La pintura de Fernando Zóbel es, ante todo, un acto de pensamiento. Un modo de aproximarse al mundo que trasciende lo visual para situarse en ese espacio casi intangible donde confluyen percepción, memoria y emoción contenida. Nacido en Manila en 1924, Zóbel llegó al arte español como un extranjero -no solo en sentido geográfico, sino también cultural-, pero pronto se convertiría en uno de sus agentes más influyentes. Su figura, muchas veces descrita con adjetivos como «elegante», «erudita» o «sutil», encierra también una determinación infrecuente: la de alquien que no solo produce obra, sino que construye el ecosistema necesario para que esta cobre sentido.
La exposición En torno a Zóbel, que presentamos en la Galería Benlliure, es una invitación a contemplar la obra del artista desde una doble perspectiva: la de su lenguaje pictórico propio, y la de su capacidad para generar relaciones, escuelas, instituciones y afectos. En este sentido, Zóbel no es aquí únicamente el centro de una exposición: es su detonante, el núcleo desde el que se despliega una constelación formada por otros nombres clave de la abstracción española de la segunda mitad del siglo XX: Antonio Saura, Manuel Millares, Luis Feito, José Guerrero, Jordi Teixidor y José María Yturralde.