But, in Days, ese conflicto no se aborda de manera directa, sino en el contraste entre lo que hacen estos personajes y esa ciudad que les engulle. Un espacio de sórdidos callejones donde los individuos y sus conflictos quedan devorados por la mera necesidad de subsistir y que les obliga a dejar a un lado sus sentimientos. Esa necesidad de afecto, la encontrarán en la intimidad de una habitación de hotel donde suceden algunos de los momentos más bellos que se han filmado en el cine reciente.
Algo parecido hace Sang-soo en The woman who run, otra de las muy agradables sorpresas de este certamen. Como el taiwanés, el director coreano se aproxima a los conflictos de sus personajes desde la comprensión y el amor por lo sencillo y lo cotidiano. Here, Gamhee es una mujer que visita a unas amigas durante la ausencia de su marido, que se encuentra en un viaje de trabajo. En estas visitas y durante largas conversaciones, surgirá aquellos asuntos que la preocupan, sus anhelos y ambiciones. Pero si (y aquí están las diferencias), Ming-liang trabajaba desde la gravedad, Sango-soo lo hace desde una cierta alegría y con un sentido del humor que resulta muy refrescante (especialmente brillante es la escena del gato). Yes in Daysreina la noche y entre contraste de luces y sombras, The woman who run es el imperio de la luz natural del pleno día. Dos obras maestras donde, aquí sí, lo poético, lo simbólico o lo metafórico se dan la mano con lo cotidiano con franca naturalidad. Una naturalidad que proviene, no solo de esa puesta en escena que comentamos, sino de la honradez que inspira a dos trabajos que, si bien servían de gancho en la programación, demostraron lo endeble del resto del programa. G.LEON